He tomado un café. Solo. Yo y el café. El bar era pequeño y no suelo acudir allí. Ni los que me conocen. Quería estar solo con mi café. Solo también.
Mientras fumaba un cigarro ha llegado el camión de la coca cola. La calle es estrecha. Ni un sitio para aparcar. Finalmente, el camión en doble fila. Un par de tipos han comenzado a bajar cajas de botellas. Increíble la cantidad de cajas que han podido meter en un sitio tan pequeño. Una furgoneta llega. El conductor cree que podrá pasar entre el camión y los coches aparcados. Pues no. La velocidad era considerable. El resultado también. Quinientas botellas que se caen. El líquido comienza a mojar el asfalto. Muchas burbujas. Lateral izquierdo del camión hecho un cisco. Laterales derechos de tres coches aparcados, irreconocibles. La calle se comienza a llenar de curiosos en un instante. El conductor de la furgoneta pide ayuda porque no puede salir. Los tipos del camión piden una cañita. Como lo oyen. “Juanito, pon aquí un par de cervecitas. Ya no tenemos prisa.” El conductor logra salir atravesando lo que queda de parabrisas. Un público muy colaborador se afana en ayudar. “Otra cañita, Juanito”. “¿No pensáis salir a ver qué ha pasado?”. Un par de chavales se acercan al camión y tiran de una caja de botellas. Salen pitando con ella, claro. En la calle se acumula mucha gente. He pagado mi café y me he ido. Quería estar solo. Pero no había forma.
Es ahora cuando lo he conseguido. Tengo gente alrededor, pero es igual. Escribo, bebo café solo de cafetera y me siento solo. Como siempre me pasa al escribir.
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