16/7/09

Sin vivir


El miedo es libre. El odio también lo es.
Si se unen en la conciencia te convierten en esclavo. Dejas de pensar en lo amable de la vida intentando que tu rival se convierta en la justificación que hará de lo tuyo algo rentable. Los errores propios los festejas con las debilidades de otros. Es así de mezquina la cosa. Pero, a la larga, el que pasa miedo eres tú, el que odia eres tú. Y de tanto justificar desapareces.
Desplazar los problemas no los hace menores ni propiedad del que no los tiene. Odias más cuanto más arrimas los tuyos a aquel que sigue sonriendo sin que le veas (sabe que te queda poco, que el miedo destroza) porque temes lo que te hace vulnerable. Mueres cada día con el terror a cuestas, el terror a ser descubierto en tu mezquindad, en tu bajeza.
La culpa siempre fue de otro. De eso te quieres convencer mientras borras con prisa el pasado que crees desaparecido para el resto (¡qué infeliz!). Y no quieres mirar para no pensar que el temor es cosa personal. Una actitud tan patética que consigue hacerte tambalear cuando sabes que, aunque pintaste a los demás con trazo imbécil, los dibujos terminaron siendo más listos que tú.
La culpa también la tienes en propiedad. Un residente incómodo. No vives porque la mala conciencia acosa desde arriba, ataca por los costados, siega debajo de tu peso. Y morirás con los ojos cansados porque dejaste pendiente la vida entera a cambio de querer destrozar la ajena. Pobre idiota. Libre en tu odio, en tu miedo. Fuerte como la mala hierba. Pero esclavo de un azar que termina cazando su presa. Siempre. No falla.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano

6 comentarios:

Svor dijo...

Cuesta mucho entender que en la medida que elijamos seremos libres.
Pero al occidental (del oritental no puedo hablar porque no tengo ni p idea) le ponen el sello de culpa al nacer, de la mano del miedo, y es prácticamente imposible desprenderse de ello. Estamos seteados en una exclavitud mental tan poderosa que aun no nos damos cuenta que la culpa es algo aprehendida y el miedo que genera esa culpa nada tiene que ver con el miedo como instrumento de supervivencia.

Carmen Neke dijo...

Despreciar a los demás es un signo de desprecio a uno mismo, tienes que reafirmarte hundiendo a los otros. El amor te hace fuerte, el odio te corroe y te destruye. En el amor, el miedo se convierte en esperanza. Y el amor, como todo en esta vida, empieza por uno mismo.

CumbresBlogrrascosas dijo...

Siempre se ha dicho, pero no sé hasta qué punto eso es cierto. El miedo te atrapa, no lo escoges tu, y el odio tal vez sea un mecanismo de defensa para luchar contra él, no sé. Ambos son irracionales y, por tanto, incontrolables. El miedo nos hace vulnerables; el odio, mezquinos.

La culpa es la pena que pagamos por nuestra cobardía y nuestra bajeza, eso lo sabemos, pero como bien dices, Gabriel, siempre miramos hacia otro lado en un desesperado intento de autojustificación. De lo contrario, sería imposible vivir con uno mismo.

Edda dijo...

Otra opción es hacerle frente y coger las riendas. Reconocer los errores propios no exime de la culpa, pero alivia. Dejar de ser un cobarde para convertirse en un valiente espanta al miedo y esconde nuestra parte más vulnerable y, a veces, es la única manera de cambiar el sin vivir por el sobrevivir.

POPY dijo...

Hola G.
No creo que el tenga miedo, odie.
Tengo miedo a los perros pero no los odio, quizá un poco de tirria a los dueños que los llevan sin correa ni bozal.
Si me muerden, supongo que sí, que echaría la culpa al dueño.
Aunque me suelo cambiar de acera para evitar percances innecesarios.
Creo que hay alternativas antes de llegar a odiar.
Lo del miedo es otra cosa.
Se puede temer a alguien y quererle.

Un beso

Almudena dijo...

Señor mío, odio tener que darle la razón.

Un besuco.