El hombre agarra el arma con fuerza. Mueve el dedo con calma, acariciando el gatillo. Murmura una oración. Apunta a la cabeza del otro. Unos cuarenta metros de distancia. Dispara. El casco del otro cae al suelo. Después el cuerpo. Ya no murmura nada. Se siente satisfecho. Se incorpora y apoya la espalda en la pared. Comienza la espera. Pronto llegará una nueva silueta a la que disparar.
No han pasado más de diez minutos cuando escucha toser a alguien. Se tumba despacio. Espera para poder ver con nitidez. Una mujer. Camina despacio cubriendo la cabeza con un pañuelo. Tose cada dos o tres pasos. El hombre fija el objetivo. La mujer se acerca al cuerpo del soldado muerto. Él comienza a murmurar la misma oración que antes. Ella se agacha y busca dentro de los bolsillos del uniforme. Se lleva a la boca un trozo de pan. Devora. Se atraganta. El hombre dispara. Los dos cuerpos quedan juntos. El de la mujer se mueve. Convulsiona. Si no lleva mal sus cuentas ya son cincuenta. Diez días saltando de tejado en tejado, de torre en torre.
Siente náuseas. No quiere mirar por si continúan las convulsiones. Se incorpora. Sabe que le verán. Murmura. Y siente un dolor agudo en el pecho antes de poder escuchar el sonido del arma semiautomática que le persigue desde hace días. Intenta terminar la oración, pero la sangre le ahoga.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
No han pasado más de diez minutos cuando escucha toser a alguien. Se tumba despacio. Espera para poder ver con nitidez. Una mujer. Camina despacio cubriendo la cabeza con un pañuelo. Tose cada dos o tres pasos. El hombre fija el objetivo. La mujer se acerca al cuerpo del soldado muerto. Él comienza a murmurar la misma oración que antes. Ella se agacha y busca dentro de los bolsillos del uniforme. Se lleva a la boca un trozo de pan. Devora. Se atraganta. El hombre dispara. Los dos cuerpos quedan juntos. El de la mujer se mueve. Convulsiona. Si no lleva mal sus cuentas ya son cincuenta. Diez días saltando de tejado en tejado, de torre en torre.
Siente náuseas. No quiere mirar por si continúan las convulsiones. Se incorpora. Sabe que le verán. Murmura. Y siente un dolor agudo en el pecho antes de poder escuchar el sonido del arma semiautomática que le persigue desde hace días. Intenta terminar la oración, pero la sangre le ahoga.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
6 comentarios:
Son tan nítidas las imágenes que se forman mientras leo el texto, que no he podido evitar el escalofrío. Él tampoco ha podido evitarlo, cincuenta cuerpos pesan demasiado, pero sabe cómo acabar con esto. ¿Murmurarían también por él?
Qué crudeza...qué realismo en tus palabras...
El tema musical: sin comentarios..., bueno sí, uno: genial para la ocasión.
Me alegro de ser fan de ...GRL.
¿Sigues igual de "emparanoiao",eh?
El otro día en la playa, un "nota" iba gritando: "Atención, atención, que hay vida, sí, que hay vida antes de la muerte"
Abrazo.
Lo que no entiendo es por qué aprieta al pobre gatillo. ¿Qué le ha hecho el animalillo para que lo maltrate?
No soy yo muy de textos de frases aceradas, telegráficas y punzantes. Pero este relato tien fuerza.
Un saludo.
Genial, perfectamente llevado. Me quedo con ganas de mas.
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