La lectura de algunos libros marcan definitivamente, orientan el pensamiento y la mirada del lector hacia territorios poco frecuentados antes de producirse esa lectura.
Una de mis alumnas más jovencitas acaba de terminar la novela “Mientras agonizo” de William Faulkner. Me decía: ¿Cómo es posible que un mundo tan repugnante como el que se pinta en la novela pueda parecerte reconocible? Es como si ya hubiera estado allí, muchas veces. Y, sin embargo, no tiene nada que ver con mi vida. Es lo mismo que sufrir de vértigo. La caída parece arrastrarte, es como si te llamara y tú no pudieras resistirte a acudir sabiendo lo que te espera. Y lo que te espera es el horror y la muerte.
Siempre he pensado que el lector lo que quiere es conocer y reconocer su propio horror y su propia muerte en la de otros. Sería más exacto decir “en otros”. Es verdad que puede ocurrir lo mismo con la diversión y el amor. La diferencia es que eso podemos conocerlo y reconocerlo en una sala de fiestas. Hay más opciones.
Una lectura que se limite a una opinión sobre lo bien escrita que está la novela es una lectura estéril porque el que nos cuenta pone a nuestro alcance mucho más que un alarde retórico o estilístico, mucho más que una sucesión de divertidas o espantosas anécdotas que sirven para entretener el pensamiento con milongas. Lo que se pone enfrente del lector al escribir ha de ser una representación de la realidad que se incorpore a la del individuo. Eso se toma o se deja. No caben opiniones. Otra cosa es que, más tarde, las personas que necesitan vivir de ello, analicen las obras y nos lo cuenten en un ensayo que puede ser de lo más interesante aunque no podrá aportar ni un ápice a la experiencia que produjo esa lectura y que nos conmocionó.
¿Hay algo más divertido que tener una experiencia que nos modifique la forma de pensar aunque sea sobre la muerte propia? Desde luego leer una patraña sobre Leonardo y la Iglesia no lo es. Mirar la televisión tampoco.
Cuando abrimos una novela vivimos en otros nuestra propia experiencia (si no la hemos tenido la descubrimos y la sumamos de forma vicaria). Sea cual sea. Y esa es una de las razones por la que una persona dedica buena parte de su tiempo a leer.
Y debe ser este uno de los motivos por los que desconfío de la crítica que se viene realizando en los últimos tiempos. Mucho tecnicismo, mucho lenguaje por aquí y por allá aunque poca experiencia vital. Es más, son pocos, poquísimos, los críticos que hacen referencia al tema de la novela por incapaces. Sí se manejan bien con los vehículos que se utilizan en la narración para llegar a ese lugar que nunca aparece, me temo que por desconocerlo. Pero del “cogollo”, de la esencia de la narración casi nada. Sin embargo, el lector (sin reconocer la razón y ni falta que hace porque no le pagan un solo céntimo por ello), el lector, decía, sí llega a esos territorios porque modifican parte de su ser. Sin tecnicismos, sin grandes habilidades para la escritura. Pero con toda la vida por delante para experimentar lo que nunca ha conocido.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
Una de mis alumnas más jovencitas acaba de terminar la novela “Mientras agonizo” de William Faulkner. Me decía: ¿Cómo es posible que un mundo tan repugnante como el que se pinta en la novela pueda parecerte reconocible? Es como si ya hubiera estado allí, muchas veces. Y, sin embargo, no tiene nada que ver con mi vida. Es lo mismo que sufrir de vértigo. La caída parece arrastrarte, es como si te llamara y tú no pudieras resistirte a acudir sabiendo lo que te espera. Y lo que te espera es el horror y la muerte.
Siempre he pensado que el lector lo que quiere es conocer y reconocer su propio horror y su propia muerte en la de otros. Sería más exacto decir “en otros”. Es verdad que puede ocurrir lo mismo con la diversión y el amor. La diferencia es que eso podemos conocerlo y reconocerlo en una sala de fiestas. Hay más opciones.
Una lectura que se limite a una opinión sobre lo bien escrita que está la novela es una lectura estéril porque el que nos cuenta pone a nuestro alcance mucho más que un alarde retórico o estilístico, mucho más que una sucesión de divertidas o espantosas anécdotas que sirven para entretener el pensamiento con milongas. Lo que se pone enfrente del lector al escribir ha de ser una representación de la realidad que se incorpore a la del individuo. Eso se toma o se deja. No caben opiniones. Otra cosa es que, más tarde, las personas que necesitan vivir de ello, analicen las obras y nos lo cuenten en un ensayo que puede ser de lo más interesante aunque no podrá aportar ni un ápice a la experiencia que produjo esa lectura y que nos conmocionó.
¿Hay algo más divertido que tener una experiencia que nos modifique la forma de pensar aunque sea sobre la muerte propia? Desde luego leer una patraña sobre Leonardo y la Iglesia no lo es. Mirar la televisión tampoco.
Cuando abrimos una novela vivimos en otros nuestra propia experiencia (si no la hemos tenido la descubrimos y la sumamos de forma vicaria). Sea cual sea. Y esa es una de las razones por la que una persona dedica buena parte de su tiempo a leer.
Y debe ser este uno de los motivos por los que desconfío de la crítica que se viene realizando en los últimos tiempos. Mucho tecnicismo, mucho lenguaje por aquí y por allá aunque poca experiencia vital. Es más, son pocos, poquísimos, los críticos que hacen referencia al tema de la novela por incapaces. Sí se manejan bien con los vehículos que se utilizan en la narración para llegar a ese lugar que nunca aparece, me temo que por desconocerlo. Pero del “cogollo”, de la esencia de la narración casi nada. Sin embargo, el lector (sin reconocer la razón y ni falta que hace porque no le pagan un solo céntimo por ello), el lector, decía, sí llega a esos territorios porque modifican parte de su ser. Sin tecnicismos, sin grandes habilidades para la escritura. Pero con toda la vida por delante para experimentar lo que nunca ha conocido.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
3 comentarios:
Una vez comenté que la experiencía con los libros, la estrecha relación que se establece entre libro y lector, era similar a la emoción provocada por el encuentro sexual. Casí me toman por loca. Aúnque sigo pensando, que no era tan descabellada la idea.
En una buena novela, en realidad en cualquier obra de arte, la forma y el contenido son inseparables. El análisis de la forma literaria también debería ser inseparable del contenido que transporta y de su función con respecto a éste. De poco vale decir que "La noche de los tiempos" es una narración larga y pausada y con descripciones minuciosas, si pasamos por alto el hecho de que el autor ha elegido muy conscientemente esta forma de narrar para transportar al lector a un mundo en el que quiere que se sumerja por completo, para que comparta la vida día a día, minuto a minuto con sus personajes.
Hay lectores que van a adivinar intuitivamente la función de la forma en la obra que leen sin necesidad de mayores explicaciones. Otros lectores, en cambio, sí que van a agradecer una explicación previa a la lectura (que no le destripe la trama) para saber el cómo y el por qué de lo que se van a encontrar. Y con esta preparación van a llevar a cabo una lectura más satisfactoria. No decidamos de antemano si algo es innecesario o no para el lector, porque "el lector" no existe.
Para que un libro enganche te ha de sumergir.. y formar parte de él...
eso es lo que yo espero de una novela...
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