Los mapas crecen a medida que pasa el tiempo. Lo que fue distancia se ha convertido, sin saber cómo, en infinito. Una ciudad cualquiera es, ahora, un recuerdo de otros tiempos que, en el olvido, juguetea con aquello que nos dijimos antes de caminar por la playa. Todo es hace mucho tiempo. Hace mucho tiempo soy ahora. Lo que va quedando.
La línea roja que dibuja un trayecto perdió el sentido cuando acabó. Pero, hoy, llega en forma de rostros que reposan frente a una montaña entonces inmensa.
La vida se desmaya mirando retratos.
Un gesto sujetando la caída desde lo más alto del pasado pintado en un puñado de palabras que encuentro en el diccionario al escribir. Eres sagrada, perfecta, bondad o acuarela. Y, quizás, al pasar la página, las palabras oscurecen el papel hablando de aquella herida en el hombro o de un milagro imposible.
Se acerca la inauguración de la feria del libro y qué mejor regalo en estas fechas que un ejemplar de la colección Narradores XXI de la Editorial Dilema. Deja un comentario en este post o en cualquier otro del blog. Entre todos los que se reciban se sortearán hasta diez ejemplares (uno por comentario). Espero que nadie lo deje como “anónimo”. La mano inocente que elija a los ganadores será la de Gimena Ramírez (3 años). Suerte.
El 24 de octubre de mil novecientos veintinueve la bolsa de Nueva York se desplomó. Pero se desplomó de verdad. El desastre fue descomunal. Y los que se arruinaron se dedicaron, entre otras cosas, a tirarse por la ventana, pegarse tiros en la boca o pegar tiros en la cabeza a la familia y, luego, uno en la boca (en la propia). No me consta que nadie tirara a su mujer y a sus hijos desde un ático antes de tirarse él.
Estos suicidas, supongo, tendrían razones serías para pensar que era mejor morir que cualquier otra cosa. Estaban arruinados y sus vidas dependían de sus fortunas. Un desastre.
Hoy, si la bolsa se desploma, si el sistema financiero mundial se descoyunta, si se descubre un agujero sin solución en la economía de un país o si el mundo revienta, no se suicida nadie. No hay razón para ello. Aquí no se arruina nadie. Arruinan a los demás. Los que se deben lanzar por las ventanas son los que tenían una nómina (que ya no tienen porque un listo se ha llevado a no sé dónde la pasta en sacos o bolsas de basura), los que invirtieron en sellos que tenían el valor de un Mortadelo o un cupón hogar, los que confiaron en un tipo trajeado que decía tener la solución a sus problemas y se gastó la tela en calzoncillos de marca.
Pero antes de lanzarse por la ventana deberían lanzarse a la calle. Echando espuma por la boca, con ganas de liar la de San Quintín. Y tampoco. Ni los chorizos encorbatados se tiran por la ventana, ni los pobres arruinados del todo se pegan tiros en la boca, ni los universitarios saben de qué va esto, ni nada de nada. Esto es una mierda de mundo, una sociedad enferma, un mundo destrozado en el que no cabe tener una puta idea en la cabeza porque te destrozan el cráneo en cuanto lo asomas y alguien se siente tal y como es (un gilipollas con cierto poder).
Y todo porque el que roba lo quiere seguir haciendo cueste lo que cueste, porque el que tiene un reproductor de películas con sonido superplus se conforma con tener eso o cualquier otra cosa (y el subsidio por desempleo), porque parece que tener un título te hace mejor aunque no sepas hacer la o con canuto. Nos consentimos unos a otros para seguir igual. Y los que quedan abajo son machacados sin piedad.
Pues tengo malas noticias. Un día de estos nos estarán pisoteando a nosotros. Esto va a más. Así que, si ven alguna patera en la playa, no la destruyan. Nos hará falta tarde o temprano.
Estoy cansado. Hoy nada de escribir, nada de pensar en nada que esté más allá del cigarro que me estoy fumando o la copa que me pienso tomar dentro de unos minutos. El día ha sido largo, intenso. Pero se acaba. Y quiero que sea de la forma más tranquila que sea posible.
Los niños descansan. Unos leen, otros ya duermen. Escucho la música que más me gusta. Una comedia de Jaime de Armiñán en la mesa. La que voy a leer tomando esa copa. El mundo muy quieto, muy donde debe. Y la única preocupación soy yo mismo. Es decir, no hay preocupación.
Les dejo con una de mis canciones preferidas. Si se animan y me acompañan con cigarro y copa serán bienvenidos. El día se acaba. Comienzo yo.
Las imágenes y archivos de audio y vídeo que aparecen en este blog han sido incluidos en él por motivos ilustrativos o didácticos, sin ánimo de lucro, bajo el término del uso razonable.