Del mismo modo que un personaje cualquiera puede sentir como una persona de carne y hueso, de esas que tenemos a nuestro lado, los personajes de novela crecen o desaparecen sin dejar rastro, mueren importándonos bien poco o se cruzan en nuestro camino dejándonos un poso importante. O no. Los personajes se hacen inmensos o una caricatura de sí mismos o nada de nada (es decir, están vacíos). Lo mismo que les pasa a nuestros padres, amigos o desconocidos. Lo mismo.
Esto, en literatura, sucede porque el escritor así lo quiere. En la vida real, por el contrario, es el azar o la necesidad (es lo mismo y cuando digo esto me refiero a que azar y necesidad son la misma cosa) lo que determina nuestro futuro. Y ahí es donde encontramos una de las grandes diferencias entre la ficción y la realidad. En la ficción nada queda en manos del azar, en la ficción el autor puede hacer o deshacer las cosas dependiendo de sus deseos sin que nadie le pueda criticar en el momento de tomar una decisión sobre el futuro de sus personajes. Construye el mundo como le apetece. A medida.
Para que esto ocurra, el autor tiene a su alcance una serie de recursos que le facilitan la labor. Por ejemplo, un personaje comienza a serlo sólo cuando le presentamos dialogando, enfrentando su logos a otro distinto, cuando se produce un choque del que el personaje saldrá modificado, el narrador (si es que es diferente) también y el lector conocerá lo necesario para entender ese mundo que se presenta. Sí, sólo después del diálogo. Un personaje puede aparecer en la primera página de una novela y no serlo (de forma absoluta) una vez acabada la obra. Podría ser un actante (estos son los que iluminan al personaje principal y actantes pueden ser los objetos también) y no un personaje. Es por eso que el diálogo es el recurso más importante en literatura y, por ello, el más difícil de manejar.
Salinger es un maestro. Hemingway lo fue. Faulkner es el mejor de todos, pero nadie se lo ha reconocido (seguramente porque no le leen o no le entienden). Entre los autores españoles destaca Gándara. Y alguno más domina la técnica de forma notable aunque son más bien pocos.
Lo que no parece que se pueda encontrar con facilidad es un tipo que maneje el lenguaje, que articule su discurso o dialogue con solvencia. En este mundo en el que el azar es el que manda, todos parecemos actantes. Actantes de medio pelo porque tampoco parece que nadie sepa al que ilumina o por quien es iluminado. Los personajes se quedan a medio hacer si no dialogan y los seres humanos nos quedamos a mitad de camino por la misma razón. El uso del lenguaje nos hace más personas. Sin duda. Evitar que nos quiten por ese lado lo poco que nos queda se nos antoja una idiotez y no hacemos caso. Hablamos y hablamos sin sentido hasta que toca decir algo importante y, en ese momento, nos quedamos sin palabras, sin argumentos para defender cualquier idea por pequeña y absurda que sea.
Maestros en el uso estúpido del lenguaje son los políticos, los presentadores de programas en televisión y locutores de emisoras radiofónicas. Frente a ellos pocos enemigos. Cuatro intelectuales que pasan calamidades para poder pagar el alquiler y un puñado de personas que son tachados de cursis, redichos, prepotentes o bobos. Los ancianos en su mayoría llegan a formar parte de este grupo cuanto más ancianos se hacen (cuando rozan la posibilidad se suelen morir de viejos). Vivimos el reinado de los que cuentan anécdotas, de los que presumen ser de lo más interesante porque se las saben todas (las anécdotas), de los que se enfrentan para discutir sin decir una sola palabra que aporte algo de luz al problema tratado. No podemos presumir de habitar en el país de los ciegos con el tuerto a la cabeza. Es una pena, pero no.
Los escritores hacen que sucedan las cosas a su gusto, corrigiendo todo aquello que la realidad no les permite regular. Aquí no hay nadie que haga nada ante el mal uso del lenguaje, ante tanta conversación superficial que se hace en público y que se traga la gente sin rechistar.
En un futuro no muy lejano no será necesario hablar porque ya nos lo dirán todo. Nuestros logos no podrán enfrentarse porque no habrá logos que puedan hacerlo. Ya nos lo dirán todo a través de la televisión. En los libros aparecerán los personajes conversando entre sí, soltando frases vacías a diestro y siniestro (como ahora, pero de forma salvaje y sin que nadie escriba una línea intentando arreglar el entuerto), sin saber que son actantes que pasarán por allí sin pena ni gloria. Como nosotros, como los seres humanos de carne y hueso. Como objetos oscuros sin posibilidad de iluminar a nadie.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
2 comentarios:
..."Hablamos y hablamos sin sentido hasta que toca decir algo importante ..."
Y algunos lo decimos ¡¡¡
Cierto es que cuando tenemos que decir lo importante.. nos arrugamos como pasas y cuesta... no se si por poca fluidez en el lenguaje o por razones inexplicables....
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