13/5/08

Saldo cero


Guillermo Ramírez se quejaba anoche. Con razón. Su hermana pequeña se ha aprendido el viejo truco de echar la culpa al primero que pasa por su lado. Eso y el nombre de su hermano. Haga lo que haga siempre dice que Guillermo es responsable de cualquier desastre doméstico provocado por ella misma. Gimena ¿por qué has tirado el vaso al suelo? Guille, Guille. Su hermano, aunque escondiendo una sonrisa, dice estar harto de cargársela más veces de la cuenta. Normal. Los hermanos mayores suelen pagar el pato. Los hermanos mayores, los hermanos a secas, los tíos, los amigos que nunca lo fueron o los compañeros de oficina. Siempre hay alguien cerca al que podemos endilgar el marrón o al que podemos liarle la marimorena. Una de las peores cosas que le puede suceder a un ser humano es, por ejemplo, no asistir a una reunión de compañeros de trabajo. El que falta es despellejado sin compasión. Lo mismo les ocurre a las parejas que no asisten a la cena mensual de matrimonios residentes en la misma comunidad de vecinos. Un buen amigo (al que critico en contadas ocasiones) obliga a su mujer a asistir a esos encuentros cuando a él le es imposible. Así evita que se hable mal, muy mal o exageradamente mal de ellos. Otro punto de inflexión en nuestras vidas es el momento en que dejas una empresa. Ese mismo día te conviertes en el más vago, en el que no daba pie con bola, el que provocó todos y cada uno de los males de la compañía. Generalmente los que se quedan es porque no pueden progresar o no tienen una oferta decente o progresan a base de tapar sus miserias hablando mal, muy mal o exageradamente mal de los que causan baja y ven el cielo abierto al ver como otro sale por la puerta. Las empresas mediocres están llenas de estos pobrecitos. De los que se quedan, digo. Ya sé que los hay que se quedan porque les da la gana y son felices. No me refiero a ellos. Esos están encuadrados en el grupo de los que se irán con el tiempo. Que nadie se alarme. No hay que ser un imbécil obligatoriamente.Algunos pagan el pato incluso por hablar bien de otros. Esto que puede parecer el colmo de la idiotez es muy habitual. Si queremos levantar sospechas entre el resto de la humanidad lo que tenemos que hacer es no criticar por sistema. Eso es imperdonable. Imperdonable del todo.Lo bueno de los niños es que pagan el pato y la deuda queda saldada inmediatamente. Ninguno de ellos guarda la factura para recordar lo que le costó esto o aquello. Y por eso son capaces de esconder una sonrisa incluso cuando se la cargan sin tener nada que ver con el marrón que les viene encima. A diferencia de los adultos, los niños saben enfrentar las cosas cotidianas, son capaces de sostener la mirada de sus amigos porque no hacen nada que no pueda solucionarse olvidando lo sucedido inmediatamente, evitan ser infelices. Se parecen a lo que debería ser una persona.Guillermo le decía ayer a su hermana: “Marrón y cuenta nueva, Gimena”. Me apunto.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano

3 comentarios:

Ana María dijo...

Me gusta mucho este texto. Muy interesante. Los niños son unos grandes maestros.
Se nace puro y con el tiempo vamos tomando miserias del ambiente hasta llegar a la edad adulta. Y algunos llegan que es una pena. Oja
lá fuéramos siempre como niños... Ellos son los maestros de la FELICIDAD.

Poma dijo...

Buena lección.

Ana María dijo...

Vaya, qué agradable sorpresa, cuando comenté este precioso texto, no ví música, o no estaba aún, en cualquier caso: gracias Gabriel, por este tema tan mravilloso y en voz de Barry White, curioso y diferente.