20/11/09

Otra ilusión


El tren se detuvo a la hora prevista. Bajó del vagón con las gafas oscuras ya puestas. La chaqueta de cuero negro sobre los hombros y un cigarrillo en la mano derecha. Caminó por el andén intentando encontrar su rostro entre los cientos de personas que esperaban impacientes tras las cintas que marcaban la zona de seguridad. No era capaz de distinguir nada.
El cigarro encendido, los pasos nerviosos, alguien le llama, aquí, aquí, las manos agitándose, una sonrisa verdadera.
- Vayamos a la playa. Me apetece mucho pasear.
La brisa sopla con cierta fuerza. Insistente. La conversación tranquila. Parecen saber que la suerte está echada desde mucho antes y, por eso, juegan a ser lo que todo el mundo espera de ellos. Hablan omitiendo lo que puede herir al otro. Eso sí está permitido. Lo que no cabe es la mentira.
- ¿Por qué nos queremos tanto?
- Si no lo hiciéramos nos moriríamos de pena. Los dos, dice ella.
- No, no creo que sea por eso. Me temo que tiene más que ver con la vida que con la muerte. Nosotros no podemos faltar ahora. Lo que nos pasa es que queremos vivir ilusionados.
- La ilusión puede encontrarse en cualquier sitio, replica la mujer. Eso es poca cosa.
- Una ilusión se encuentra allá donde se busque. Eso es verdad. Pero hablamos de cosas diferentes. Esta carece de la más mínima esperanza y, por eso, no puede destruirnos.
- Qué cosas tan raras piensas, dice sonriendo.
- Por eso te encanto, dice el hombre mientras levanta las cejas un par de veces.
Regresan a la estación. Se despiden con un solo beso en la mejilla. Camina hacia el vagón sin mirar atrás. Dolor casi físico.
Cuando se sentó, apoyó la cabeza en el respaldo de la butaca, cerró los ojos, trató de relajar cada músculo que podía sentir. A los pocos minutos, recibió un mensaje en su teléfono móvil. El último. Sí, hay esperanza. Lo sé. Sin pensarlo contestó. Sabía que tarde o temprano se enfrentaría a algo parecido. Sí, lo sé, fue la respuesta. Entonces, en ese preciso instante, supo que se dejaba atrás toda una vida. Allí en la estación. Por siempre jamás.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano

8 comentarios:

Unknown dijo...

Que sería de nuestra vida sin ilusiones, anhelos o esperanzas....
Y el amor sin ilusión??? ummmm una esperanza perdida...


Por cierto que bella canción...

Unknown dijo...

Ya veo que las metiste en el freezer y volvíste a ser un exquisito.
Muy bueno, muy triste, muy......."por siempre jamás". No duele la última despedida, duele la falta de esperanza.
Un beso

Edda dijo...

Es la ilusión la que nos hace seguir adelante ¿qué si no? La esperanza es incierta, sobre todo cuando somos adultos. Cuando ya sabemos que pocos deseos se cumplen. Por eso cada vez más nos conformamos con menos, pero sin perder la ilusión.

POPY dijo...

Hola G.
¡Precioso!
Creo que cuando suceden ese tipo de cosas se pierden minutos e incluso horas de vida.
Siempre pienso que él debe reaccionar. Se debe levantar del asiento y a pesar de dejarse la chaqueta en el asiento, debe parar el tren. Hay situaciones en las que los impulsos son los que te llevan al verdadero viaje.
Mejor eso que una existencia con el corazón descolocado.
Si no se hace, lo que llega al destino es una simple prenda de vestir que no llega a abrigar nunca.

Un beso.

Araceli dijo...

Precioso relato Gabriel.

Carmen Neke dijo...

La esperanza, esa puta vestida de verde (como dijo Cortázar).

Preciosa historia.

Alguien dijo...

El la negó tres veces:
-La historia no podría destruirlos, porque no tenía futuro.
-Ella le aportaba la suficiente ilusión para salir de la monotonía, pero no para cambiar su vida.
-No se giró...
...ella tampoco, no dejó de mirarlo hasta que el tren dejó de serlo...
-Hay esperanza, lo sé.
-Sí, lo sé.
....ninguno de los dos creyó en lo que dijo.

Poma dijo...

Sensata y bonita historia.