Las cucarachas son insectos inofensivos, pequeños, feos y pueden resistir la radiación atómica que desprende una explosión nuclear. Al menos eso tengo entendido (lo de las bombas, digo). Pero lo que más me admira de las cucarachas es las contradicciones que provocan. Son inofensivas y, a la vez, aterran a medio mundo. Resisten la radiación atómica y mueren aplastadas por una zapatilla de goma (que cae con fuerza, eso sí). Un bicho curioso.
No sabría dar una sola razón por la que he comenzado hablando de esos insectos. En realidad, quiero hablar de literatura. Dudo entre poner a caer de un burro los best sellers (cosa que descarto ya, puesto que eso no sería hablar de literatura) o confesar que me encantaría ganar el premio Planeta aunque los miembros del jurado dijeran cinco minutos después barbaridades sobre la novela (también queda descartada esta opción puesto que la literatura es otra cosa bien distinta. Además, si confieso que me gustaría ingresar seiscientos mil euros de ese modo, seré criticado sin ganar nada y eso es mucho peor).
Tampoco me sirve. Quizás ando equivocado y hablar de literatura es lo mismo que hablar de mí mismo. Y pienso esto, no por primera vez, pero sí que lo hago muy en serio. ¿No es acaso criticar un texto lo mismo que decir “yo hubiera dicho esto de otra forma”? Eso es hablar de sí mismo. ¿No arriesga el escritor buena parte de sí al escribir volcando su experiencia disfrazada de tramas y personajes? Eso es escribirse y explicarse a sí mismo. ¿No hace suyo el lector un poema que le conmueve o le hace respingar (a él y no a otros, importándole un carajo lo que quiso decir realmente el poeta)? Eso es leerse a sí mismo. Así que esto de la literatura tiene mucho que ver con el yo, casi nunca con los otros. Sé que me pueden caer unos cuantos golpes de parte de los que saben del escribir. Esto que digo es imperdonable porque es casi decir que cualquiera puede opinar o armar un texto (malo) desde la ignorancia. Y que se puede quedar tan ancho. Pero como eso me lo pueden decir los que saben, confío en que lean con atención lo poco que he pensado (no estoy yo para grandes reflexiones aunque lo haga muy en serio) antes de molerme a palos. Y a los ignorantes que se creen con derecho a decir lo que les parece bien les ruego que no hagan caso a lo que han leído sin enterarse apenas (como siempre que leen su propia vida en cualquier texto de tres al cuarto). No celebren esta nota, queridos amigos, porque no me gusta la ignorancia y, mucho menos, los que la llevan como banderín de enganche.
La literatura es inofensiva cuando se piensa, grande y bonita. O es como las cucarachas. Son los ignorantes los que la convierten en insecto de poco valor. Y es (la literatura) aterradora. Por eso, un ignorante aquí y otro allá, la golpean con fuerza. Sin embargo, esta aguanta zapatillas de goma, patíbulos y lo que le echen. Lo de la explosión nuclear está por ver.
Ahora ya sé la razón por la que quería hablar de cucarachas y literatura. Era mi deseo hablar de la ignorancia. Quizás de mí mismo. Desde luego de otros (no me considero miembro de ese grupo, lo siento). Y acabo de aprender una cosa: soy capaz de llenar unas cuantas líneas sin decir nada que le pueda interesar a un ser humano que tienda a avanzar. Es posible que a un ignorante le pueda llamar la atención. Lo desconozco. Y que ustedes se lo traguen con la esperanza de encontrar algo de interés me hace pensar en que esto de la literatura es sublime. Nunca una cucaracha. Se pongan como se pongan los otros.
1 comentario:
La ignorancia es una condición,el ignorante puede avanzar y dejar de serlo.Un buen camino por el que avanzar es precisamente la literatuta.Si las obsesiones de otros (los escritores) nos estimulan y nos hacen pensar ya es algo.
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