Bueno, bueno, bueno. Dios mío, qué concierto de jazz. Vengo de escuchar a Ron Carter acompañado de Jacky Terrasson al piano y Russell Malone con la guitarra. Jazz con sabor antiguo. Del bueno, pero del bueno de verdad. Público de todas las edades. Más edad en el patio de butacas, mucha menos en el gallinero. Un par de temas de regalo. Carter haciendo una exhibición, Terrasson otra y Malone sin dejarse tapar. A este último le ha traicionado el instrumento. Quiero decir que en España una guitarra es cosa común, que la mimen al interpretar lo mismo. Sus alardes, que eran fantásticos, han pasado algo más desapercibidos por esa razón. Un españolito es difícil de sorprender con una guitarra en la mano porque para eso tenemos a Paco de Lucía, por ejemplo. Descomunal. Un concierto descomunal. Sólo se echaba de menos que alguien se levantase y se pusiera a bailar o algo así. Es la única pega de escuchar jazz en el Teatro Real. No fumar, no beber, no bailar. Ya se irá enderezando la cosa. Al menos en lo de poder beber una cerveza mientras escuchas algo semejante a lo de esta noche. Espero.
Ahora todos duermen aquí, en casa. Llevo un buen rato pensando. Escribo una línea y sigo pensando. Es una de las cosas buenas del jazz. Es música que hace y deja pensar. Toda la buena música comparte esa característica aunque el jazz lo hace y deja de forma especial. A mí, digo.
Pienso en la novela que estoy escribiendo. Y lo hago desde su ritmo interno. Siempre que dedico mi tiempo a escribir novela lo hago escuchando un tipo de música muy concreta. “La edad de los protagonistas” escuchando con mucha frecuencia “La pasión según San Mateo” de Bach. “In nomine filii” con música de Satie sonando. Esta que escribo ahora con Bill Evans y Miles Davis haciendo compañía. Diferente jazz para distintas partes y voces de la novela. Seguro que encontraré algo que me acompañe para terminar de narrar cuando se unan las tramas en una sola. Reflexiono sobre lo que escribo al ritmo que marca la buena música que elijo.
Y pienso que escribir sin la música sonando sería muy diferente. Puedo prescindir de fumar, de beber o de ver cine mientras escribo. Pero la música no puede faltar. Eso si que no.
La novela que estoy intentando tiene apariencia de caos muchas veces. Aunque no es real. Hay que tener paciencia y descubrir un ritmo interno en la narración que lo hace todo coherente y verosímil. Como el jazz, como la música de Carter. Hay que aprender a escuchar, a ser paciente con lo no que no tiene una lógica aparente. Por eso escucho a Miles Davis y a Evans. Para aprender desde un exterior que debe descubrirse como la cáscara de un todo mucho más potente. Para copiar unos ritmos que harán de mis personajes algo mucho más interesante. Porque me dejan pensar con claridad. Y todo lo bien que soy capaz.
Lo malo de todo esto es que a un escritor le dé por escuchar a los “Hombres G”. Se ponen a escribir y les sale cualquier cosa. Muy comercial, eso sin duda, pero cualquier cosa al fin y al cabo.
Ahora todos duermen aquí, en casa. Llevo un buen rato pensando. Escribo una línea y sigo pensando. Es una de las cosas buenas del jazz. Es música que hace y deja pensar. Toda la buena música comparte esa característica aunque el jazz lo hace y deja de forma especial. A mí, digo.
Pienso en la novela que estoy escribiendo. Y lo hago desde su ritmo interno. Siempre que dedico mi tiempo a escribir novela lo hago escuchando un tipo de música muy concreta. “La edad de los protagonistas” escuchando con mucha frecuencia “La pasión según San Mateo” de Bach. “In nomine filii” con música de Satie sonando. Esta que escribo ahora con Bill Evans y Miles Davis haciendo compañía. Diferente jazz para distintas partes y voces de la novela. Seguro que encontraré algo que me acompañe para terminar de narrar cuando se unan las tramas en una sola. Reflexiono sobre lo que escribo al ritmo que marca la buena música que elijo.
Y pienso que escribir sin la música sonando sería muy diferente. Puedo prescindir de fumar, de beber o de ver cine mientras escribo. Pero la música no puede faltar. Eso si que no.
La novela que estoy intentando tiene apariencia de caos muchas veces. Aunque no es real. Hay que tener paciencia y descubrir un ritmo interno en la narración que lo hace todo coherente y verosímil. Como el jazz, como la música de Carter. Hay que aprender a escuchar, a ser paciente con lo no que no tiene una lógica aparente. Por eso escucho a Miles Davis y a Evans. Para aprender desde un exterior que debe descubrirse como la cáscara de un todo mucho más potente. Para copiar unos ritmos que harán de mis personajes algo mucho más interesante. Porque me dejan pensar con claridad. Y todo lo bien que soy capaz.
Lo malo de todo esto es que a un escritor le dé por escuchar a los “Hombres G”. Se ponen a escribir y les sale cualquier cosa. Muy comercial, eso sin duda, pero cualquier cosa al fin y al cabo.
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