La muchacha de rojo ha estado mirando el teléfono móvil durante todo el trayecto. No lo manipulaba. Tan sólo miraba como si quisiera que la llamada llegase. No ha sido así. Antes de bajar no ha podido resistir más y ha llorado. Creo que todos hemos palpado el bolso o la chaqueta para saber si nuestro teléfono estaba allí deseando recibir una llamada que, quizás, nunca se produzca.
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