Siendo joven me inventé mi propia vida. Fui capaz de perfilar el futuro con exactitud casi matemática. El proyecto de vida estaba ahí como si se tratara de un libro más. Durante años intenté modificar lo menos posible eso que había pensado y llegó el momento en que tuve que ceder dejando que las cosas fuesen sin que yo interviniese, que fuesen por sí mismas. El proyecto inventado fue dejando espacio a la realidad. El futuro no se puede encorsetar porque el futuro no existe.
Sí, fue entonces cuando decidí escribir de forma regular, dedicar buena parte de mi tiempo a la literatura y entender que era la única salida a un problema que me había fabricado siendo joven y que, si no solucionaba, lo arrastraría durante toda la vida.
Fue entonces cuando descubrí que el hombre puede renunciar a todo (a todo sin excepción) salvo a su propio relato de vida, a esa explicación que necesitamos constantemente sobre lo que nos está pasando. Dios, la pareja que creímos definitiva, una casa de ensueño, el trabajo mejor pagado de la historia, la amistad, el amor, el proyecto de vida o lo que sea, es accesorio, pura anécdota en la vida. Lo importante es saber qué hacemos, por qué lo hacemos, quiénes somos. Todo se puede quedar atrás salvo uno mismo. El hombre es finito con vocación de ser infinito. El hombre llega a serlo cuando se explica, cuando entiende que hay un sentido, cuando se acerca a lo que no se ve. Dentro y fuera.
Y fue entonces cuando me enteré de que no sólo me había inventado un futuro sino que, poco a poco, había fabricado un pasado. Un futuro tan incierto como cierto el pasado. Las experiencias no vividas se hacían presentes como si aquello hubiera pasado tal y como yo quería creer, mezcladas con las que fueron. Vuelta a empezar.
Pero fue entonces cuando descubrí lo que significaba escribir y lo que significaba hacer literatura. Se abrió un abismo entre una cosa y otra. Había parecido lo mismo durante años. Y la conmoción fue tal que las bodegas, hasta ese momento tranquilas, llenas de cosas que no llegaba a intuir, se convirtieron en paso obligado al escribir cada palabra. Y todo aquello que fui encontrando lo convertí en personajes, escenarios, tramas y puntos de vista. Había que construir una realidad en la que pudiera dibujar lo que fue, lo que no fue, lo deseado, lo odiado, a los otros y a los que nunca existieron pero parecían estar, a mí mismo. Una realidad en la que pudiera respirar, en la que enmendar esto o aquello permitiera seguir buscar un sentido en la realidad tosca y hostil.
Por eso escribo. Y por eso lo hago mi forma de existir. Porque es mi vida entera. Sin la literatura no hay más allá del mismo modo que sin creer en lo trascendente tampoco hay futuro. Del mismo modo que más allá de uno mismo el mundo se acaba.
© Del texto: Gabriel Ramírez Lozano
Sí, fue entonces cuando decidí escribir de forma regular, dedicar buena parte de mi tiempo a la literatura y entender que era la única salida a un problema que me había fabricado siendo joven y que, si no solucionaba, lo arrastraría durante toda la vida.
Fue entonces cuando descubrí que el hombre puede renunciar a todo (a todo sin excepción) salvo a su propio relato de vida, a esa explicación que necesitamos constantemente sobre lo que nos está pasando. Dios, la pareja que creímos definitiva, una casa de ensueño, el trabajo mejor pagado de la historia, la amistad, el amor, el proyecto de vida o lo que sea, es accesorio, pura anécdota en la vida. Lo importante es saber qué hacemos, por qué lo hacemos, quiénes somos. Todo se puede quedar atrás salvo uno mismo. El hombre es finito con vocación de ser infinito. El hombre llega a serlo cuando se explica, cuando entiende que hay un sentido, cuando se acerca a lo que no se ve. Dentro y fuera.
Y fue entonces cuando me enteré de que no sólo me había inventado un futuro sino que, poco a poco, había fabricado un pasado. Un futuro tan incierto como cierto el pasado. Las experiencias no vividas se hacían presentes como si aquello hubiera pasado tal y como yo quería creer, mezcladas con las que fueron. Vuelta a empezar.
Pero fue entonces cuando descubrí lo que significaba escribir y lo que significaba hacer literatura. Se abrió un abismo entre una cosa y otra. Había parecido lo mismo durante años. Y la conmoción fue tal que las bodegas, hasta ese momento tranquilas, llenas de cosas que no llegaba a intuir, se convirtieron en paso obligado al escribir cada palabra. Y todo aquello que fui encontrando lo convertí en personajes, escenarios, tramas y puntos de vista. Había que construir una realidad en la que pudiera dibujar lo que fue, lo que no fue, lo deseado, lo odiado, a los otros y a los que nunca existieron pero parecían estar, a mí mismo. Una realidad en la que pudiera respirar, en la que enmendar esto o aquello permitiera seguir buscar un sentido en la realidad tosca y hostil.
Por eso escribo. Y por eso lo hago mi forma de existir. Porque es mi vida entera. Sin la literatura no hay más allá del mismo modo que sin creer en lo trascendente tampoco hay futuro. Del mismo modo que más allá de uno mismo el mundo se acaba.
© Del texto: Gabriel Ramírez Lozano
9 comentarios:
inventar un futuro y un pasado... qué bonita reflexión... y pensar que a todos nos pasa igual es iguala decir que todo es un gran embuste... buena entrada, gabriel
Puedes tratar de olvidar un pasado, sin conseguirlo, fingir un presente a duras penas y soñar un futuro, pero pensar que más allá de uno mismo el mundo se acaba... Me recuerda a alguien que me dice que no concibe que el mundo continúe cuando él ya no esté, mientras, los ojos se le llenan de lágrimas y a mí me desarma.
El escritor que vive en la literatura sabe del peso de estas palabras.
Tus reflexiones son magníficas. ME quedo especialmente con: "Todo se puede quedar atrás salvo uno mismo".
Besos!
Hola Gabriel.
He llegado hasta tu blog después de que un mensaje de Facebook me indicara que me habías agregado como amiga.
Precisamente llevo varios meses intentando aprender a escribir mejor y, logicamente, voy a pasearme por tu blog. Sin duda, va a ser provechoso hacerlo.
Un abrazo.
Lupe García (Maat)
Yo nunca he podido , ni de lejos, planificar mi vida, que ha sido bastante azarosa sin ser para nada interesante. Ha sido ella la que me ha manejado a mí y cuando he tomado decisiones importantes ha sido empujado por las circunstancias, aunque parece que, por fin, he llegado a una cómoda estabilidad. El proceso no ha sido fácil, pero ignoro si lo habría sido más de haber seguido un plan previo.
Lo que explicas sobre tu proyecto de vida me recuerda a la emancipación de algunos personajes, que al comenzar a escribir tenías bastante perfilados y ves como poco a poco se te escapan de las manos sin que puedas hacer nada, como si hubieran cobrado vida propia. En tu caso, fue tu propia vida la que tomó vida propia.
No se puede vivir aferrado a un plan inamovible, eso es la esclavitud. Cuando hubiste de abandonar tu proyecto y “volver a la vida”, es cuando empezaste a ser tú. La vida te ofrece muchas opciones, entre las que puedes escoger, y tu escogiste escribir. Por cierto, ¿estaba esa opción en tu proyecto de vida? Y, si era así, ¿por qué no comenzaste a escribir hasta que lo abandonaste?
Sea como fuere, aunque todavía te estoy descubriendo como escritor, agradezco a “tu propia vida” que venciera sobre tu “proyecto de vida”.
Buen post, como siempre.
Qué entrada tan buena, Gabriel. Y qué cierto eso de que tenemos que explicarnos constantemente nuestra vida a nosotros mismos.
Siéntete afortunado de poseer la capacidad de construir una realidad con lo que fue y lo que no fue, es un don impagable.
Supongo que planificar el futuro es una inocentada de la juventud.
La vida se encarga después de escribir el guion con letra clara, sin dejarte modificar ni una coma.
Es una suerte que hayas encontrado en la literatura tu forma de existir.
Y para los que te leemos, poder compartir tus reflexiones
Hola G.
Estoy contigo en todo.
Un beso
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