Esperamos un giro descomunal en nuestras vidas. Cada día. Nuestros deseos viajan de aquí para allá, muchas veces sin ton ni son, hasta lugares donde nunca serán escuchados. Lejanía. Esperamos que aparezca alguien capaz de modificar nuestro entorno y, sobre todo, nuestro territorio más íntimo; alguien que diga o haga algo suficiente como para que reposen en ello nuestros miedos, nuestras inquietudes, esos deseos que sin cumplirse nos permiten imaginar. La vida se consume así.
¿Es necesario que existan los príncipes azules para que una mujer se enamore y sea feliz? ¿Nos falta un pilar fundamental si descubrimos nuestras imperfecciones u otras distintas en un amigo? ¿Es capaz de vivir un ser humano teniendo comida, gente alrededor que le aprecie y un techo bajo el que pasar las noches?
Cada mañana, sin excepción, nuestra vida da un giro grandioso. Lo veamos o no. Porque podemos abrir los ojos; porque, a pesar de todo, unos escriben y otros leen; porque (todo hay que decirlo) seguimos pudendo odiar y criticar más y mejor (amar también, pero menos). Cada mañana, sin excepción, nos reconocemos en una vuelta a empezar. En un nuevo giro grandioso y descomunal.
Escucho el llanto de un bebé. Los nuevos vecinos ya son padres. Es su primer hijo. Alguien les ha debido decir que si cogen al niño se acostumbrará. Y el llanto del bebé es interminable. Si mañana el padre o la madre deciden que deje de llorar acostumbrando al niño y a ellos mismos a eso (es lo suyo digan lo que digan las revistas), si le cogen de la cuna para mecerle, el gran cambio se producirá. Así de sencillo. Lo demás (grandes riquezas, el hombre o la mujer de tu vida y esas cosas) son piruetas. Y para hacerlas es necesario salir de ellas y caer de pie. ¿Quién es capaz de hacer un doble mortal carpado con tirabuzón y movimientos compulsivos de cadera cayendo de pie una vez realizado? Pues mejor dedicarse a mecer bebés, a trabajar disfrutando lo que se pueda, reír con los amigos, degustar con pasión unas lentejas con chorizo o fumar un cigarro mirando el atardecer. Mejor.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
Omara Portuondo -
4 comentarios:
Sí, mejor vivir tranquilos sin arriesgar. Disfrutando de lo que nos depare el día a día. Cualquier cosa que se salga de la rutina cuenta: Un día divertido en el trabajo (ja), una llamada inesperada, un mail, la llamada del jefe a su despacho, una pelea de los niños... Esos son giros normales. Las emociones fuertes vienen solas, sin que nadie las llame y sin que las queramos. Disfrutemos de la rutina entonces.
De acuerdo con todo menos con las lentejas con chorizo, puaj.
Los giros llegan cuando uno menos se lo espera. Así que mientras llegan o no, disfrutemos del momento, de las lentejas, de los cigarrillos, de la copa de vino, o de la manzanilla, pero disfrutemos.
Núria A.
Yo paso de girar. Ya lo he hecho muchas veces. Ahora quieto como un marmolillo.
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