Si pisamos un territorio desconocido nos sentimos intranquilos. Alargar los brazos sabiendo que los límites han desaparecido o intuir que quedan mucho más allá, nos produce vértigo. A solas se hace insoportable. Si alguien es capaz de agarrarte la mano para ir avanzando y descubriendo, la cosa es más llevadera.
Pensamos que el mundo esta dentro de una esfera (pequeña), que el infinito se puede meter en una urna transparente (finita), que el odio cabe en la pequeña caja de madera que guardamos en el fondo de un cajón (profundo). La amistad la podemos llevar colgando del cuello junto a una medalla de oro (brillante) y creemos que el amor cabe en el bolsillo de la camisa (de seda). Lo limitamos todo. Nos conviene hacerlo para entenderlo, para creer que ejercemos cierto dominio sobre ello. Y nos engañamos. Siempre andamos con el dichoso engaño a cuestas.
Miramos el infinito con calma y nos encontramos en territorio virgen, inmenso e incontrolable, sin saber qué hacer. El mundo, si se piensa, se agranda tanto que el infinito cabe en él. Descubrimos el odio al abrir la caja pequeña, pero lo que sale de allí es tan grande como la amistad retorcida, una y otra vez, para que se torne contraria. Igual pasa con el amor: faltan los límites y da miedo tanto querer. Y nos produce pavor no saber qué terreno pisamos.
Damos vueltas sobre nosotros mismos buscando el hilo del que poder tirar para achicar el exceso. Unas veces hay suerte y lo encontramos. Las más nos quedamos perdidos con los brazos estirados. Sin saber qué hacer. El hombre es pequeño, minúsculo. Puede controlar las cosas aunque finalmente se ve superado por todo. No quiere ser consciente y persigue imposibles que no le dejan vivir. Ni conocer. Por puro miedo.
Lo único que se me ocurre es tenderle la mano. Ella es valiente. Agarrar fuerte para que ninguno de los dos se pierda. Imaginar que ese terreno se comba haciéndose acantilado. Y saltar al vacío con los ojos bien abiertos y los brazos pegados al cuerpo. A la de tres. Para conocer sin miedo. Para vivir. Como si fuésemos niños.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
6 comentarios:
..............con los ojos bien abiertos, el estomago encogido, y buscando la mano :)
Dª. Bipolar
Ella no tiene miedo.Lo ha encontrado.Y salta a la piscina aunque no haya agua.Y al aire vacío sin paracaídas.Porque lo ha encontrado.Y el mundo es inmensamente minúsculo,sólo para ellos dos.Les sobra y les basta.
suscribo a Dª Bipolar.
Núria A.
Si a mis poemas hubiera que ponerles un epitafio, elegiría este texto tuyo para ellos,a modo de despedida no, a modo de encuentro con cierta especie de eternidad hacia las que la Poesía se lanza cuando se hace.Su hechura es el salto al abismo sin poder plantearte siquiera si en él encontrarás esos brazos.
Menos mal que ella fue valiente.
Tender la mano.Conocer sin miedo...
Y vivir conscientemente el salto.
Magnifico.
El miedo nos agarrota los sentidos... pero es bonito saber que alguien te tiende una mano para emprender o seguir ese camino sin miedos y ser valientes..
(^_^)
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