16/5/09

Más allá


Me han enviado algunos correos pidiéndome que aclare qué es eso de la trascendencia a la que hago referencia tantas veces. No el significado sino el efecto que produce en el hombre y, por extensión, en la literatura. Lo que no saben (creo) los que me lo piden es que a mí me han sido necesarios unos cuantos años para poder tener la idea clara. Y que, por tanto, será difícil que pueda decir algo de provecho en tan poco espacio. Voy a intentarlo con un ejemplo tomado de la realidad.
Supongamos que nos cruzamos con la mujer de nuestros sueños. Formamos una pareja desde ese momento y terminamos envejeciendo a su lado. Pues bien, el ejemplo que voy a manejar podría servir para cualquier instante de esa vida en común. Desde el primero hasta el último sin que la edad, los años juntos o las canas puedan modificar lo que diré a continuación.
Alcanzamos la realidad a través de los sentidos (vamos a suponer que de forma exacta para no entrar en asuntos filosóficos que ahora no interesan). Palpamos, olemos o vemos para que la razón ordene la información y tengamos acceso a la realidad. Después de Kant, todo esto no resistió demasiado bien, pero insisto que para lo que quiero decir sirve bien. Los sentidos forman parte de la realidad que alcanza.
Sin embargo, cuando nuestra pareja (esa que estará junta el resto de su vida) se abraza, cuando se besa, cuando el momento que viven se llena de erotismo, esa realidad se diluye, se difumina dando paso a la capacidad espiritual de la persona. Tocamos y al mismo tiempo sentimos algo que no vemos ni tocamos ni olemos jamás. En definitiva, la primera vez que eso ocurre, percibimos que el otro es mucho más de lo que se ve. Por decirlo de alguna forma accesible, es como si besáramos con nuestros labios a un espíritu, a lo que faltaba por descubrir del tú. No es que al tocar no notemos el roce de piel con piel. No. Sucede que ese sentido que agarra la realidad para que podamos manejarnos en ella, modifica su cometido y nos acerca esa trascendencia que tan bien escondida llevamos dentro y que sólo enseñamos a unos pocos a lo largo de nuestra vida. Cada abrazo, cada beso, se convierte en un descubrimiento, en la constatación de que el otro siempre esconderá algo nuevo con lo que sorprendernos. Su esencia, la suma de carne y espíritu. Estando en el planeta tierra podemos viajar allá donde queramos o nos lleven esas sensaciones, estando en el planeta tierra terminamos creyendo que él o ella están más allá de todo lo que podemos ver, oír, tocar, saborear u oler.
Pues bien, lo mismo podemos decir de las imágenes que encontramos en un buen poema o en un buen relato. Leemos y podemos imaginar, nos ponen delante un árbol y vemos el odio (es un decir, claro). Las palabras convertidas en imágenes no palpables aunque si sentidas de forma rotunda. Leemos aunque vamos más allá del libro que tenemos en las manos, de lo que se dice en él. La imaginación y la intuición se unen para llegar allá donde la voz narrativa procura llevarnos desde su credibilidad. Por esta razón es tan importante que aparezca lo relevante del silencio o la solvencia de lo dicho, que los personajes sean de carne, hueso y espíritu.
Más allá. En el arte eso es lo que manda. Y en el amor, y en el odio. Y en todo lo que llamamos realidad, se pueda tocar o no. La realidad es simbólica. Toda sin excepción. Símbolos desde donde nos comenzamos a explicar qué es lo que hacemos aquí, el camino que tenemos que recorrer, qué significa la muerte. A nosotros mismos, vaya. 
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano

5 comentarios:

Wara dijo...

La realidad no se percibe sólo a través de los ojos, Gabriel, todo nuestro yo tiene que ponerse en marcha para alcanzarla, por eso muchas veces no lo conseguimos, o la vemos distosionada.

Feliz fin de semana.

Isadora dijo...

¿Transcendente? Seguramente no es ni bueno ni malo en sí mismo. Es una actitud. Una forma de asumir la vida. Posiblemente, por exclusión, todo lo contrario a dejarse llevar, a ser superficial, a quedarse en lo anecdótico, a dejarse deslumbrar con la parafernalia de los acontecimientos.
Transcendente debe ser, imagino, quien vive la vida en toda su extensión, a pesar de uno mismo, y de lo que, con cierta asiduidad, le pide el cuerpo.
Transcendencia es todo lo contrario a lo que nos venden ahora quienes pretenden conformar nuestra forma de vivir, algo así como aquello de "dale alegría a tu cuerpo, Macarena" Transcendente seguro que es todo lo que no se disfraza de palabras grandilocuentes ni en uno sentido ni en el otro, por no necesitarlas.
Ni idea qué pueda significar ser transcendente!

Carmen Neke dijo...

Pues yo sí que entiendo (o creo entender) eso que llamas "transcendente", Gabriel. Es posible llegar a un estado cercano al del éxtasis místico cuando lees ciertos pasajes literarios, contemplas determinadas obras de arte o escuchas algunas piezas musicales. Es algo que te sobreviene sin previo aviso, y por un momento estás en otra realidad, más hermosa, más profunda, más transcendente si quieres.

Ni siquiera hace falta estar enamorado para sentirlo, aunque el enamoramiento ayuda, ¡vaya si ayuda!

Svor dijo...

Los sentidos abren los sentimientos conectores de trascendencia. Esa vivencia en pequeñas cuotas se asemeja a la crisis que alcanzan dos que se aman a solas.
Como decía un cómico argentino: Lo bre si bue dos veces bue...

Poma- Marta dijo...

Gabriel,mejor explicado imposible.
Maravilla trascendental la voz de Diana.