10/2/10

Escapismo no tan absurdo


(Nota escrita en el autobús. Me daba pena deshacerme de ella y aprovecho para endilgársela a los dos o tres lectores que tengo).

¿Por qué me cuesta tanto esfuerzo saludar a un conocido cuando me lo encuentro por la calle? Un movimiento de la mano, enarcar las cejas sonriendo o decir hola sería suficiente. Sin embargo, soy capaz de cruzar de acera para no hacer ese mínimo esfuerzo.
Tal vez sea a causa del miedo, del temor a tener que comunicarme con otro ser humano. Quizás tenga que ver con no tener nada que contar, ni siquiera que estoy bien o mal. Es posible que la razón se acerque a sentirme feucho o hecho unos zorros o a estar escuchando mi canción preferida o a pensar en algo que me interesa y que trato de ordenar.
Sea cual sea la razón, evito un ademán y, según lo hago, me siento estúpido. Algo tan pequeño me convierte en un enano detestable. Por supuesto, si percibo que alguien hace algo parecido a esto que cuento, inmediatamente, pienso que el que cruza la calle es un idiota.
¿Qué es lo que quiero ocultar cuando evito a alguien del que no me separan grandes problemas o una discusión? ¿Tengo algo que quiera mantener oculto tan importante como para hacer el ridículo de esa forma?
Seguramente nada. El problema está en otro lugar. Ahora que leo lo que voy escribiendo (escribir es una forma de ordenar lo pensado, de explicarse lo que sucede) entiendo algo de lo que procuro decir. Lo que no quiero es dejar de mirarme, de pensar eso que me preocupa y que suele coincidir conmigo mismo. Siempre que reflexiono tengo la sensación de hacerlo sobre mí, incluso cuando el vehículo son otros u otras cosas no pierdo de vista que allí estoy yo (como cualquiera). Son tan pocas las ocasiones que tengo para hacerlo que cruzo las calles que es un primor. A veces, sería capaz de cruzar el océano Atlántico para poder seguir dedicándome algo de tiempo. Cualquier estímulo que viene de fuera me perturba cuando pienso.
Los que me conocen estarán pensando que miento porque saben que escribo rodeado de niños, en la cocina o en una cafetería. Pero no, no estoy construyendo un embuste. Cuando me siento a escribir tengo muy claro lo que quiero decir y cómo quiero hacerlo, qué necesito explicarme si no he sido capaz de comprender dando vueltas a la idea o a la imagen. Ya está todo pensado antes de coger la estilográfica. Creo que es esa la forma de hacer las cosas.
En fin, que pienso seguir huyendo de saludos innecesarios. Aunque seguiré mirando con cara de pocos amigos a los que lo hagan siendo yo la víctima. Y ya saben, si algún día me pescan escribiendo en una cafetería pueden interrumpir tantas veces como quieran.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano

8 comentarios:

Edda dijo...

Entiendo esos momentos, pero me resulta difícil comprender que veas a la gente con la que te cruzas. Si vas metido dentro de ti, eso es imposible.
Hala, ¿qué hago yo dándote la excusa perfecta para no saludar?
Si algún día nos cruzamos no te servirá, que lo sepas :)

Unknown dijo...

Sos feucho, enano detestable y estúpido??? Ahh nos tenés engañados con la "G" de galán!!
Yo vivo cruzándome de vereda para no saludar, pero que creo que es para no soportar una charla de 10 minutos sin sentido: "Cómo estás? Todo bien? Nos hablamos? (y por lo general no lo hacemos y sabemos que no lo vamos a hacer).

Acis dijo...

pues yo estaba pensando algo parecido para un nueva entrada en mi post... pero yo tengo otros argumentos, espero tan válidos como los tuyos. (como ves no te he saludado jajajaj)

Poma dijo...

Me pasa lo que dice Edda: De repente alguien me pone la mano en la cara ¿Ehhh que no me ves?, pues no , no lo vi.

Unknown dijo...

Alguno más tienes.... pero Vd. verá...
:))

Unknown dijo...

Pues a mi fastidia mucho que no me saluden..cuando me han visto y nada me dicen... mmmm que antipaticos!!!

Si no cuesta nada.... y la perturbación tampoco es tanta (^_-)

Acis dijo...

A mi a veces me fastidia más que me saluden que que no me saluden la verdad.

keti dijo...

Me gusta lo que cuentas ¿eres argentino?
Me encanta saludar y que me saluden y pararme a charlar sin prisa, pero hablando yo, claro.