Diciembre y enero son meses muy complicados. Los adultos nos dedicamos a pensar en cómo llegar a final de mes sin tener que echar mano de los ahorros para que los reyes magos lleguen con la bolsa llena de los regalos deseados. Los niños a pensar en si llegarán esos regalos o (muchos de ellos) en cómo asumir que todo era mentira y que son papá y mamá los que andan por Madrid intentando que el mundo sea más acogedor. Conocer esa verdad es, quizás, una de las más dolorosas o, al menos, una de las más impactantes. Descoloca a los niños y, de paso, hace que los padres se dediquen, por primera vez, a dar explicaciones a sus hijos.
Es verdad que los niños tienen una enorme capacidad de adaptación y pronto descubren que, en realidad, acaban de descubrir el chollo de su vida. Ya no sirven excusas. Si piden tal o cual cosa tienen la certeza de que el esfuerzo por parte de los falsos reyes será máximo. Ya no hay terceros culpables. Tienen nombre, apellidos, cara, sexo y usan un cuarenta de pie.
Los que tenemos menos capacidad de adaptación somos los adultos. Descubrir que los reyes son los padres, que el príncipe o la princesa azul no son más que personas normales a las que decidiste idealizar, que uno mismo es una personita de carne y hueso expuesta a que la vida le sacuda de lo lindo, que no eres capaz de ver las cosas hasta que alguien te obliga a mirar lo que no quisiste ver o, sencillamente, que vives dentro de una gran mentira construida por ti mismo, descubrir eso, decía, provoca una gran hecatombe difícil de gobernar.
Un buen día decides pensar sobre eso que ocurrió, sobre aquello que intuiste que no tenía mayor importancia, sobre lo que has tenido delante de las narices y que has despreciado porque no te podías creer que, en realidad, era lo que ahora ves con claridad. Y el mundo se derrumba. Ni eres tan estupendo (te lo dijeron para que te quedaras calladito), ni nada era como querías que fuera.
Descubres que todas las personas somos parecidas, que lo que te han echado en cara fulano o mengano lo han estado haciendo a la vez que tú, que si corres un poquito el velo te encuentras con una verdad escalofriante. Actitudes inflexibles, tranquilidad donde debería haber inquietud ajena, distancias largas donde creías que la cercanía era total, facturas pendientes, juicios que se produjeron sin que tú lo supieras, venganzas convertidas en una rutina insoportable, falsos amores, soberbia que ciega.
Nada es lo que parece. Todos tenemos las mismas cosas que ocultar. Por eso no nos confesamos entre unos y otros que los reyes magos no existen y que ni siquiera tienen una bolsa de regalos. No, lo que tienen es un montón de secretos que si te dejaran a los pies de la cama te obligarían a pegarte un tiro.
Los secretos son eso, cuestiones inconfesables que si permites que escapen del lugar en el que se encuentran arrasan con lo que encuentran a su paso.
Llueve en Madrid. Las nubes se unen a las azoteas. Los recuerdos y las explicaciones se pegan a la ropa que pesa más que nunca. El pasado inexplicable, duro, aplastante. La estrella guía no se ve. Ni se dejará ver nunca más para muchos. Unos saldrán adelante. Otros no. Unos seguirán pensando que, al fin y al cabo, la vida está llena de magia. Otros ya saben que allá donde miren se encontrarán con una realidad áspera.
Si lo quieren saber, yo no espero explicaciones de nadie, ni creo que esto sea el chollo de mi vida. Porque, efectivamente, no hay terceros culpables. Cada palo ha de aguantar su vela sabiendo que el esfuerzo de los reyes magos tiene un límite. Y que los reyes se han hecho mayores. Ya no sirven excusas. Mejor pensar en cómo llegar a final de mes, en arreglar la lámpara de la cocina, en ordenar la biblioteca o en qué hacer de comer mañana.
© Del texto: Gabriel Ramírez Lozano
5 comentarios:
Los Reyes Magos existen y se ponen la barba y los trajes cuando compran los regalos, cuando juegan con sus hijos, cuando los reprenden o les dan un beso, cuando les cuentan un cuento cada noche o soportan sus exigencias y pataletas... Incluso cuando caen extenuados.
Lo mejor es que no se dan cuenta de que están siendo guiados por una estrella: Su hijo.
Yo prefiero echar un poquito de soñador a la cuesta de enero y a la vida
Y sinceramente...
Prefiero ponerme una barba y un sombreo de fantasía a que un desconocido por mágico que sea le de los regalos a mis hijos.
Salu2
P.D: Esto de que esté tan de moda lo realista no nos va a traer nada bueno...
A pesar de saber que los reyes no existen, seguimos creyendo en ellos porque es necesario.
Pues a mi lo que me gusta es que la gente sea gente, no reyes, ni magos, ni superhombres ni nada de eso: gente achuchable y que haga aguas como yo.
Evidentemente, sabemos que no vienen los Reyes Magos con barbas y capas de terciopelo a dejarnos los regalos. Pero parece mentira la ilusión que solemos poner todos en ese día, en ver si algún regalo pone tu nombre, en sorprenderte a pesar de que tú misma te hayas puesto tu propio regalo...Lo mismo con muchos secretos; intentar vivirlos como tu propia fantasía y disfrutar mucho. Muchísimo. Que digan lo que quieran, o intenten chafarte tu historia,...si tú quieres, puedes seguir con tus fantasías e ilusiones. Vivirás mejor y transmitirás eso a los tuyos. Lo de "soy realista"...hay que saber estar ahí. Puedes ser realista hacia la parte optimista (aconsejable). Reduce muchos malos ratos.
Besos.
Hola G.
Creo que descubrir que los Reyes eran mis padres fue una de las cosas que jamás podré olvidar. Cuando mi madre lo admitió creo que una parte de mí se quedó ahí en la cocina haciendo chup chup como la olla express, testigo del momento. Creo que tal y como sentí en ese instante es lo que se siente cuando alguien te dice que has madurado algo. Nunca lo haré del todo. Me niego.
Un abrazo.
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