Vivir un instante es vivir dos. Siempre es así. Un beso, el saludo de un amigo, una buena comida o fumar un cigarrillo en la terraza de casa mirando la mar, traen un recuerdo, una imagen ya vivida. Cualquier cosa que hacemos nos hace sentir algo parecido a lo que ya sucedió. Lo atemporal de la vida hace que tengamos que nutrirnos de recuerdos, incluso de todo aquello que ni siquiera pasó. Y es que la existencia no deja de ser una ilusión cuando la colocamos en un plano en el que manda el reloj. El pasado ya no es, el presente deja de serlo si intentamos pensar en él y el futuro está por llegar. No hay otra posibilidad. Debemos inventar o revivir algo distinto a la realidad para que esta no se convierta en algo insustancial.
Apenas quedan unos días para que regresemos a casa. En Buenavista del Norte nos han tratado de maravilla. Como cada año.
Cipriana, la ventera de Teno Alto, nos ha servido queso fresco mientras nos contaba la muerte de su marido, un libanés que escapó hace muchos años de su país y llegó a esa aldea de ochenta habitantes para encontrarse con la mujer de su vida. Felipe, el capataz de la finca en la que vivimos, sigue siendo tan atento como de costumbre. Desde los catorce años trabajando en la platanera. Ha conseguido que sus dos hijas estudien en la universidad y que todo el mundo le respete en el pueblo. Sigue acudiendo a las fiestas de todos los pueblos de alrededor con Carmen, su esposa. Bailan y parecen los novios más felices de la isla. Ricardo y Loli siguen construyendo su casa. Ilusionados como niños nos hicieron pasar por la ventana de su futura casa para enseñarnos lo que serán las habitaciones, los baños, la azotea y hasta los huecos de los armarios. Después, en la actual, que es mucho más modesta, nos invitaron a cenar (pan con tomate y jamón serrano. De segundo, conejo guisado). Ricardo logra que beba vino de la tierra mientras relata sus aventuras en “El Palmar” siendo niño o en Venezuela cuando emigró hace muchos años. Cati sigue preparando los postres más sabrosos de toda la isla. No pasa un día sin que nos convide a un dulce después de comer. Una mujer simpática y sencilla. Ojalá cumpla la promesa que hace todos los años y viaje a Madrid con su marido. Su marido que sigue siendo el mismo tipo cachondo de siempre. Otro que me hace beber en cuanto me descuido. Felo, Sergio, Juan José, todos, siguen haciendo que los veranos se conviertan en lo que deben ser unas vacaciones.
Y cada instante me recuerda a otro pasado. Por eso lo disfruto mucho más. Nada pasa sin que encuentre una razón por la que ese momento sea especial. Estando aquí suelo colocar la experiencia en un plano en el que la brisa arrastra la arena de ese reloj imaginario con el que convivo. Seguro que cada grano irá a parar a la mesa de mi despacho para que lo que allí ocurra me recuerde que vivir es inventar un momento presente sabiendo que eso mismo ya ha pasado. Porque un momento son dos. Siempre.
Apenas quedan unos días para que regresemos a casa. En Buenavista del Norte nos han tratado de maravilla. Como cada año.
Cipriana, la ventera de Teno Alto, nos ha servido queso fresco mientras nos contaba la muerte de su marido, un libanés que escapó hace muchos años de su país y llegó a esa aldea de ochenta habitantes para encontrarse con la mujer de su vida. Felipe, el capataz de la finca en la que vivimos, sigue siendo tan atento como de costumbre. Desde los catorce años trabajando en la platanera. Ha conseguido que sus dos hijas estudien en la universidad y que todo el mundo le respete en el pueblo. Sigue acudiendo a las fiestas de todos los pueblos de alrededor con Carmen, su esposa. Bailan y parecen los novios más felices de la isla. Ricardo y Loli siguen construyendo su casa. Ilusionados como niños nos hicieron pasar por la ventana de su futura casa para enseñarnos lo que serán las habitaciones, los baños, la azotea y hasta los huecos de los armarios. Después, en la actual, que es mucho más modesta, nos invitaron a cenar (pan con tomate y jamón serrano. De segundo, conejo guisado). Ricardo logra que beba vino de la tierra mientras relata sus aventuras en “El Palmar” siendo niño o en Venezuela cuando emigró hace muchos años. Cati sigue preparando los postres más sabrosos de toda la isla. No pasa un día sin que nos convide a un dulce después de comer. Una mujer simpática y sencilla. Ojalá cumpla la promesa que hace todos los años y viaje a Madrid con su marido. Su marido que sigue siendo el mismo tipo cachondo de siempre. Otro que me hace beber en cuanto me descuido. Felo, Sergio, Juan José, todos, siguen haciendo que los veranos se conviertan en lo que deben ser unas vacaciones.
Y cada instante me recuerda a otro pasado. Por eso lo disfruto mucho más. Nada pasa sin que encuentre una razón por la que ese momento sea especial. Estando aquí suelo colocar la experiencia en un plano en el que la brisa arrastra la arena de ese reloj imaginario con el que convivo. Seguro que cada grano irá a parar a la mesa de mi despacho para que lo que allí ocurra me recuerde que vivir es inventar un momento presente sabiendo que eso mismo ya ha pasado. Porque un momento son dos. Siempre.
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