Una vez en mi vida dejé que el mundo reposara sobre las palmas de las manos. Miré con detenimiento la tranquilidad que se agitaba queriendo llenar todo. Las manos como un cuenco rebosante de futuro. Se lo entregué. Incondicional el gesto.
De vuelta, el polvo que queda se escapa entre los dedos. El pasado cae libremente amontonándose a su lado. Incondicional, también.
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