La vida que nos toca disfrutar o padecer es nuestra. Sólo nuestra. Pretender que los hijos o los padres, quizás los mejores de nuestros amigos, se hagan cargo de ella es una injusticia y una estupidez. Por ese orden. Y la vida que les toca padecer o disfrutar a nuestros hijos, a nuestros padres y a los mejores de nuestros amigos es suya. Sólo suya. Intentar hacerse cargo de ella es una estupidez. Una estupidez a secas. Lo mejor es asumir que cada uno de nosotros tenemos lo nuestro, que un hijo no viene al mundo para que nosotros pensemos constantemente en su futuro porque es de él (creo que los padres hacemos eso con la esperanza de no encontrarnos más solos que la una veinte años después, para que se sientan en deuda con nosotros toda la vida. Y vamos listos), asumir que nuestros padres nos sacan un buen montón de años de diferencia en eso del vivir y que no estarán eternamente a nuestro lado para llorar desconsolados y sacarles los cuartos (eso los más espabilados), entender que la amistad no es hurtar nada del otro contándole penas sino intentar disfrutar de las alegrías haciendo de esas miserias un mal chiste del que podamos mofarnos tomando una cerveza.
Crear la necesidad del padre en el hijo es anularle. Que sepa el hijo que su padre o su madre estarán siempre dispuestos a echar un cable (si es necesario) es otra cosa. Nadie tiene derecho a decir a otro “me necesitas” (por muy padre, muy hijo o muy amigo que sea). Los sacrificios absurdos, los pactos estériles, son eso. Sí, absurdos y estériles.
He aprendido con los años que a los niños no se les debe impedir subir a muros para jugar. Cuando lo hizo por primera vez mi hijo Gonzalo estuve a punto de llamar a los bomberos. Ahora, después de once años (casi doce) cuando suben (ya son tres muchachos en casa) a lugares peligrosos me limito a colocarme debajo, sonreír y decir a los intrépidos Ramírez que si se caen no corren peligro, que estoy allí para cogerles a tiempo, que no deben temer por nada. Mi padre, antes de morir, durante una conversación inolvidable, me pidió que me cuidara (que me cuidara yo, no a los demás) y que estuviera siempre pendiente de mi madre por si necesitaba algo (no me pidió que me matara por ella). Nos amábamos tanto que ninguno pidió nunca nada al otro. Nada. Lo que se recibió fue lo que uno quiso dar y el otro recoger. Julio, mi gran amigo, puede estar sin aparecer durante un par de años (o más). Igual que yo. Cuando nos vemos disfrutamos como chiquillos contándonos lo que hace falta. Nunca penas. Y somos grandes amigos. El es mi mejor amigo. Si hoy le llamara y le pidiera que viniera desde Berlín, lo haría sin preguntar. Lo mismo que haría yo. Vivimos con pasión la vida del otro. Sin dar el coñazo.
La vida de cada uno de nosotros no puede ser una carga insoportable para nadie. Un peso se soporta durante un tiempo, hasta que sentimos que nos arranca los brazos. Y todos terminamos soltando el lastre. Mejor no convertirse en eso. Así nunca nadie se sentirá arrojado a un contenedor lleno de gente solitaria. O de padres, hijos y amigos desgastados.
Sólo se me ocurre un caso en el que todo esto es diferente. Mi esposa. Somos uno, no dos. Por eso, todo lo anterior no sirve. Ya hablaré de eso.
Crear la necesidad del padre en el hijo es anularle. Que sepa el hijo que su padre o su madre estarán siempre dispuestos a echar un cable (si es necesario) es otra cosa. Nadie tiene derecho a decir a otro “me necesitas” (por muy padre, muy hijo o muy amigo que sea). Los sacrificios absurdos, los pactos estériles, son eso. Sí, absurdos y estériles.
He aprendido con los años que a los niños no se les debe impedir subir a muros para jugar. Cuando lo hizo por primera vez mi hijo Gonzalo estuve a punto de llamar a los bomberos. Ahora, después de once años (casi doce) cuando suben (ya son tres muchachos en casa) a lugares peligrosos me limito a colocarme debajo, sonreír y decir a los intrépidos Ramírez que si se caen no corren peligro, que estoy allí para cogerles a tiempo, que no deben temer por nada. Mi padre, antes de morir, durante una conversación inolvidable, me pidió que me cuidara (que me cuidara yo, no a los demás) y que estuviera siempre pendiente de mi madre por si necesitaba algo (no me pidió que me matara por ella). Nos amábamos tanto que ninguno pidió nunca nada al otro. Nada. Lo que se recibió fue lo que uno quiso dar y el otro recoger. Julio, mi gran amigo, puede estar sin aparecer durante un par de años (o más). Igual que yo. Cuando nos vemos disfrutamos como chiquillos contándonos lo que hace falta. Nunca penas. Y somos grandes amigos. El es mi mejor amigo. Si hoy le llamara y le pidiera que viniera desde Berlín, lo haría sin preguntar. Lo mismo que haría yo. Vivimos con pasión la vida del otro. Sin dar el coñazo.
La vida de cada uno de nosotros no puede ser una carga insoportable para nadie. Un peso se soporta durante un tiempo, hasta que sentimos que nos arranca los brazos. Y todos terminamos soltando el lastre. Mejor no convertirse en eso. Así nunca nadie se sentirá arrojado a un contenedor lleno de gente solitaria. O de padres, hijos y amigos desgastados.
Sólo se me ocurre un caso en el que todo esto es diferente. Mi esposa. Somos uno, no dos. Por eso, todo lo anterior no sirve. Ya hablaré de eso.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
5 comentarios:
Basicamente de acuerdo.Pequeños matices...
La de ser uno, no dos.Es harina de otro costal.
Por lo que veo la pequeña Gimena no se sube a los muros. Qué tranquilidad :-).
Estoy de acuerdo contigo en que primero hay que cuidarse uno mismo, pero tendemos a pensar en los más cercanos. Al menos yo, que pienso que mientras ellos estén bien yo estaré bien. Tal vez sea un error, pero a mí me sirve.
Completamente de acuerdo con lo que escribes, salvo en una cosa,creo que el ser padres implica padecer por los hijos, sin esperar nada, ni siquiera que nos cuiden.Tambien creo que eso tu ya lo sabes
Me encanta el final
¡Hola!
Leí una vez que las dos únicas cosas que los padres deben darles a los hijos son: Raices y alas. Según lo cuentas decir "te quiero" suena a posesión. Sin embargo "necesitar" puede ser una suprema forma de amar. Es una reflexión la tuya que daría para mucho. Tal vez otro día...
Besos.AlmaLeonor
La tendencia es la super protección hacia los demás... quizás no debería ser así, pero tendemos a ello....
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