Eduardo, mi buen amigo, está algo triste. Conoció a una mujer hace unos meses, se enamoró y las cosas no parece que vayan bien. Ella dice estar “muy locamente enamorada de sí misma” y “un poco” del mejor limpiabotas de Madrid.
Hemos tomado un café. Me ha pedido que escribamos entre los dos una carta breve y práctica a su amada. Esto es lo que salió en un primer intento.
“Algún día te acercarás para pedirme todo ese amor que te di y ahora quieres entregar en otro lugar. Pero los días son diferentes para cada uno de nosotros y tus lunas no se parecen a las mías. Y yo no te daré nada porque se acabó cuando caminabas a mi derecha por si tropezaba o acaso tuvieras que agarrar una mano para no caer. Serán los años los que me devuelvan esas miradas cómplices en una fiesta que decían “soy tuya”. Me las traerán inmóviles sobre un recuerdo que se escurrió hace tiempo entre las sábanas”.
Eduardo, dice que la mujer a la que ama no suele leer mucho y que esta redacción no es la adecuada, que si le da algo así le deja seguro. Al revisar el texto hemos decidido que, dadas las circunstancias, deberíamos modificar algunas cosas. No la esencia de lo dicho. Segunda redacción de la carta.
“Algún día te acercarás para pedirme todo ese amor que te di y ahora quieres entregar en otro lugar. Ya nada es lo mismo. Si me dejas tú sabrás lo que haces, pero luego no vengas pidiendo explicaciones. Ya vendrás a pedir ayuda y ya te recordaré que me dejaste cuando más fastidiado estaba”.
Nada. No le gustó esa segunda versión. Eduardo, coño, qué quieres decir y cómo, le he preguntado. Pues que como me deje lo tiene claro conmigo, ha contestado. Pues venga, manos a la obra que tengo algo de prisa, dije. Tercera versión.
“Qué bien lo hemos pasado juntos y ya no somos capaces de mirarnos a la cara. Ahora o nunca”. (finalmente convencí a Eduardo para que eliminase la expresión “te lo advierto” que cerraba el texto).
Se ha guardado la servilleta en el bolsillo derecho del pantalón prometiendo tenerme al tanto de lo que pase.
Ahora pienso que, quizás, lo mejor hubiera sido entregar a esa mujer una nota que dijera “te necesito, no me dejes”. Eso o no decir ni pío. Las cosas son, casi siempre, más simples de lo que nos parecen.
© Del texto: Gabriel Ramírez Lozano
6 comentarios:
Hola G.
Me ha gustado muchísimo tu entrada de hoy, de verdad te lo digo.
Me gusta más la primera versión, en la segunda y tercera se le nota dolido. Si se siente o presiente el dolor ajeno eso hace más fuerte al contrario y lo que suele suceder es que te deje.
La primera, creo que le haría dudar un poco más, si es que tiene algo por lo que dudar. Veremos qué pasa. Espero nos cuentes el desenlace.
Un abrazo.
Si alguien te dice que ya no te quiere significa que todo esta dicho. El que se atreve a decir esto está acabado juega con ventaja y será más rígido cuando más débil vea al otro. Resumiendo: Eduardo se va a tener que buscar otra novia.
Ella se dio cuenta que no le alcanza con que sea lustrador. Ella quiere que confeccione los zapatos.
Estoy con sensible y con Popi, desde luego la primera era la mas impactante pero creo que recuperar un amor a base de palabras es pan de un dia, creo que amerita un distanciamiento temporal, que la cativa coja perspectiva y nuestro amigo sosiego y autoestima.
Pero hombre, si le estaban escribiendo un pedazo de bolero a la chica (qué poco me gustan los boleros, tan lacrimógenos ellos, puf)
Yo soy tan simplona, que con la última frase no escrita, me hubiera dado directamente al corazón sin tener que rebuscar palabras bonitas, ni rellenar hojas. ¡Me gusta "te necesito, no me dejes"!
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