13/9/08

La necesidad de una trama


Dicen que, durante el mes de marzo del año mil novecientos cuarenta, un pequeño pueblo de la provincia de Guadalajara desapareció por completo a causa de los fusilamientos –primero- y varias toneladas de bombas –después-.
Tan sólo libró la vida un muchacho que se ocultaba dentro de una sepultura en el cementerio –primero- y que fue capaz de huir hasta lo que quedaba de un pinar arrasado por la artillería –después-.
Acabado el conflicto, regresó allí donde se levantaba su pueblo. Encontró casas, graneros e incluso la parroquia, convertidos en un montón amorfo de piedra, amalgama y hierros retorcidos. Algún cadáver entre los escombros, devorado por los cuervos, dejaba ver las mandíbulas haciendo el ambiente insoportable por el hedor y la fina ironía que siempre tuvieron las sonrisas forzadas.
Ese mismo día decidió que la única forma de morir en paz sería vengar aquella matanza.
Poco a poco, levantó un gran caserón utilizando las mejores piedras que se esparcían por allí. Casi todas habían pertenecido a la casa de Dios. Los que pasaban cerca y se interesaban por su identidad o por su pasado recibían a cambio una mirada huidiza, un gesto evasivo y un plato de sopa caliente para distraer la atención. Dicen que nadie podría haber imaginado lo que ese hombre tramaba.
Toda la prensa de la época publicó en primera página la noticia. Un diario decía una cosa. Otro la contraria. Las beatas corrieron a los templos, los niños comenzaron a tener malos sueños y los ancianos comenzaron a inventar historias antiguas en las que aparecía aquel hombre o impostores inventados que multiplicaban la leyenda. Dicen que incluso se convocó a los ministros más astutos para intentar poner freno a todo aquello. Nada sirvió. Ni las plegarias fueron escuchadas ni los chismes dejaron de tener un hueco cada día mayor en las conversaciones.
Pocos saben qué fue lo que realmente pasó. El tiempo y la imaginación han convertido en cosa bien distinta el suceso. Eso es seguro. Tan cierto como que conocer el nombre del muchacho que compartió cama con los muertos es señal de mala suerte. Eso dicen. También que todavía vive. No se sabe donde ni cómo acabará lo que empezó.

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