El ser humano se esfuerza en tener una sola vida. Un paso, un gesto diferente al de ayer, un giro inesperado en la forma de ver las cosas, todo, ha de formar parte de uno mismo sin que genere ningún tipo de fisura en la única vida que queremos tener. Cada cosa hecha se amolda a lo que ya conservamos en nuestras bodegas. Le damos la forma necesaria para que así sea. Y el ser humano se esfuerza para que eso ocurra y poder ir construyendo una vida a medida. Una sola.
Sin embargo, es difícil que el resto perciba ese esfuerzo. Una paradoja sin pensamos que todos lo estamos intentando al mismo tiempo. Siempre ocurre que en un hombre o en una mujer se descubren un buen número de vidas distintas. Son tantos los descubrimientos como observadores tiene el individuo. Si te mira fulano sólo verá una parte que interpretará a su gusto, si lo hace mengano pasará lo mismo. El ser humano afanado en tener una vida auténtica y exclusiva se ve maltratado por la mirada parcial del otro. Y siempre pasa. Siempre.
Dicho así no tiene demasiada importancia. No la tiene. Pero podemos añadir lo siguiente: es esta la razón por la que nos hacemos daño unos a otros (esto es muy de personaje de Baricco). No tener en cuenta que el otro es un todo se convierte en peligroso e injusto. Tener en cuenta sólo lo que conocemos de alguien, desdeñando el resto, nos lleva a juzgar con error, a tratar con error, a provocar daño.
Mis alumnos y compañeros de la Escuela de Letras o del Liceo Europeo no imaginan, ni tienen en cuenta, mi vida profesional en la compañía para la que trabajo. Y, por supuesto, pasa lo mismo al contrario. En realidad, en cada uno de los sitios conocen una parte de mí. Desde luego incompleta. Ya sé que es este un ejemplo algo superficial, pero puede servir para ilustrar lo anterior. Pensemos en nuestra vida matrimonial, en nuestras amistades o en lo que queramos. Sirve igual. Somos muy diferentes porque nos ven muy diferentes aunque somos uno solo, un intento de vida única.
Pues bien, esa es la razón (al menos la causa en un buen número de ocasiones) por la que terminamos haciendo daño a otros, por la que no entendemos lo que nos quieren decir (una forma muy común de destrozar al que tenemos enfrente). Simplemente desconocemos buena parte de lo que es, de lo que representa una cosa u otra en su vida, de lo amado u odiado por él. Lo que llamamos equivocación o mal entendido suele ser desconocimiento. No solemos gastar mucho tiempo en pensar que lo que vemos no lo es todo, que las personas enseñamos una parte y nos vemos obligados a ocultar la otra para poder ser aceptados por un grupo o un sujeto concreto, o por pudor o por miedo.
El ser humano se afana en ser uno, en ser una vida, pero quiere convertir la de los demás en lo que sabe o puede ver del otro. Así ni es justo con otros ni consigo mismo, puesto que se niega la posibilidad de descubrir territorios ajenos que le pueden enriquecer. Y esto hace daño. Poco o mucho. Es igual. El caso es que no hay forma de ser felices. Al menos del todo.
Y pienso sobre esto porque el narrador que he elegido para una de las partes de la novela en la que trabajo no quiere saber y no puede tampoco. Me está creando una serie de conflictos entre los personajes que me traen de cabeza. Lleva a unos y a otros hasta situaciones de difícil solución y al escritor a un callejón sin salida. Creo que no es el punto de vista adecuado. Hay que elegir de nuevo.
Qué curioso. Escribo y pienso en estas cosas. Y rectifico. Sin embargo, no me lo suelo plantear en mi vida diaria. Me lo tendré que pensar un poco mejor e intentarlo con más frecuencia. Aunque espero que hacerlo sea algo más fácil que escribiendo novelas.
Sin embargo, es difícil que el resto perciba ese esfuerzo. Una paradoja sin pensamos que todos lo estamos intentando al mismo tiempo. Siempre ocurre que en un hombre o en una mujer se descubren un buen número de vidas distintas. Son tantos los descubrimientos como observadores tiene el individuo. Si te mira fulano sólo verá una parte que interpretará a su gusto, si lo hace mengano pasará lo mismo. El ser humano afanado en tener una vida auténtica y exclusiva se ve maltratado por la mirada parcial del otro. Y siempre pasa. Siempre.
Dicho así no tiene demasiada importancia. No la tiene. Pero podemos añadir lo siguiente: es esta la razón por la que nos hacemos daño unos a otros (esto es muy de personaje de Baricco). No tener en cuenta que el otro es un todo se convierte en peligroso e injusto. Tener en cuenta sólo lo que conocemos de alguien, desdeñando el resto, nos lleva a juzgar con error, a tratar con error, a provocar daño.
Mis alumnos y compañeros de la Escuela de Letras o del Liceo Europeo no imaginan, ni tienen en cuenta, mi vida profesional en la compañía para la que trabajo. Y, por supuesto, pasa lo mismo al contrario. En realidad, en cada uno de los sitios conocen una parte de mí. Desde luego incompleta. Ya sé que es este un ejemplo algo superficial, pero puede servir para ilustrar lo anterior. Pensemos en nuestra vida matrimonial, en nuestras amistades o en lo que queramos. Sirve igual. Somos muy diferentes porque nos ven muy diferentes aunque somos uno solo, un intento de vida única.
Pues bien, esa es la razón (al menos la causa en un buen número de ocasiones) por la que terminamos haciendo daño a otros, por la que no entendemos lo que nos quieren decir (una forma muy común de destrozar al que tenemos enfrente). Simplemente desconocemos buena parte de lo que es, de lo que representa una cosa u otra en su vida, de lo amado u odiado por él. Lo que llamamos equivocación o mal entendido suele ser desconocimiento. No solemos gastar mucho tiempo en pensar que lo que vemos no lo es todo, que las personas enseñamos una parte y nos vemos obligados a ocultar la otra para poder ser aceptados por un grupo o un sujeto concreto, o por pudor o por miedo.
El ser humano se afana en ser uno, en ser una vida, pero quiere convertir la de los demás en lo que sabe o puede ver del otro. Así ni es justo con otros ni consigo mismo, puesto que se niega la posibilidad de descubrir territorios ajenos que le pueden enriquecer. Y esto hace daño. Poco o mucho. Es igual. El caso es que no hay forma de ser felices. Al menos del todo.
Y pienso sobre esto porque el narrador que he elegido para una de las partes de la novela en la que trabajo no quiere saber y no puede tampoco. Me está creando una serie de conflictos entre los personajes que me traen de cabeza. Lleva a unos y a otros hasta situaciones de difícil solución y al escritor a un callejón sin salida. Creo que no es el punto de vista adecuado. Hay que elegir de nuevo.
Qué curioso. Escribo y pienso en estas cosas. Y rectifico. Sin embargo, no me lo suelo plantear en mi vida diaria. Me lo tendré que pensar un poco mejor e intentarlo con más frecuencia. Aunque espero que hacerlo sea algo más fácil que escribiendo novelas.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
3 comentarios:
Rotundamente cierto. Por eso siempre debemos llevar "tiritas" emocionales a mano, para cuando por desconocimiento acabamos hiriendo al que menos lo merece o hiriéndonos a nosotros mismos. En cualquier caso reconocer nuestras carencias y la imposibilidad de conocer el todo, puede ayuda a intentar que los males, inevitables, no se puedan reparar.
Exactamnete, así es.Intentamos todos llevar esa vida , una sola ,cuando en realidad somos un mundo. Un mundo armonico o caotico según actuemos o los demas entiendan esa actuación.Dañamos y nos dañan.Eso no tiene remedio (jamás podremos tener conocimiento pleno)pero sí podemos intentar que las heridas,que nos causen, duelan menos y que las causadas, sean las minimas.
Gracias Gabriel, reflexionar sobre su texto me ratifica en la certeza que núnca se lee en vano.
"Desafinado" es una de mi canciones "brasileiras" preferidas.
Maravillosa canción.
El texto me parece muy interesante y muy cierto.
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