El joven Guzmán está viviendo su primer gran reto. Todos los adultos que le rodean intentan que deje de utilizar pañal. He de confesar que yo no. Me parece que no es el momento. Demasiado pronto. Pero en la guardería han comenzado y eso ha hecho que la maquinaria comenzase a funcionar. De momento el saldo es negativo. Algo ha hecho estando sentado en el orinal, pero poco. El resto en lugares diversos que van desde el salón al portal de casa.
Le pasa a Guzmán lo mismo que a todos nosotros cuando nos enfrentamos con las cosas a destiempo. Cada año conozco a un buen número de personas que no leen un libro ni aunque les torturen. Creen, desde el convencimiento absoluto, que la lectura es un esfuerzo, un coñazo, algo con lo que no hay que perder un solo minuto. Suelo preguntar, siempre que puedo, para intentar descubrir la razón de esa fobia. Y es muy habitual encontrarse con un problema que arrastramos hace muchos años. El que ha tenido que leer “La Celestina” o “El Quijote” por obligación no ha vuelto a leer por placer. Le enseñaron que leer servía para aprobar y una vez que los estudios acabaron la lectura desapareció. Eso en el mejor de los casos. Es mucho más frecuente topar con individuos que tienen esto del leer por algo espantoso y no hicieron el esfuerzo de acercarse a los libros cuando se lo exigían. Esos ni obligados ni sin obligar.
Desde luego a mis alumnos no les pasa eso. Leen a Cervantes y lo hacen bien, pero leen a Carver que les gusta más. Alternamos lo que para ellos es un tostón con libros mucho más cercanos, de lectura más cómoda, más placentera si el lector es un muchacho de quince o dieciséis años.
No descubro nada del otro mundo. Intentar asomarse a la literatura leyendo a James Joyce es un disparate. Cada libro tiene su momento para ser leído. Por eso cuando abrimos uno cualquiera y somos incapaces de pasar de la segunda página lo mejor es cerrarlo y ponerlo en lista de espera. Es esa una costumbre muy saludable.
He decidido comprar al joven Guzmán un par de libros de su edad, de esos que tienen pulsadores y las hojas de cartón muy grueso. El pobre está viviendo su primer gran reto y no quiero que se enfrente a libros para niños mayores. Bastante tiene con poner cara de “se me ha escapado” cada dos por tres. A ver si se va a estresar la criatura.
Le pasa a Guzmán lo mismo que a todos nosotros cuando nos enfrentamos con las cosas a destiempo. Cada año conozco a un buen número de personas que no leen un libro ni aunque les torturen. Creen, desde el convencimiento absoluto, que la lectura es un esfuerzo, un coñazo, algo con lo que no hay que perder un solo minuto. Suelo preguntar, siempre que puedo, para intentar descubrir la razón de esa fobia. Y es muy habitual encontrarse con un problema que arrastramos hace muchos años. El que ha tenido que leer “La Celestina” o “El Quijote” por obligación no ha vuelto a leer por placer. Le enseñaron que leer servía para aprobar y una vez que los estudios acabaron la lectura desapareció. Eso en el mejor de los casos. Es mucho más frecuente topar con individuos que tienen esto del leer por algo espantoso y no hicieron el esfuerzo de acercarse a los libros cuando se lo exigían. Esos ni obligados ni sin obligar.
Desde luego a mis alumnos no les pasa eso. Leen a Cervantes y lo hacen bien, pero leen a Carver que les gusta más. Alternamos lo que para ellos es un tostón con libros mucho más cercanos, de lectura más cómoda, más placentera si el lector es un muchacho de quince o dieciséis años.
No descubro nada del otro mundo. Intentar asomarse a la literatura leyendo a James Joyce es un disparate. Cada libro tiene su momento para ser leído. Por eso cuando abrimos uno cualquiera y somos incapaces de pasar de la segunda página lo mejor es cerrarlo y ponerlo en lista de espera. Es esa una costumbre muy saludable.
He decidido comprar al joven Guzmán un par de libros de su edad, de esos que tienen pulsadores y las hojas de cartón muy grueso. El pobre está viviendo su primer gran reto y no quiero que se enfrente a libros para niños mayores. Bastante tiene con poner cara de “se me ha escapado” cada dos por tres. A ver si se va a estresar la criatura.
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