Ya ha pasado tiempo suficiente. Y nada ha cambiado.
Si fuera el personaje de un relato el autor me despacharía con un suicidio. O con la muerte segura de un gordo. Solitario, tragándose su propio vómito entre grandes sufrimientos de gordo, produciendo el asco de siempre entre los que no lo son. Eso o hubiera zanjado la narración dejándome entre señoritas de buen ver, con un tipo esbelto y gracioso. Pero no, esto no es un relato, esto es la realidad, una realidad que se hace más real cuanto más juego a escapar de ella, una realidad que si no es capaz de explicarse a sí misma acaba con los protagonistas. Ahora ¿qué tengo que hacer? Si al menos pudiera seguir viviendo de la sopa boba podría ir tirando hasta que no tuvieran más remedio que meterme en una habitación de hospital y enchufarme a una máquina. Por la cara, sin pagar un céntimo. Pero no, ahora resulta que tengo que buscarme la vida para sobrevivir. Ojalá pudiera eliminar el maldito capítulo de la delgadez inesperada. No quería ser un hombre delgado, ni tener éxito entre la gente. Me gustó siempre ser un gordo infame y ser odiado por ello. En realidad odian a los gordos por eso, porque tiramos la toalla siendo niños y preferimos reventar antes que tener que entrar en los gimnasios cada mañana con un paquete de cereales nauseabundos en el bolsillo para comer después de dejarte la salud subido en una bicicleta que ni siquiera se mueve. Cereales para poder cagar a marchas forzadas y adelgazar siete u ocho gramos más.
Pronto no podré moverme de la cama. Me tendrá que sacar de aquí el cuerpo de bomberos. Y eso es porque no pasa nada. Y no pienso dejarme caer desde la ventana. Y no pienso rezar para adelgazar otra vez sin venir a cuento. No, no y mil veces no. Nada cambia. No pasa nada. La vida es comida y poco más.
Quizás la solución sea convertirme en un gordo y algo más. Gordo a secas ya no funciona. Gordo cabrón. Gordo guarro. Gordo que vomita si le miras a los ojos. Gordo más listo que los demás, que los que se dejan el cerebro colgado de las pesas. Porque los gorditos bonachones sólo sirven para hacer chistes.
Si quisiera daría un buen final a todo esto. Podría dedicarme a matar a la banda de guarros que vive en esta pensión y alguno inventaría el perfil de un gordo asesino en serie, podría intentar buscar a una mujer obesa y morir en su cama sin poder haber hecho el amor por la barrera de grasa. Siempre hay un roto para un descosido y si a una gorda la prometes su momento de gloria traga con cualquier cosa. Todos quieren ese instante. Los delgaditos también, pero a mí me tocaría la gorda porque peso ciento y pico kilos. Largos. Sí, podría acabar con todo esto de forma original. Y no. Voy a seguir aquí esperando a que no pase nada. No me han dejado abusar del régimen sanitario. Muy bien. Pues van a tener que cargar conmigo cuatro pisos sin ascensor, mi familia tendrá que pagar las deudas y el entierro, la casera se quedará sin cobrar el alquiler y los periodistas sin la noticia de la semana. La vida es así. Al menos la vida de Garfio.
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