Todos creemos poseer grandes secretos acerca de nosotros mismos. Los cuidamos con mimo, procuramos no mostrarlos en ninguna circunstancia, pase lo que pase. Pero los llevamos siempre a cuestas. Y eso es un problema porque, un buen día, aparece alguien que te observa mínimamente convirtiendo tu gran secreto en la evidencia del siglo. Lo que pensábamos que era la quinta esencia de nuestra zona oculta se transforma en un cartel luminoso cuando aparece el que te dijo un día “mira a ti lo que te pasa es esto y aquello”.
El mundo, un escaparate de vanidades, hace que representemos el papel que mejor nos va para salir adelante. Por ejemplo, no nos sentimos queridos y nos dedicamos a querer mucho, a decir que queremos mucho cuando, en realidad, nos estamos agarrando al salvavidas que tenemos más próximo. Nos adoran veinte o treinta personas o la humanidad entera, creen que somos la encarnación del amor, una especie de aparición maravillosa que va dejando una estela única y exclusiva. Y, en verdad, lo que necesitamos es que aparezca con urgencia alguien que haga eso mismo con nosotros. Pero lo ocultamos para no perder ese hueco que nos permite una vida más agradable. Me quieren porque les quiero. Eso no lo queremos ni oír. Nos basta mientras nos engañamos sin rubor.
Todo llega. Un día cualquiera, un hombre o una mujer cualquiera, en el lugar más inesperado. Allí estás tú con tus secretos. Repartiendo lo que no eres. Se acerca y te dice “mira a ti lo que te pasa es esto y aquello”. Y el mundo estalla con violencia. Nada sirve. O buscas un buen escondite o se acabó lo que se daba, eso piensas cuando ocurre. Aunque quieres saber más, necesitas explicarte por qué algo tan oculto no ha pasado desapercibido para él o ella. Quieres saber porque eso es lo mismo que entender lo que te ha ido sucediendo. Pasas de ser un dios que todo lo sabe a ser un ser humano frágil que se puede quebrar en cualquier momento. Reconoces la línea recta. Y decides descargar allí mismo un equipaje que no quisiste nunca, la fatiga ya no se disimula. Estas indefenso, completamente indefenso.
Los que te adoraban se preguntan qué ha pasado. Ellos dejan de recibir. No entienden, no son capaces de percibir que te estás encontrando, que te dibujas como nunca lo hiciste y que el esbozo carece de lo que nunca tuviste. Celebras tu llegada. Y ya no repartes, ahora te entregas sin condiciones.
El día que, por fin, nos arrancamos el disfraz nadie puede esperar de nosotros algo que no sea auténtico. Y lo auténtico está reservado para unos pocos. Puede ser que para uno sólo en el mundo.
Adiós a la vanidad, adiós a lo superficial. Te sientas pensando en ti, a solas. Sabes que ya no tienes razones para renunciar a ti mismo, tranquilo. Por fin recuerdas qué era eso que llamabas felicidad. Y esperas con impaciencia que se acerque a ti para terminar de construirte. Con calma, con el poso de esperanza que aporta la verdad.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
7 comentarios:
aaaaaahh felicidad ese divino tesoro.. que nos empeñamos en no mostrar demasiado por si no la arrebatan....
Eres un mariconazo. ¿Y ahora qué hago? ¿Cómo se te ocurre decir esto? Hablaré con mi psiquiatra.
¿Es vanidad ser consciente de lo que uno no es, o es simplemente estupidez?
Para nada estoy de acuerdo con usted, salvo que tan sólo haya pretendido provocar posibles reacciones a sus palabras.
Habla de “grandes secretos” y yo entiendo que se refiere a esa pequeña parcela de privacidad que no se esconde pero si se retrae púdica e interesadamente a la observación y, por tanto, opinión de los demás. Y si la descubren, pues que la descubran, ¿por qué nos íbamos a avergonzar de ella si forma parte de nosotros, y seguros como estamos de nosotros mismos, por supuesto dentro de un orden, en forma alguna íbamos a justificarnos por ello?
Sigue hablando del “mundo”, un “escaparate de vanidades”, y ahí si me ha dado usted. Seguro que pensando así el mundo es lo que dice, pero el mundo se suele reducir, si una lo piensa un poco, a “su propio mundo”, es decir, una nimiedad, una pequeñez , y ahí ese rutilante escaparate de vanidades se reduce a un pequeñísimo expositor apena observado por muy pocos y con efectos secundarios perfectamente asumibles.
Sigue diciendo que “me quieren porque les quiero”, y seguramente en los términos enunciados es una verdad absoluta para el común de los mortales; es simplemente la definición, en el concepto más positivista de la cuestión, de las obligaciones reciprocas, el “do ut des” quintaesencia de la manifestación del altruismo del ser humano. Pero ello, con ser lamentablemente cierto, no deja de ser una pretensión chata dentro de las pretensiones o aspiraciones posibles y, por la misma razón, ahí lo dejo.
¿Cómo comentarle lo del “dios que todo lo sabe”? Si uno es capaz de considerarse un dios que todo lo sabe y no está dispuesto en ningún caso a asumir que en cada momento de su vida se puede convertir en un idiota integral, es que es doblemente idiota y no tiene remedio alguno.
En fin, seguramente ha pretendido provocarnos intentándonos sacar de nuestro estado habitual de somnolencia más que aleccionarnos sobre lo que pudiera ser el ser humano. Si ha pretendido lo primero, en mi caso lo ha conseguido de pleno: yo es que soy así, que salto a las primeras de cambio y sin necesidad de estimulo alguno; soberbia, que no vanidosa, que es una; y si ha pretendido aleccionarnos sobre lo que suele ser el ser humano y no debiera ser, pues se ha quedado corto y ha pecado de generosidad y condescendencia. En ocasiones, por no decir casi siempre, queremos a quienes no nos quieren y despreciamos a quienes nos tienen en consideración. Incluso nos pirra participar en este circo de tres pistas por el simple placer de formar parte de la función aunque nadie advierta nuestra presencia sin percatarse de nuestro número. Nos encanta salir de nosotros mismos ¿mendigando? - ¡ dios nos libre! – una mirada o una palabra. Si además es amable, ¡el colmo!
Pues yo sí estoy de acuerdo con lo que dice G. en el texto. Totalmente. Y me da igual si lo ha dicho para provocar, para llenar espacio en el blog, o porque esta tarde se le ha ido la mano con el coñac después de comer. La intencionalidad del escritor no tiene por qué coincidir con lo que el lector encuentra en su texto.
Sólo cuando alguien da en el clavo, lo que dice escuece.
Estoy de acuerdo con lo que dices, pero no siempre se utiliza un disfraz para seguir adelante. LLega un momento que se cae y no sirve. A veces es más útil una coraza. Con ella sigues siendo tú, pero no dejas que te hagan daño.
Claro que todos llevamos coraza o disfraz para poder sobrevivir.
Pero todos deseamos encontrar con quien quitarnosla
Suscribo a Araceli.
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