Cualquiera que esté sacando dinero del cajero automático ve a los demás, sean quienes sean, como potenciales chorizos. Si se acerca un tipo trajeado o una mujer con carrito y niño, puede ser que la tranquilidad sea mayor (aunque nunca se sabe porque los cacos son personas que se disfrazan con suma facilidad). Si el que se acerca es un tipo mal vestido, con cara de malas pulgas y sin afeitar, es posible que un ataque incontrolable de pánico se apodere del buen ciudadano que saca dinero contante y sonante de su cuenta de ahorro. Casi siempre, el tipo mal afeitado no te hace ni caso, se saca un moco con tranquilidad y ni te mira, va tranquilamente al bar de la esquina y se mete un sol y sombra ajeno a tus miedos.
Todo esto es algo que sucede y que un porcentaje altísimo de gente ha vivido más de dos veces. Y todo esto sucede en el vagón de un metro, en los grandes almacenes mientras compras una camisa o en la cola del pan. Presten atención, por ejemplo, a cómo, de forma mecánica las mujeres agarran sus bolsos si alguien se acerca. Es curioso.
Vivimos en un permanente estado de alerta. Nos hemos convertido en sociedades miedosas, temerosas de sí mismas. Y bastante absurdas. Por ejemplo, nunca entenderé eso que dicen los padres a sus hijos cuando les intentan instruir para que reaccionen en caso de perderse. No hables con nadie. ¿Cómo que no hable con nadie? Es al contrario, justo al contrario. Si pasa un adulto por allí, lo que el niño debería decirle es que está perdido y pedirle ayuda. Lo normal es que la gente no robe, no asesine y no secuestre niños.
Digo esto porque las pocas veces que me acerco al televisor para escuchar las noticias, se me ponen los pelos de punta comprobando que el enfoque que se da a cada noticia es (suele ser) apocalíptica, un enfoque muy peligroso. Los medios de comunicación tienen una potencia descomunal y si allí se dice que el mundo se acaba la sociedad comienza a gritar y correr y morir y matar.
Hace unos días, alguien me decía que estaba aterrado, que no entendía qué ocurría en este mundo en el que los jóvenes se matan unos a otros sin compasión. Comentábamos el asesinato de una niña en Seseña. Escuché cómo dibujaba un escenario espantoso, un futuro incierto. Escuché un delirio que mezclaba las noticias apocalípticas, el temor con el que vivimos y la falta de reflexión. ¿De verdad piensas que uno de mis hijos o cualquiera de los millones de jóvenes españoles que dedican su tiempo a estudiar, a practicar deporte, a divertirse como hicimos nosotros con su edad (incluyendo el beber y el fumar sin plantearse la vida más allá de los veinte minutos siguientes), de verdad piensas que son asesinos en potencia, que te robarán el dinero que saques del cajero? Le fui hablando con tranquilidad, tomando mi café a poquitos. Habrá que atajar los problemas, pero dentro de la dimensión que toque, nunca criminalizando a un colectivo tan amplio. Como vi que tenía muchas ganas de contestar, me detuve, le miré y esperé hasta que respondió. Con gente como tú así nos luce el pelo. Cuando nos explote el problema en la puta cara te acordarás de estas cosas que dices. Después de mi último sorbo de café, le dije que si alguna vez los jóvenes se matan entre ellos sin compasión, los adultos habremos montado ese circo que llamamos guerra.
En fin, conversación de cafetería. Sin importancia. Pero, es verdad, que cuando llegué a casa miré con detenimiento a mis hijos (quería con ello ver a todos los chicos de su edad) y no vi asesinos, ni ladrones, ni un problema a punto de explotarme en la puta cara. Eso lo vi más tarde, cuando miraba la televisión, en un telediario que enseñaba un trocito de mundo muy pequeño y muy, muy, negro.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
Todo esto es algo que sucede y que un porcentaje altísimo de gente ha vivido más de dos veces. Y todo esto sucede en el vagón de un metro, en los grandes almacenes mientras compras una camisa o en la cola del pan. Presten atención, por ejemplo, a cómo, de forma mecánica las mujeres agarran sus bolsos si alguien se acerca. Es curioso.
Vivimos en un permanente estado de alerta. Nos hemos convertido en sociedades miedosas, temerosas de sí mismas. Y bastante absurdas. Por ejemplo, nunca entenderé eso que dicen los padres a sus hijos cuando les intentan instruir para que reaccionen en caso de perderse. No hables con nadie. ¿Cómo que no hable con nadie? Es al contrario, justo al contrario. Si pasa un adulto por allí, lo que el niño debería decirle es que está perdido y pedirle ayuda. Lo normal es que la gente no robe, no asesine y no secuestre niños.
Digo esto porque las pocas veces que me acerco al televisor para escuchar las noticias, se me ponen los pelos de punta comprobando que el enfoque que se da a cada noticia es (suele ser) apocalíptica, un enfoque muy peligroso. Los medios de comunicación tienen una potencia descomunal y si allí se dice que el mundo se acaba la sociedad comienza a gritar y correr y morir y matar.
Hace unos días, alguien me decía que estaba aterrado, que no entendía qué ocurría en este mundo en el que los jóvenes se matan unos a otros sin compasión. Comentábamos el asesinato de una niña en Seseña. Escuché cómo dibujaba un escenario espantoso, un futuro incierto. Escuché un delirio que mezclaba las noticias apocalípticas, el temor con el que vivimos y la falta de reflexión. ¿De verdad piensas que uno de mis hijos o cualquiera de los millones de jóvenes españoles que dedican su tiempo a estudiar, a practicar deporte, a divertirse como hicimos nosotros con su edad (incluyendo el beber y el fumar sin plantearse la vida más allá de los veinte minutos siguientes), de verdad piensas que son asesinos en potencia, que te robarán el dinero que saques del cajero? Le fui hablando con tranquilidad, tomando mi café a poquitos. Habrá que atajar los problemas, pero dentro de la dimensión que toque, nunca criminalizando a un colectivo tan amplio. Como vi que tenía muchas ganas de contestar, me detuve, le miré y esperé hasta que respondió. Con gente como tú así nos luce el pelo. Cuando nos explote el problema en la puta cara te acordarás de estas cosas que dices. Después de mi último sorbo de café, le dije que si alguna vez los jóvenes se matan entre ellos sin compasión, los adultos habremos montado ese circo que llamamos guerra.
En fin, conversación de cafetería. Sin importancia. Pero, es verdad, que cuando llegué a casa miré con detenimiento a mis hijos (quería con ello ver a todos los chicos de su edad) y no vi asesinos, ni ladrones, ni un problema a punto de explotarme en la puta cara. Eso lo vi más tarde, cuando miraba la televisión, en un telediario que enseñaba un trocito de mundo muy pequeño y muy, muy, negro.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
7 comentarios:
Pues es terrible, sinceramente. A veces se nos para el contador mental, está claro.
Me gusta el texto, mucho. En los medios de comunicación se magnifica lo malo y se minimiza lo bueno. Así surge el miedo colectivo y la "generalización", ya sea de los jóvenes y sus "malos" y modernos hábitos, ya sea cualquier otra "miseria" humana. La vida siempre tiene sucesos normales, maravillosos y terroríficos. Nos pongamos como nos pongamos. Pero... ¿habrá demasiada violencia en los videojuegos,consolas y películas? ¿Será miedo irracional exagerado? Pero, sí es cierto que algunas noticias de violencia juvenil,casi infantil, asustan.
Si nos explota (como decia tu contertulio) no lo sé. Pero observo , vivo y comparto tu opinión Gabriel.
¡Hola! Creo que es cierto ese estado de alarmante alerta en el que solemos incurrir a menudo. Pero también es cierto somos nosotros mismos quienes lo establecemos.
No estoy de acuerdo con la "crucifixión" sin medida hacia los jóvenes. Es cierto que temo (y mucho) que será de nuestra vejez en manos de semejantes "talibanes", pero también veo cada día como esos jóvenes no hacen más que seguir las consignas que aprenden de sus mayores ahora(cosa que me preocupa muchísimo más), y aún así, veo jóvenes comprometidos con la justicia social, colaborando espontáneamente con toda clase de organizaciones altruistas, dinamizando la cultura, participando politicamente, manifestándose, estudiando o trabajando, pero también divirtiéndose. Es cierto que hay "botellones" y que algunos, muy jóvenes, acaban en correccionales y hasta en la carcel, pero sean o no una minoría (hacen mucho ruido, eso si), no son totalmente culpables. Sus mayores primero y la sociedad en la que les estamos (todos) educando también deben mirarse su propia paja en el ojo.
Me ha gustado tu artículo Gabriel. Mucho. Enhorabuena.
Besos.AlmaLeonor
Hola G.
Totalmente de acuerdo contigo. Pero lo que me horroriza es que cuando, tras el sorbo de café, tras exponer nuestra opinión nos miran como a bichos raros, como a asesinos, como a ladrones...
Eso es lo que más me asusta. El efecto colateral de las noticias en las personas. Están creando miedosos en serie y el mundo, se dice, está hecho para los valientes (de los que en un futuro quedarán uno o dos y espero elijan para que procreen en otro planeta).
Si profesáramos más la fe en las personas quizá las personas creerían más en ellas mismas. Y ese es el principio del fin del miedo.
Un beso
Lo normal no sale en los telediarios. Si no impacta no tiene audiencia. Por eso cada vez vemos más noticias macabras y por eso tenemos cada vez más miedo. Sólo hay que salir a la calle y ver que no siempre es verdad. Que alguna vez te cruzas con algún ángel disfrazado con traje y corbata. A mí me impactó lo que hizo, quizás por no ser habitual. Pero esas cosas no salen en las noticias. Porque no dan miedo. Porque arrancan una sonrisa.
Por eso le llaman el 4º poder... ahí es nada...
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