Es un gilipollas. Se cree el ombligo del mundo. Me lo ha dicho mirando fijamente al suelo.
Diez minutos después ha llegado el otro.
Créeme, he intentado explicarle que las cosas no pueden cambiar, que nunca quise crear confusión. Quizás el problema haya sido un gesto, no saber interpretar un detalle. No lo sé. Me lo ha dicho jugando con las migas de pan que quedaban en la mesa.
Después fumo solo en la mesa. Pienso y reconstruyo.
Les veo hablar. Sonríen ambos. Brindan con sus vasos de cerveza. Uno de ellos se acerca, le dice algo al oído. No se mueve durante un instante. Entorna los ojos bajando, al mismo tiempo, su vaso. El otro da un paso hacia atrás. Niega con la cabeza. Bebe un último trago. Hace un gesto. No me hagas esto, parece decir. Levanta las manos mostrando las palmas cuando se intenta acercar de nuevo y le obliga a dar otro paso atrás.
Cosa de dos. Una historia simple que tendrá un final u otro. Es lo mismo. Seguro que será una cosa sencilla, normal. Lo que uno espera de algo así. Sea lo que sea lo que haya pasado. Al fin y al cabo son ellos los que saben qué ficha falta para que todo vaya bien.
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