El pasado viernes se casaron mis buenos amigos Juan y Laura. Estupenda ceremonia, estupenda cena, estupenda Córdoba y estupenda barra libre (pueden estar seguros que fue más que rentable. Al menos eso dijeron los camareros que no tuvieron ni un minuto libre hasta las seis de la mañana). En este momento creo que viajan hacia Bora Bora. Espero que la fortuna les acompañe durante el viaje y los próximos cien o doscientos años. Por lo menos.
De vuelta a la realidad nos encontramos con lo de siempre. Ministros nuevos, problemas viejos, horarios apretados, móviles que no cesan de sonar, electrodomésticos averiados, niños revoltosos, recibos por pagar imprevistos, recibos por pagar tan conocidos como odiados, nada de ingresos extras, partidos de fútbol aburridos, programas ridículos en la televisión además de un millón de pequeños inconvenientes que hay que resolver sobre la marcha. Eso, la realidad de siempre. Lo que generalmente se conoce por rutina exenta de incómodas resacas.
Aprovechamos el domingo para poner las cosas en orden, visitar a los abuelos que andan un poco pachuchos (todos sin excepción), ordenar la biblioteca y leer un rato a última hora. Silvia está terminando con “Trilogía de Nueva York”. Yo releí la excelente obra de Samuel Beckett “Esperando a Godot”. Cualquiera de las dos lecturas te ancla de nuevo a la realidad. El azar en una y la espera en la otra. Quizás las dos cargas más pesadas que el ser humano ha de soportar. Aguantar ministros es fácil, el móvil se puede desconectar, los niños crecen y los recibos se pagan o no (eso es irrelevante). Esperar algo que no llega o que ni siquiera existe es más duro. Que el azar nos ponga patas arriba la vida es casi insoportable. Al fin y al cabo la realidad se reduce a cómo somos capaces de manejarla. A nosotros mismos.
Juan y Laura viajan hacia esa realidad embustera que dura quince días en la que no caben esperas estúpidas o crueles y en la que lo inesperado no está previsto en el paquete que se pagó en la agencia de viajes. Los que nos hemos quedado nos tenemos que pedir (como niños chicos) ser Vladimir o Estragon. Cuando regresen ya les diremos en qué personaje tienen un hueco. Si lo desean les podremos incluir en la nómina de los personajes de Auster. Sin problemas. De momento que sean felices. Todo lo que la ficción les permita.
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