Nadie debería pensar que esta crisis es peor que otras. Cuando digo nadie me refiero a los ciudadanos que tienen sus hipotecas relucientes, sus vehículos seminuevos aunque relucientes, los magníficos plazos de la lavadora sin pagar y relucientes o una vida normal y corriente y reluciente. Todo va a seguir igual. Los bancos comprarán otros bancos para ser más poderosos, las bolsas se desplomarán totalmente para que los que están agazapados hasta ahora (los bancos que comprarán otros bancos para ser más poderosos) multipliquen sus ganancias, los estados de todo el mundo habrán encontrado una excusa perfecta para publicar leyes injustas y subir los impuestos de forma desmesurada, las empresas echarán el cierre sin que nadie les pueda pedir cuentas y la venta de lotería se triplicará (más ingresos para el Estado). Los ricos serán mucho más ricos en unos meses (un par de años o tres como mucho) y los ciudadanos con vidas relucientes aprenderán a lustrar como puedan su día a día queriendo creer que todo es efímero. Nada que no pase desde que el mundo es mundo. Naturalmente, los pobres están condenados a serlo por siempre jamás. Los hay que llevan sin poder comer caliente años. A estos la crisis les da igual. Con ella o sin ella no comen ni tienen un retrete donde poder pasar un rato a solas o a la sombra.
Los que han metido la pata ganan cantidades desorbitadas, han derrochado el dinero, se han enriquecido haciendo lo que llaman ingeniería financiera a costa de arruinar a familias enteras, han comido en los mejores restaurantes del mundo teniendo como excusa los fabuloso de sus trabajos. Unos golfos. Sí, una banda de sinvergüenzas. Y ahora somos los ciudadanos hipotecados los que tenemos que arrimar un poco de nuestro dinero para salvar el mundo. ¿No sería mejor que estos chicos vendieran todo lo que han conseguido jugando a ser superlistos para sacar sus empresas adelante? ¿No debería dimitir media clase política por haberlo consentido? Pues parece que no. Mejor socializamos las pérdidas.
Lo trágico de todo esto es que somos millones de personas los que miramos sin decir ni una palabra. Quizás sea porque quisiéramos mantener nuestro estatus de ciudadano con vida reluciente a toda costa. Quizás creemos que poniendo lo que nos toca podremos dejar las cosas como están (los ricos muy ricos, los pobres muy pobres y el resto a vivir como hasta ahora). Es posible aunque lamentable.
Y lo gracioso (al menos para los que nos ganamos la vida alrededor de las empresas) es que hace unos meses los más listos daban lecciones diarias de inversión, había que postrarse ante ellos por ser los dioses actuales y hoy ni uno solo dice esta boca es mía. Nadie sabe qué hacer ni qué decir. Hay que esperar, ese es el plan alternativo de esta banda. Hay que esperar. Supongo que se están dando un margen prudente de tiempo para que puedan robarse entre ellos ahora que nadie se percata. Si además de hacer el capullo con el dinero de los demás se dedicaran a leer un poquito es posible que alguno aprendiera (y se lo dijera al resto) que la espera es lo que trae de cabeza al ser humano. No que es yo sea el presidente del club de fans de Friedrich Wilhelm Nietzsche, pero, dadas las circunstancias, es mejor leer algo inteligente que pensar que estamos en manos de un grupo de hombres estúpidos hasta más no poder. Al menos podremos presumir de intentar ser cultos para ser libres (hasta donde nos deje la crisis).
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