Ayer, antes de llevar a Guzmán al gimnasio, pasamos por la Biblioteca Nacional. A sus cinco años, el niño, era la primera vez que pisaba el edificio. Nos acercamos para conocer a Pepo Domènech, un tipo encantador que andaba por allí con su bajo para ensayar junto a sus compañeros. Un rato de lo más agradable. Salón de actos, escuchando música, conversando (no hubo mucho tiempo) de lo divino y de lo humano.
De allí pitando al gimnasio en el que practican judo Guzmán y Gonzalo. El pequeño luce el cinturón blanco. El mayor prepara su examen para conseguir el negro.
De allí pitando a casa para bañar a los pequeños y recoger lo necesario antes de dar mis clases en la Escuela de Letras. Por supuesto, tuve que salir pitando para llegar puntual y, más tarde, camino de vuelta (pitando también) para llegar a casa y revisar algunos textos, escribir un rato, picar algo y desmayarme en el lugar apropiado.
Acabo los días con la sensación de no haber hecho nada bien. Muchas prisas, demasiadas. Aunque lo hago todo sin que se derrumbe el mundo. Algo es algo.
Ahora escribo despacio, tomándome el tiempo que creo necesario para decir lo que quiero y no otra cosa. Tal vez lo más difícil que hago cada día. Pase lo que pase, el papel en blanco espera en la mesa del despacho. Sin tregua.
Pepo tocando su bajo con elegancia. Una auténtica maravilla. Su trato exquisito, una conversación de lo más agradable en un lugar incomparable, exclusivo. Un apretón de manos auténtico como si se repitiese desde siempre. Y un hasta pronto sincero.
Guzmán sobre el tatami. Su cinturón blanco. Cinco años y la vida por delante. Toda la vida por delante. Movimientos aprendidos antes que las tablas de multiplicar, elegantes, duros. Charla en el vagón del metro, se agarra a mí en vez de a las barras para no caer. Y en la última cuesta antes de llegar a casa una bolsa enorme de palomitas que comemos a puñados mientras nos retrasamos queriendo hacer el trayecto un pelín más nuestro.
En el coche escuchando música camino de la Escuela de Letras. Por fin, sentado. Repaso alguna idea con calma. Hora y media de clase con personas interesadas por lo mismo que yo, con las mismas ganas que mostré en su momento por ser escritor. De nuevo en el coche. Más música. Repasando el día con tranquilidad, solo.
Y, antes de producirse el desmayo, mientras bebo algo de zumo y como lo que han dejado por aquí los niños, la pluma en la mano, el pensamiento moviéndose rápido, la pluma que comienza a rasgar levemente el papel.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
7 comentarios:
Envidia "sanísima" el encuentro con Domenech .
Lo demás pues como todos andamos,viviendo de a ratitos ¡¡
El apretón de manos con Domenech, la charla y la mano de Guzmán que se agarra a ti en el metro, las palomitas compartidas, la música, la ilusión en los ojos de tus alumnos... ¿Y te parece que no haces nada bien? El tiempo, que siempre va a mil por hora, se detiene en esos momentos.
A veces, para no desmayarse con esa sensación, un vaso de agua fresca viene bien :)
Dar clases a personas interesadas en lo que tienes que decirles es una de las actividades más gratificantes que existen. Llevar a tu hijo al gimnasio a que practique su actividad favorita, también. Considérate afortunado de poder hacer ambas cosas, y disfruta de ellas a tope.
Si en vez de "zumo" probaras con un brandy, creo que verías todo lo que hacés de forma maravillosa, como lo ven los demás estando sobrios!!!
El día lo empleamos en tantísimas cosas que casi no nos da tiempo para pararnos un pelin y disfrutar......de ellas..
Siempre a la carrera... a la carrera... corre que te corre.... c'est la vie!!!
No es posible no hacer nada bien ,con lo que cuentas.
Imagino la carita de Guzman, agarrado a tu mano, caminando, te parece poco?
Hola G.
Si es que hay que "pausarse" en esta "vidavestruz"...por lo mucho que corre y por en el trecho tan largo que hay entre el corazón y la cabeza.
Besos
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