Trece de marzo de dos mil diez. Vuelo I Be cero nueve cinco dos. Salida desde la terminal te cuatro del aeropuerto de Madrid – Barajas. Destino: aeropuerto Tenerife norte…
No me gusta volar. Nunca me ha gustado y, por más que lo hago con frecuencia, no me termina de convencer eso de meterme dentro de un motón de piezas ensambladas y pilotadas por alguien que no conozco de nada, para ir de un sitio a otro. Pero hoy me gusta mucho menos.
Al llegar alquilaré un automóvil. Sin ganas, conduciré hasta El Palmar (es un barrio de Buenavista del Norte, localidad del norte de la isla). Allí he escrito buena parte de mis novelas. Y si tuviera que elegir un lugar para vivir (aparte de Madrid) sería ese. Buena gente, buen clima, la mezcla perfecta entre playa y montaña, tranquilidad. Sin embargo, hoy no quiero llegar, hoy no. Lo que me espera es un amigo muerto. Mi buen amigo Coromoto (qué nombre tan extraño para un tipo tan sencillo) ha cuidado siempre de mi familia y de mí mismo mientras hemos estado por esas islas pasando temporadas de verano. Está muerto. Ni siquiera sé qué ha pasado, cómo ha sido posible algo así, qué hago encerrado en este maldito avión.
El viernes, muy pronto por la mañana, comencé a recibir llamadas telefónicas. Me quisieron avisar todos los amigos comunes. Araceli (desde el otro lado de la isla) me avisó la primera. Cuando colgué no supe qué hacer. Tristeza, conmoción, ganas de llorar. Y, ahora, estoy metido en un avión, pasando un mal rato por volar, sabiendo que pasaré un día entre gente apenada por la falta, con la mirada perdida entre los recuerdos, entre las cosas que han dejado de hacer o decir y que nunca podrán resolver con quien correspondía. No quiero llegar porque temo ver a Cati (su esposa) y me aterra no saber qué decir ni qué hacer. La muerte desde lejos parece poca cosa. Sin embargo, sé que estaré sentado –otra vez- a su lado. La veré enorme, poderosa.
Empiezo a estar harto de que se me mueran alrededor. La fatiga ya empieza a ser insoportable. De verdad.
En casa se han quedado tristes. Mucho. Me han cargado de besos para repartir entre los vivos. Pero con una sonrisa dibujada al pensar en él. Espero que a los niños les quede ese recuerdo entrañable de Coromoto cantando mientras comíamos arepas, de Coromoto gastando bromas, imitando el timbre de voz de “los godos”, contando historias sobre espíritus que tanto inquietaban a todos. Qué buen tío era, joder. Y ahora está muerto, metido en una caja sin moverse, sin poder decirme nada cuando llegue. Ni yo a él.
Allá en El Palmar estarán tristes. Y me llenarán de besos para repartir entre los vivos al regresar a casa. Besos tristes.
Hoy todo es triste.
Trece de marzo de dos mil diez. Vuelo I Be cero nueve cinco tres. Salida desde el aeropuerto Tenerife norte. Llegada a la terminal te cuatro del aeropuerto de Madrid – Barajas…
Él ocupa la butaca veinte de. Yo ocupo la veintiuno ce. Debe tener tres o cuatro meses por lo que comparte espacio con su madre. Yo tengo cuarenta y seis años. Por no tener no tengo ni compañero de viaje. La butaca de mi izquierda se ha quedado vacía. El bebé se acaba de poner hasta las trancas de leche materna. Los carrillos rojos como tomates, cara de satisfacción y expulsando aire por cualquier orificio que sirva para ello. Hasta arriba, vaya. Yo apenas he comido. Ya lo haré cuando esté en casa. Cuando la tripulación se lanza por los pasillos a vender comida barata a precio de oro pienso en buscar la cazadora en el portaequipajes, la cartera en la cazadora, el dinero en la cartera. Y siento pereza. Estoy muy cansado. Derrotado. El enano de la veinte de me mira y ríe moviendo las manitas. Le pongo caras, le guiño los ojos, le saco la lengua. Nos reímos. Le dejo mi pluma. La muerde, la chupa. Mientras, escribo con un bolígrafo que siempre llevo de reserva. Supongo que por si encuentro bebés por el camino.
Escucho música, escribo, trato de olvidar un día cansado, lleno de abrazos. Un día en el que he visto con claridad lo que representa un padre en la vida de los jovencitos, un marido para una esposa enamorada. Y he comprobado –una vez más- qué es lo que supone perder a alguien al que quieres.
Sé que un escritor no debe escribir cuando no tiene una perspectiva clara sobre lo que quiere contar. Así que evito una sola línea sobre las ideas que me vienen a la cabeza y que ya tendré tiempo de ordenar. Es el momento de pedir al enano (de la veinte de) que me devuelva mi pluma, guardar mis cosas, cerrar los ojos tratando de descansar y pensar en Coromoto. Eso lo puede hacer cualquiera, incluso un escritor. Antes de acomodarme miro al enano. Duerme. ¿Con qué soñará un niño tan pequeño? Cuanta vida y cuanta muerte encerrada en cajas, en latas que vuelan.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano(Ni siquiera sé por qué elijo esta canción. Pero escucho vida en ella y aquí la dejo)
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8 comentarios:
mmmm cuanto lo siento.. la muerte es así de cruel te arrebata lo que más quieres..
Pero te has de quedar con lo bello de la persona, lo que significó para tí y lo que tu significastes para él...
Un saludo..
Un abrazo.
Núria A.
Dramático texto el de hoy. Tristísimo,sí.La vida es así de cruel.
Siento el dolor de toda esa familia, pues eso nos pasa a todos sin saber cuando va a ser la proxima vez. Mejor ni pensar en ello demasiado, pues es torturante saber que nos 'vamos' sin saber ni cuando (menos mal), ni quien primero. Pero si no se aprende a vivir con ello, no se vive,ya se está muerto, antes de que llegue la muerte física.
Un abrazo.
Son la cara y la cruz de la vida. Unos se van, otros acaban de llegar y tú ahí, en tu sitio, para poder contarlo.
Un abrazo.
Hay que aceptar la tristeza como aceptamos la alegría, y no avergonzarnos de ella. Me ha gustado la forma de mostrarnos tu tristeza, Gabriel, profunda pero sin amargura. Un fuerte abrazo.
Como es la vida de enrredona. Cuanto ha tenido que ocurrir,para que fuera yo, quien te diera la noticia, de la muerte de tu amigo.
Lo siento.
Hola G.
Ojala la muerte se estuviera quietecita un poco y ojala que la vida tuviera más proyectos...
Quiero pensar que Coromoto estaba en ese bebé...quiero pensar que cuando emplees esa pluma se construya un buen texto...el de hoy triste pero excelente.
Lo siento mucho.
Un abrazo.
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