20/7/09

Oscuridad


Ya es costumbre en Gimena Ramírez levantarse de madrugada, cargar con sus muñecas preferidas, correr por el pasillo y meterse en la cama con papá y mamá. Entre medias, acomodándose casi al instante. Hace bien mientras pueda seguir abusando de su condición de hermana pequeña entre tanto muchacho (sólo se lo permitimos a ella).
Los niños arreglan sus problemas con naturalidad. Bien llorando hasta que el responsable de lo que sea le soluciona el asunto, bien haciendo lo que les da la gana (saben que si lo hacen con una pizca de gracia nadie les pondrá pegas) o bien pidiendo clemencia a través de la zalamería (los niños lo hacen hasta que cumplen cinco o seis años, las niñas hasta que se hacen ancianitas). Arreglan lo que sea preciso. Con ayuda o sin ella. Sea fácil la cosa o sea imposible. Lo arreglan.
Los adultos no arreglamos casi nada. Lo intentamos, pero no hay forma. Siempre dejamos un último pensamiento que arrastre lo peor de lo que ha pasado para no olvidarlo. Después de firmar la paz o de conseguir algo del otro, justo cuando besamos al enemigo, pensamos en cómo nos encontraremos por un camino imposible de transitar. Los niños no llevan rencor en sus mochilas. A los adultos nos rebosan las nuestras.
Ya no tenemos la cama de papá y mamá preparada para que, en el momento de apuro que siempre genera la oscuridad, podamos acomodarnos entre ellos sabiendo que allí estamos seguros. El paso del tiempo hace que esa oscuridad se instale en los costados obligando a que caminemos por una senda trazada por otros, llena de hojas secas que nadie se paró jamás a recoger y que están allí desde que el mundo es mundo. Un paso en falso y estás perdido, sabiendo que el que perdone u ofrezca se llevará consigo una factura por pagar. La oscuridad del niño es esa donde no se ve. La nuestra, la de los adultos, es la que no se ve. Pero está.
© Del texto: Gabriel Ramírez Lozano

8 comentarios:

Edda dijo...

Ah, no, de eso nada, no vale tirar la piedra y esconder la mano :)
Así que las niñas, nosotras, sabemos solucionar los problemas, siempre, aunque sea con zalamería ¿no? Pues los niños, vosotros, deberíais tomar ejemplo y ser más zalameros, cuánto mejor os iría ;p

Veo a Gimena con una lamparita abriéndote el camino, ains.

Carmen Neke dijo...

o bien pidiendo clemencia a través de la zalamería (los niños lo hacen hasta que cumplen cinco o seis años, las niñas hasta que se hacen ancianitas)

Cómo te gusta buscarnos la boca, Gabriel :))))))))))))) Vamos que no podéis llegar a ser zalameros los hombres, cuando os da la gana...

Te lo perdono (y sin rencor alguno) porque hoy has puesto una de mis canciones favoritas, lástima del anuncio de la cerveza
Mahou.

CumbresBlogrrascosas dijo...

¿Y en qué momento se pasa de la oscuridad donde no se ve a la oscuridad que no se ve? ¿Qué hace que la una se transforme en la otra? ¿Llegarían los niños a ella sin la influencia de los adultos?

Zilniya dijo...

Muy interesante, siempre nos quejamos del comportamiento "infantil", "poco maduro", "caprichoso", de los niños. Pero luego son los adultos los que, después de formalidades, buenas maneras y otras máscaras, no arreglan nada de nada...

Svor dijo...

Jo... De chica no me solucionaban nada, ni dormía entre mis padres, ni arreglaba las cosas llorando como lo hacen hoy los niños, a pata suelta (aunque si lo hacia, por lo general, era a escondidas).
Yo creo que hay niños que descubren la oscuridad desde muy temprano.
El miedo al paso en falso, muchas veces, hace que no se de ninguno.

CumbresBlogrrascosas dijo...

Muy cierta tu última frase, Svor, y muy buena.

POPY dijo...

Hola G.
Creo que sigo buscando ese hueco en la cama de mis padres. Nunca lo tuvieron, sólo un abismo.
Un beso.

Anónimo dijo...

Yo he cambiado la cama de los padres que no tuve por una visita semanal al psicólogo. Me sirve. Y deseo que sea jueves para volver. Un beso...