Hoy he visitado a una vieja amiga. No conozco su nombre porque nunca se lo he preguntado. Nos separaba una cancela de hierro forjado. Como siempre. Sor Corazón de María ha entrado en la sala sin hacer apenas ruido, se ha sentado en una silla forrada con tela granate y se ha colocado el aparato que usa para poder escuchar algo mejor. Me ha preguntado por la familia, me ha recordado (no deja de hacerlo cada vez que nos vemos) que todas las monjas del convento rezan por unos y por otros, se ha inclinado más de la cuenta para preguntarme lo que pienso de la situación política en España y, cuando me ha mirado a la cara de pocos amigos que le suelo poner si me pregunta sobre eso, se ha erguido sonriendo.
- No vengo a charlar sobre las cosas del mundo, Madre. Vengo muy poco por aquí y usted me presta su tiempo con tacañería. Prefiero ir al grano.
- Bueno, cuando me pregunten las hermanas les diré que todo sigue igual.
- No mienta que luego tiene que andar haciendo penitencia.
- Da igual. Me paso el día rezando.
Le he hablado de mi nuevo proyecto literario. No le ha gustado ni un poquito.
- Ya metiste una monja de mentira en la primera novela y me gustó poco. Y ahora quieres meter a una comunidad entera. Me agrada mucho menos. ¿Por qué no te da por escribir sobre curas, hijo?
- Son mucho más aburridos. Donde va a parar. Un convento lleno de monjas pegando tiros a diestro y siniestro me parece mucho más atractivo. Venga, no se enfade, Madre. El asunto que quiero ventilar es profundo. ¿Dónde está el límite entre lo bueno y lo malo cuando hay que sobrevivir? Ese es el tema.
- Y ¿no te da lo mismo escribir sobre un chico que visita monjas cuando no tiene nada que hacer? Si eso te lo sabes de memoria, hombre.
Le he resumido la trama. Se ha quedado más tranquila. Al terminar me miraba con interés. Se ha levantado haciendo un gesto con la mano para que no me moviese. Más de cinco minutos de espera. Al entrar llevaba un papel en la mano. Amarillento.
- Es una carta escrita por una monja que murió durante la guerra civil. Llévatela y cuando la tengas leída me la devuelves.
- La leo en un momento. Tardo un par de minutos.
- Que no, que no. Te la llevas y ya me la traerás.
Antes de salir, me he acercado para decirle que me doy cuenta del truco, que lo que quiere es que vuelva para hablar otro rato y que se lo pienso decir al capellán para que las penitencias sean dolorosas y duraderas. Se ha echado a reír y ha salido de la sala sin hacer apenas ruido.
La carta está dirigida a una hermana de la religiosa asesinada. Debió escribirla poco antes de morir. No terminaba de entender la razón por la que Sor Corazón de María me había entregado aquello.
Me encuentro algo débil. No te preocupes por mí. Te tengo presente en mis oraciones. Dios será el que cuide de mí.
Lo esperado cuando se trata de una monja. La carta es larga y sólo al final he logrado saber el porqué.
No se puede sobrevivir. Por eso la violencia es un gesto absurdo. Producto de un miedo que las religiosas no nos permitimos sentir.
Se acabó el proyecto. La credibilidad de lo narrado llega desde el diseño del personaje, de su perfil psicológico. Y esta vez todo era un error enorme. Es lo malo de fabular sin tener en cuenta la realidad. Por eso conviene enterarse de lo que uno tiene entre manos. O visitar conventos para hablar con las viejas amigas.
- No vengo a charlar sobre las cosas del mundo, Madre. Vengo muy poco por aquí y usted me presta su tiempo con tacañería. Prefiero ir al grano.
- Bueno, cuando me pregunten las hermanas les diré que todo sigue igual.
- No mienta que luego tiene que andar haciendo penitencia.
- Da igual. Me paso el día rezando.
Le he hablado de mi nuevo proyecto literario. No le ha gustado ni un poquito.
- Ya metiste una monja de mentira en la primera novela y me gustó poco. Y ahora quieres meter a una comunidad entera. Me agrada mucho menos. ¿Por qué no te da por escribir sobre curas, hijo?
- Son mucho más aburridos. Donde va a parar. Un convento lleno de monjas pegando tiros a diestro y siniestro me parece mucho más atractivo. Venga, no se enfade, Madre. El asunto que quiero ventilar es profundo. ¿Dónde está el límite entre lo bueno y lo malo cuando hay que sobrevivir? Ese es el tema.
- Y ¿no te da lo mismo escribir sobre un chico que visita monjas cuando no tiene nada que hacer? Si eso te lo sabes de memoria, hombre.
Le he resumido la trama. Se ha quedado más tranquila. Al terminar me miraba con interés. Se ha levantado haciendo un gesto con la mano para que no me moviese. Más de cinco minutos de espera. Al entrar llevaba un papel en la mano. Amarillento.
- Es una carta escrita por una monja que murió durante la guerra civil. Llévatela y cuando la tengas leída me la devuelves.
- La leo en un momento. Tardo un par de minutos.
- Que no, que no. Te la llevas y ya me la traerás.
Antes de salir, me he acercado para decirle que me doy cuenta del truco, que lo que quiere es que vuelva para hablar otro rato y que se lo pienso decir al capellán para que las penitencias sean dolorosas y duraderas. Se ha echado a reír y ha salido de la sala sin hacer apenas ruido.
La carta está dirigida a una hermana de la religiosa asesinada. Debió escribirla poco antes de morir. No terminaba de entender la razón por la que Sor Corazón de María me había entregado aquello.
Me encuentro algo débil. No te preocupes por mí. Te tengo presente en mis oraciones. Dios será el que cuide de mí.
Lo esperado cuando se trata de una monja. La carta es larga y sólo al final he logrado saber el porqué.
No se puede sobrevivir. Por eso la violencia es un gesto absurdo. Producto de un miedo que las religiosas no nos permitimos sentir.
Se acabó el proyecto. La credibilidad de lo narrado llega desde el diseño del personaje, de su perfil psicológico. Y esta vez todo era un error enorme. Es lo malo de fabular sin tener en cuenta la realidad. Por eso conviene enterarse de lo que uno tiene entre manos. O visitar conventos para hablar con las viejas amigas.
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