7/5/06

Flores de papel


Los niños han despertado a su madre con los regalos en la mano. Flores de papel hechas con mimo y un par de discos. Los simulacros de plantita adornan un mueble. La música suena alta y hará que algún vecino se queje cuando me pesque en la escalera. Eso seguro. Nada que no se solucione con una sonrisa y un ademán cariñoso. Llevo años excusando ruidos, balonazos, llantos y cosas parecidas.
Guzmán se empeña en regar su flor de papel aunque le tratamos de explicar que se romperá si lo hace. Terminará consiguiendo lo que quiere. Guillermo cuenta con detalle el proceso de creación de las suyas. Cómo se cortó el papel, cómo tuvo que pegar cada pétalo, cómo envolvió con papel celofán el regalo. Gonzalo se dedica a la música porque para eso es el mayor y el que entiende el funcionamiento de cualquier aparato que hay en esta casa.
Parece que todo se calma. Logro cambiar el disco que sonaba por uno de Grant Green. El primer corte es una magnífica versión de “Moon River”. Y nadie se queja. Supongo que es cuestión de tiempo.
Estoy dando vueltas a un asunto que debería tener resuelto hace ya mucho tiempo. ¿Por qué escribo? ¿Por qué esto en lugar de otra cosa más rentable y menos incómoda? Creo que no me lo he planteado con seriedad hasta ahora.
La fama y la popularidad están descartadas. Los que buscan eso en la literatura se equivocan. Alguno podrá escribir algún libro que le lleve a las pantallas de televisión, al papel de los periódicos o a las emisoras de radio, pero no estarán haciendo literatura. Escribir lo puede hacer cualquiera. Incluso la chica esa que se casó con un torero y se dedica a llorar por los platós porque se le ha muerto el padre. Pero literatura no podrá hacer nunca jamás. Lo único que hacen es desvirtuar lo que significa escribir, destrozar un medio para conseguir un fin. Seguirán siendo populares por decir memeces en la televisión. Nunca por escribir. La literatura no hace famosos, sólo prisioneros.
Explicarse las cosas, el mundo. Esa es la opción que me ha gustado más. Siempre que me preguntaron solté esa respuesta. Pero tampoco. En realidad se escribe para representar una realidad que no fue, ni será. Lo escrito se articula como reflejo de lo que debería ocurrir, de lo único que haría coherente una vida que pierde sentido en cada golpe. Creamos un cosmos en el que no cabe otra cosa que no sea eso. Lo deseado, lo pensado por el escritor. Sirve de espejo para una realidad que no puede ser explicada, ni entendida, ni modificada. Se escribe, eso sí, para crear una realidad improbable que sirva de refugio en el que ocultar miserias y carencias.
Ordenar el mundo es otra de las razones que más y peor manejan los escritores cuando quieren dar cuenta de su oficio. El mundo puede ser más o menos cómodo, pero el orden (su propio orden) existe y le hace ser. Escribir es distorsionar esa realidad, confundirla. Otra razón que no me agrada.
Me empieza a preocupar todo esto. Estoy llegando justo al lugar en el que no quiero ni pensar.
Escribo porque tengo miedo, porque no tengo posibilidad de decir nada que tenga que ver con eso a nadie. Quizás sea así de sencillo.
Todos tenemos secretos inconfesables. No podríamos hablar de algunos asuntos con ninguno de nuestros mejores amigos. Con nadie. Sin embargo, escribo y todo vale. Creo un artefacto que llamamos narrador y carga con toda la responsabilidad. Y si no es él serán los personajes o cualquier otra cosa. Falso. Escribimos, seguramente, para no llevarnos puesto a la tumba lo peor de nosotros mismos, de los demás. Ni lo mejor. Tampoco acostumbramos a reconocer las excelencias de nadie. Se escribe para poder decir lo oculto.
Es verdad que escribir sirve para eso y, también, para profundizar sobre la idea que se enquistó en alguna parte, para descubrir definitivamente el miedo a algo. Un autor enfrenta el asunto con licencias suficientes que de otro modo no conseguiría tener nunca.
Un personaje tendrá que soportar tensión narrativa y reflexiva. Si no soporta ambas el diseño será fallido. Todos los materiales narrativos tendrán que estar al servicio de ese progreso reflexivo y vital. Es decir, el personaje nace para vivir esa experiencia única. Pero no podemos olvidar algo fundamental: el miedo, el fantasma, la vivencia que sirve de germen, son las del autor. Y se van convirtiendo en lo que él desea. Una única forma de exteriorizar el problema. Por eso escribir, vivir o sufrir son la misma cosa. Y es esta la razón por la que el autor intenta desesperadamente tomar distancia con respecto al relato. Sin esa perspectiva no se puede escribir una sola línea que trate de ser literatura cara.
El escritor se regala con cada página una flor de papel. Celebra que, al fin, lo ha podido sacar y endosárselo al pobre personaje. Sea lo que sea. Flores de papel hechas con mimo. Y con miedo.

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