Las vacaciones son de todo menos días de descanso cuando tienes alrededor a cuatro hijos. Es verdad que Gonzalo a sus quince años y una tranquilidad pasmosa ante cualquier cosa ya no da mucha guerra. Es verdad que Guillermo a sus doce años es capaz de entretener a sus hermanos pequeños con una imaginación desbordante. Es verdad que Guzmán a sus cinco años es un niño adorable que parece no estar porque se entretiene con lo que tiene a mano. Y es verdad que Gimena a sus dos años es una niña simpática y juguetona. Pero, también es verdad, que cuando se juntan los cuatro más de diez minutos parece que se declara una especie de guerra mundial. Gonzalo se convierte en pasota, Guille en un alborotador, Guzmán en un niño de cinco años que necesita la misma atención que los niños de cinco años y Gimena en una llorona insoportable. O los convertimos su madre y yo mismo pensando que las vacaciones son para todos y que tenemos el mismo derecho a disfrutar que cualquier ser humano. Todo se percibe dependiendo de la capacidad que tenemos para asumir los roles que nos tocan según vamos sumando días. Un día cualquiera te parece que eso (lo que sea) es muy gracioso. Y, al día siguiente, eso mismo te parece una de las torturas más crueles que se puede imaginar un ser humano.
Hemos pasado buena parte del día con Araceli. Además, por fin, hemos conocido a María, su hija mayor. Como siempre que estamos con Araceli, la charla ha sido tranquila, amable, simpática a veces, triste cuando se deja sentir la ausencia de Alberto. Mientras íbamos de la literatura a los asuntos de trabajo, lo difícil que es tratar con los hijos o a los golpes que arrea la vida te pongas como te pongas, no he podido evitar pensar en eso que tantas veces escuché decir a mi padre. La buena amistad se demuestra en los momentos malos. Y en los buenos. Y es casi más difícil demostrarla con la alegría delante que con las desgracias que apabullan. Eso me dijo muchas veces y nunca llegué a entender lo que significaba. Sólo el paso de los años me ha colocado en una posición en la que puedo ver con claridad lo que me pareció una frase hecha y algo gastada.
La única forma de sentir alegría con lo de otro es haciéndola propia, descargando de cualquier atisbo de envidia el sentimiento (no existe envidia buena y mala como a veces queremos porque la envidia es una lacra, sólo eso). La única forma de sentir la desgracia es desgarrándote al ver como el otro se hace pequeño ante el entorno, ante sí mismo (tampoco sirve el mínimo gesto fingido, o la pena es tuya o no existe).
Cada conversación que tengo con Araceli pienso en esto. Yo me alegro con sus cosas como ella se alegra con las mías. Ella se muere de pena con sus cosas y, de paso, me muero de pena yo. De forma sincera, sin pliegues, de verdad. Y eso es lo que hay.
Entre amigos, la gracia está en evitar que uno convierta su vida en un desierto. Y si lo es, está en agarrar la maleta para hacer el viaje a su lado. Y la gracia está en evitar que uno convierta la vida en una fiesta permanente porque no lo es (no, no lo es) y termina haciéndote trizas antes o después.
Mis hijos son cuatro y muy guerreros. Pero no son ni unos santitos ni una especie de demonios que me están jodiendo la vida. No. Son niños. Hacen lo que hacen cuatro niños en verano. Ni más ni menos. Silvia y yo hacemos nuestro trabajo tan bien como sabemos. Punto.
Araceli es amiga. Y la vida no es tan mala como la pintamos a veces. Ni tan buena como nos ha podido llegar a parecer en un momento u otro. Y debemos hacer nuestro trabajo tan bien como sabemos. Siendo buenos camaradas que pelean espalda con espalda. Punto. Y nos alegramos de lo bien que nos va. Y nos lamentamos de lo mal que nos va. Y cuando nos hemos encontrado cruzando el desierto nos hemos ofrecido la cantimplora. Porque es lo suyo. Mientras, los niños son niños. Y nosotros somos amigos. Un rol más que se interpreta bien o mejor ni se toca.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
Hemos pasado buena parte del día con Araceli. Además, por fin, hemos conocido a María, su hija mayor. Como siempre que estamos con Araceli, la charla ha sido tranquila, amable, simpática a veces, triste cuando se deja sentir la ausencia de Alberto. Mientras íbamos de la literatura a los asuntos de trabajo, lo difícil que es tratar con los hijos o a los golpes que arrea la vida te pongas como te pongas, no he podido evitar pensar en eso que tantas veces escuché decir a mi padre. La buena amistad se demuestra en los momentos malos. Y en los buenos. Y es casi más difícil demostrarla con la alegría delante que con las desgracias que apabullan. Eso me dijo muchas veces y nunca llegué a entender lo que significaba. Sólo el paso de los años me ha colocado en una posición en la que puedo ver con claridad lo que me pareció una frase hecha y algo gastada.
La única forma de sentir alegría con lo de otro es haciéndola propia, descargando de cualquier atisbo de envidia el sentimiento (no existe envidia buena y mala como a veces queremos porque la envidia es una lacra, sólo eso). La única forma de sentir la desgracia es desgarrándote al ver como el otro se hace pequeño ante el entorno, ante sí mismo (tampoco sirve el mínimo gesto fingido, o la pena es tuya o no existe).
Cada conversación que tengo con Araceli pienso en esto. Yo me alegro con sus cosas como ella se alegra con las mías. Ella se muere de pena con sus cosas y, de paso, me muero de pena yo. De forma sincera, sin pliegues, de verdad. Y eso es lo que hay.
Entre amigos, la gracia está en evitar que uno convierta su vida en un desierto. Y si lo es, está en agarrar la maleta para hacer el viaje a su lado. Y la gracia está en evitar que uno convierta la vida en una fiesta permanente porque no lo es (no, no lo es) y termina haciéndote trizas antes o después.
Mis hijos son cuatro y muy guerreros. Pero no son ni unos santitos ni una especie de demonios que me están jodiendo la vida. No. Son niños. Hacen lo que hacen cuatro niños en verano. Ni más ni menos. Silvia y yo hacemos nuestro trabajo tan bien como sabemos. Punto.
Araceli es amiga. Y la vida no es tan mala como la pintamos a veces. Ni tan buena como nos ha podido llegar a parecer en un momento u otro. Y debemos hacer nuestro trabajo tan bien como sabemos. Siendo buenos camaradas que pelean espalda con espalda. Punto. Y nos alegramos de lo bien que nos va. Y nos lamentamos de lo mal que nos va. Y cuando nos hemos encontrado cruzando el desierto nos hemos ofrecido la cantimplora. Porque es lo suyo. Mientras, los niños son niños. Y nosotros somos amigos. Un rol más que se interpreta bien o mejor ni se toca.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
8 comentarios:
Buenas vacaciones!
Buenos amigos!
Ánimo Gabriel, que apenas falta un mes para que vuelvan a empezar los colegios :)))))
Y ya te podías haber buscado otra ilustración, de verdad: te cambio cuando quieras una niña llorona por un niño que puede pasarse HORAS imitando la risa insoportable de Sponge Bob. No aguantarías ni diez minutos, te lo aseguro.
La amistad es palabra gruesa, y desde luego, tu padre tenía razón.
Disfrutar de la alegría ajena, como propia, es un privilegio, creo que solo posible si existe un poso.
La vida discurrirá entre risas y llantos, es inevitable, pero, mientras nosotros, somos amigos.
Un mal día, ¿eh?
La vida tiene sus momentos, la de todos. Cierto que la vida no es una fiesta permanente, pero nadie vive en un infierno permanentemente, se extinguiría.
Los niños como mucho pueden conseguir que envejezcamos más deprisa, pero seguro que lo hacemos sonriendo, porque ellos también tienen sus momentos y además van pasado tan rápido que no nos damos cuenta. Sólo tienes que echar la vista atrás un poquito, ¿o ya no recuerdas sus ausencias?
No hay mejor sensación que esa que te llena el estómago de burbujas, y que hace que el corazón lata tan fuerte que parece que va a salirse del sitio, esa sensación que te llega cuando a un amigo le van bien las cosas. Muchas veces he tenido que reprimir una sonrisa de tonta y un grito de "ahí va fulanito, ¡con un par".
Contagiarte de la alegría de un amigo es tan sensacional como desgarrador es contagiarte de su pena.
Besucos.
La amistad es algo tan bello que debemos de cuidar, mimar y por supuesto disfrutar cuando la poseemos...
Un amigo está en lo buenos momentos, porque son fáciles, pero lo más difícil es estar en aquellos que no son tan buenos o son tan duros que en nuestro interior no encontramos palabras de consuelo, pero como las olas al chocar contra las rocas salpican gotas que llevan consuelo.
Y las vacaciones.. vacaciones son ... a disfrutarlas pues..
No es lo mismo .. pero parecido..
Las vacaciones: peligro de convivencia, con niños o sin ellos... e intentar ser feliz...
Tenemos taaantas cosas innecesarias y tan poco tiempo para lo verdaderamente importante...(no es mi caso ahora, pero en general es así, a mi me sobra tiempo ahora mismo, pero eso no es nada bueno, te lo aseguro... :)
Precioso tema: Fly Me To The Moon...a ritmo de "bosanova"... deliciosa canción...
Amo la música, pero... la buena!!
Hoy he "aterrizado" aquí ...y me alegro. Creo que esta vez he entrado hasta el fondo del relato. He captado matices que se me pasaron por alto la primera vez.
Tu padre te dijo una cosa muy sabia: es más dificil compartir la alegría del otro ...hacerla tuya, sin envidia, que llorar las desgracias de los amigos.
Recuerdo que me gustó también la 1ª vez el tema de los niños, tus niños, cuatro, qué maravilla. Había olvidado sus nombres, algunos de ellos. La pequeña Gimena, la ansiada niña, por fin...
Me alegro enormemente de haber caído hoy aquí, en este relato otra vez, ahora seguiré buscando más cosas interesantes que me hagan reflexionar para bien. Que me den paz.
Que lo que alguien expone con todo su amor, sea recibido de igual modo por muchos es algo mágico.
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