Hoy ha sido un día extraño. Vuelve a llover, me siento agotado por la falta de tiempo y un inmenso trabajo que no parece disminuir por mucho esfuerzo que haga, he tenido que resolver un par de problemas después de cometer errores de principiante, he tenido que leer cuatro o cinco textos estúpidos escritos con una extravagante dosis de mala leche que ni siquiera me han irritado y, echando un vistazo alrededor, tengo la impresión de estar rodeado de gente ajena. Todo lejano.
Son los días que se me hacen extraños los que aprovecho para pensar en anécdotas, más o menos, amables. Viejas o recientes, eso da lo mismo, aunque debe ser cosa de la edad por lo que tengo tendencia (de un tiempo a esta parte) a deslizar el pensamiento hacia cosas que ocurrieron hace muchos años. Cosa de la edad o necesidad vital de pensar en cosas que me hicieron reír sin parar. Y esas cosas solo ocurren cuando uno es joven.
Mientras conducía intentando evitar el perpetuo atasco de Madrid (y sin razón aparente) me ha venido a la cabeza esa noche en la que cuatro jovencitos nos metimos entre pecho y espalda un jamón serrano y, entre medias, una caña de lomo. Dejamos el codillo y el cordón del lomo intactos, eso sí. Lo malo de todo esto no fue comerse un jamón serrano y una caña de lomo. Lo malo es que, después de amanecer, prontito, sin tiempo para reaccionar por la falta de tiempo y el estado en el que nos encontrábamos, llegaron los padres propietarios de la viandas, de la casa que habíamos dejado patas arriba y de la caja de botellines de cerveza vacíos (poco antes llenos, claro). La cara de aquella pareja no se me olvidará nunca. Para arreglar el asunto, el hijo de los propietarios de aquel desastre, se excusó diciendo (muy pomposo él) que aquello era producto de una urgencia, que hubo que intervenir (lo decía con el cuchillo jamonero en la mano derecha y el codillo en la izquierda), que creíamos que había sido una embolia. Las carcajadas se debieron oír en Moscú y la cara de la pareja se desencajaba por momentos ante ese panorama. Nos echaron. Hijo incluido. Pero aquello no fue más que una excusa para ir a desayunar al pueblo. Allí llegamos con nuestro Seat 850 especial. El conductor aparcó justo (sin errar un milímetro) en el único lugar que había una alcantarilla abierta. Rueda trasera derecha dentro. Unos cuantos paisanos nos ayudaron a sacar de allí el coche. Alguien decide tomar el café en otro sitio. Todos dentro. Marcha atrás para salir. Resultado: rueda delantera derecha dentro. Los paisanos de ríen, nosotros nos trochamos sin poder hablar, con dolor de barriga por tanta carcajada, y detrás de ellos aparecen dos miembros de la benemérita con tricornio y todo. Se acercan con una cara de mala leche miedosa. Nos piden la documentación de vehículo. El copiloto (ese era yo) busca en la guantera y encuentra unos papeles que entrega con sonrisa afectuosa. Resultan ser (los papeles) un tebeo. Resultado: al cuartelillo. Cinco horas hasta que mi padre nos rescató.
En fin, el recuerdo me parece muy simpático. La lectura no lo sé, pero hoy me da igual.
Ha sido un día extraño. Vuelve a llover y no sé qué más cosas absurdas y extravagantes han pasado. Y me he reído yo solo a carcajadas cuando intentaba evitar un atasco enorme porque he recordado que fui joven.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
michael buble -
7 comentarios:
Cualquier excusa es buena para sonreír en un día extraño :)
Hola G.
¡Nostálgico! Lo cierto es que son días para estarlo. Creo que un rato de nostalgia rejuvenece el alma.
Un beso
Me has hecho reír, sí. Gracias :-) Besos grandes.
Jajajajajajajajajajajajajajaja. Gabi, pero !cómo cuentas estas cosas¡
Lo hay que hacer es juntarnos y repetir. Yo pongo la cerveza. La casa que la ponga Ricardo otra vez, que ya están acostumbrados. Ay, qué divertido fue.
Un recuerdo muy agradable. Las risas siempre lo son. Leer tu recuerdo me hace recordar uno mío en el que también acabamos en manos de la Benemérita. Cosa de juventud. Un grupo de jovenes, un pueblo de la costa brava, la fiesta mayor preparada y una piñata colgando del centro de la plaza. Estabamos todos buzos tras una cena terrorífica en la playa. La liamos para "secuestrar" la piñata. Los equilibrios que hice, de pie sobre los hombros de un amiguete, procurando llegar a la famosa piñata, mientras el cabo de la Guardia Civil se nos aproximaba a la carrera por una cuesta interminable. Aún hoy, más de 20 años después, nos sigue provocando fuertes carcajadas. Sin ir más lejos, hoy mismo, mientras comíamos un menú del tres al cuarto, recordábamos aquellos días. Será porque todos nos hacemos mayores. Aquí también sigue lloviendo.
Días extraños, en los que,cierto, vienen a la mente recuerdos de muchos años atrás, llegan sin saber porqué, y los revives, con cierta nostalgia. Ahora, escribiendo esto no estoy muy alegre que digamos... eso de que mirando alrededor la gente parece "ajena" a uno, eso me es familiar. Los pensamientos íntimos son eso: íntimos, y nadie puede entenderlos,sentirlos, salvo uno mismo. Lo que hace a uno mismo mirando la Vida desde "fuera", como quien ve una película.
Como si se viviera una vida, que no es la que nos corresponde, o al menos, sabiendo resignados que un día todo, poco o mucho, se esfumará y nosotros. Todo quedará aquí, pero no estaremos para verlo. Siento mi tristeza. Se me pasará. Seguro. Me alegra leer estos textos, este blog. Y no es que me ponga a saltar de alegría al leerlo, no, pero me meto en los textos escritos en este blog y mi mente viaja feliz a donde el texto en cuestión me lleve.
Anecdota muy divertida ¡¡¡
Pero oye,creo firmemente que aún y a pesar de la edad,nos quedan algunas por vivir y troncharnos a carcajadas. .
Publicar un comentario