Hoy hace quince años que alguien tuvo su primer hijo, que se casó, que logró inventar un extraño artefacto que servía para poco más que embotellar el propio ego; han pasado quince años desde que no pasó nada por lo que sentirse orgulloso, necio o indiferente, desde que escuchó una primera canción a solas para poder llorar sin pasar vergüenza o, quizás, ha pasado el tiempo justo para poder pensar en el pasado.
También hoy ha malgastado el tiempo justo para terminar el día en pie sin ayuda de nadie, o unos minutos que han servido para saber que nadie podrá ayudarle a dar un paso más. Quizás es ahora cuando faltan quince años para morir sin nadie que mire o restan algunas horas para nacer.
Ahora, justo ahora, es ese momento en el que todos tenemos algo por lo que podemos lamentarnos o vivimos el instante en el que nos felicitamos por lo bien que hemos logrado pasar de puntillas a través del mundo otro día más.
Único e irrepetible, el comienzo, el final, si quieres la vida entera o un sueño repetido mil veces. La historia de todos, la misma de siempre, la que creemos íntima al sentirnos enamorados o desdichados, pero que se repite con la terquedad del segundero.
Ahora, justo ahora, es el momento que tanto deseamos vivir, que no quisimos ver llegar, mágico porque estamos a su lado, el del mayor sufrimiento. Es ahora cuando está pasando. Todo a la vez. Para todos.
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