Para S.
Vallejo es uno de los poetas que me pueden. Leo sus libros siempre que siento la hostilidad de estar vivo. Leo sus poemas y miro alrededor viendo un trozo de tierra que no acaba, por ninguno de los cuatro costados, amarilla la cosecha que se mueve de un lado a otro nerviosa como yo mismo. Cualquier camino lleva al mismo lugar, a esa línea que traza el horizonte cortando con precisión el color. El resto azul. Lo mismo que nada. Porque el cielo azul siempre ha sido y será inservible. Leo a Vallejo porque hace coincidir la vida con su falta. Los Heraldos Negros.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé.
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé.
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes ... Yo no sé!
Sopla el aire en el escenario imaginado. Panes alrededor. Crepitación. ¿Cuál es el precio que hay que pagar? ¿Tiene fin? Vallejo mira desde más allá del horizonte, nunca desde el azul que se eleva. Y dice: “Yo no sé”. ¿Lo sabes tú, mi amor?
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