Llueve. Mientras, escucho “The Planets” de Gustav Holst. Pilotando Von Karajan. Y se nota. Gonzalo estudia o eso dice. Gimena pinta garabatos en una hoja de papel cuadriculado que me ha escamoteado en un descuido. Silvia y el resto de los niños están en el cine.
Un día tranquilo repleto del gris que cubre Madrid. Lentos los minutos, la luz y los sonidos que parecen querer darse más importancia de la que realmente tienen entre el silencio de una ciudad casi desierta. El viento barre las calles mojadas sin molestar. Sopla porque toca.
Un día tranquilo que invita a esto y a lo otro. A decir susurrando lo primero que te viene a la cabeza.
Hace unos días charlaba con Silvia sobre los silencios de un escritor. Las razones, sus significados, lo que representan en la mecánica creativa.
- Si alguien calla es por alguna razón. O bien no tiene nada que decir, o bien está madurando una idea para que la novela avance por el lugar adecuado. Quizás es tan sencillo como que no le apetece escribir. En cualquier caso, lo mejor es dejarlo estar.
- O las musas están de vacaciones, contestó Silvia.
- Eso no existe. He aprendido que las musas vienen embotelladas o del moro. Yo dejé de beber hace un siglo y no veo una china de costo desde hace otro.
- Pues entonces sigues empeñado en no querer tener la sensación de escribir para bobos. Te conozco como si fuera tu santa madre.
Una bandada de aves vuela dejándose ver sobre el fondo grisáceo que dibujan las nubes. Parecen algo despistadas. Van y vienen antes de continuar hacia no sé dónde. La primavera que llega antes de tiempo, que desaparece de pronto, equivoca a cualquiera. La punta de lanza se estira tomando un rumbo. Desaparecen.
Pocas veces alguien pregunta por tus silencios ocultando un interés sincero por tu obra o tu estado de ánimo. Lo normal es que si quieren que escribas es para ganar algo de dinero con ello. Eso unos. Otros lo que desean es que hables de ellos. Algunos se mueren por poder contestar. Te llaman para decirte lo poco que les ha gustado lo dicho o, peor, lo sueltan en cualquier sitio con toda la mala leche que pueden. Terminas acostumbrándote, sabiendo lo que puedes esperar de cada uno. Los que viven alrededor de alguien que escribe terminan pensando que todo lo narrado tiene algo que ver con ellos.
Poder escribir significa estar arrimado a la sensación de libertad que produce crear un universo de ficción para explicar el propio. Lo he dicho un millón de veces. Si esa sensación desaparece la escritura se convierte en una herramienta estéril. La literatura nunca debería convertirse en un arma con la que poder lastimar al autor. Me consta que hay sueltos un par de gilipollas que, incluso, utilizan lo que escribo para poner en entredicho mi labor profesional (muy alejada de la literatura, por cierto). Otros han intentado mezclar mi vida privada con el mundo de ficción que se estructura en lo que escribo. También los hay que utilizan un texto para descargar sus odios o para aliviar su estupidez intentando parecer un poco más listos desde una idiotez que les mata en soledad. Me sigue pareciendo mentira que algo así ocurra. Pero ocurre. Es mejor asumir que alguien está siempre dispuesto a contar el número de líneas de uno de tus textos para valorarlo así. No por lo que se dice. Y es preciso entender que así son las cosas.
- Es mejor estar calladito cuando uno debe hacerlo.
- Es mejor escribir cuando se es escritor, contestó Silvia sin dar mucha importancia a la conversación. Es verdad que me conoce bien.
La vida se reduce a un puñadito de cosas. A veces tan pocas que da miedo. Las contingencias son millones (es cierto que te arrastran a territorios antes imposibles), pero lo fundamental cabe en una conversación con la mujer a la que amas.
Vuelve a llover muy despacio. Gimena se ha dormido con el lápiz en la mano, sobre la cama, a mi derecha. Un pajarillo se ha posado en el muro de la terraza. Me mira con descaro. Suena el claxon de un coche. Todo sigue en calma.
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