Mientras cuecen los calamares (en salsa americana) se me ocurre pensar sobre la cantidad de cosas que están haciendo otros en este momento. A mí me ha dado tiempo a levantarme y ponerme a escuchar una ópera de Donizetti que iré pronto a ver, llorar pelando cebollas, preparar todos los ingredientes de mis calamares y mezclarlos adecuadamente para no tener que comérmelos yo solo, fumar un pitillo mientras lavaba los cacharros que he ido ensuciando a la vez que tarareaba parte de un aria de Nemorino (no sé hacer otra cosa, mi oído es fatal). Y poco más.
Otros estarían haciendo las camas, o deshaciéndolas, quién sabe. Quizás medio mundo dormía o leía o miraba el televisor. Como todos los días. Cada uno a lo suyo.
Lo que me fascina es pensar que alguien estuviera escuchando “L´elisir D´amore” de Donizetti mientras hacía las camas o las deshacía o dormía (mirando el televisor lo veo más difícil la verdad). Y me causa cierta conmoción imaginar que alguien –una persona más en el planeta tierra- ha podido hacer lo mismo que yo. ¿Por qué no? No estoy hablando de mundos paralelos ni nada por estilo. Me refiero a lo que se conoce por casualidad o azar. Y siento vértigo porque eso no existe. Ni casualidad, ni azar. Todo es necesario, es como es por no poder ser de otra forma. Si alguien ha hecho lo mismo que yo durante esta mañana es fruto de la necesidad. Es posible que no sea exactamente lo mismo. En vez de pelar cebollas para los calamares ha podido hacerlo para una tortilla de patatas, tal vez ha tarareado un aria de Adina en vez de la de Nemorino. Eso es un detalle accesorio. Pero llorar pelando cebollas y escuchar ópera a la vez ya me inquieta más. Y si ha pensado (el otro) que alguien, además de él mismo, estaba haciendo eso y no otra cosa, tendré que asumir que no soy tan exclusivo como creía. O que soy yo mismo y me ando mirando desde un espejo imaginario. Y que estoy perdiendo la razón.
Voy a mirar mis calamares. Esto es mucho para mí. Y para el otro. Si es que existe.
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