Gimena cumplirá dos años el próximo mes de diciembre. Eso se puede traducir de la siguiente forma: se dedica a llorar sin ton ni son, no comparte fácilmente sus juguetes con los hermanos, no deja de hacer gracias que dedica a la galería antes de volver a llorar sin razón aparente, pega a los hermanos sabiendo que si llora a continuación se libra del bocinazo correspondiente y es el agredido el que sale con un castigo a cuestas, además de intentar comer sola esparciendo arroz con tomate por todo el comedor (por ejemplo). Es decir, es una niña parásito como todas las de su edad. Como todas las niñas de su edad, como la de Rajoy (tengo calculado que la de este señor cumplirá dos años en quince o veinte días) o como las empresas de todo el mundo. Igual que Gimena trata de no compartir sus juguetes las empresas se niegan a compartir sus beneficios. Igual que Gimena llora y llora para conseguir ayuda las empresas reclaman la intervención del tesoro público para sobrevivir a los malos momentos. Los beneficios para ellos (nada de repartir con los hermanos o los empleados) y las pérdidas para todos a partes iguales (todos a aguantar llantos o, lo que es lo mismo, todos a pagar más impuestos para tapar el agujero que una banda de caraduras han ido cavando desde sus yates de lujo). Y, mientras, papá y mamá miran a la criatura sabiendo que no hay nada que hacer porque en un año la cosa se suaviza y tiene que pasar el tiempo; Rajoy mira a su niña que se le hace vieja antes de tiempo por inservible (ni un voto de más consiguió la pobre) y los que no son empresarios ineficaces que siguen la crisis desde su casa valorada en seis millones de euros (esos, los que siempre pagan los platos rotos) miran como el calendario se alarga sin remedio encomendándose a los dioses del sorteo que sea (principalmente a los que acumulan cifras desorbitadas).
La buena noticia es que Gimena es una niña preciosa, simpática y zalamera. Como cualquier otra cría de su edad. La mala es que la niña de Rajoy es una parida sin gracia que manejó un político estúpido y que las empresas van a tener muchas dificultades para salir de esta. La peor de las noticias es que todas las medidas que tomen los gobiernos tendrán que soportarlas los que se levantan a las seis de la mañana y aprenden de memoria el precio del café en un bar o en otro para poder ir ahorrando en cada desayuno.
La invasión de los llorones es un hecho. Sálvese quien pueda.
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