Escribo en mi portátil junto al joven Guzmán. Escuchamos a Schubert. Quinteto para piano y cuerdas en La mayor, “La trucha”, y algunas variaciones fantásticas de esa pieza. Los mofletes del niño están muy colorados. Treinta y ocho y pico de fiebre. Casi treinta y nueve. Cabizbajo y atento a lo que escucha. Hoy no sé si le interesa o si le da lo mismo ocho que ochenta. Apoya la cabecita en un cojín y, de vez en cuando, se queja ligeramente. Un catarro de los fuertes.
La música de Schubert es una de mis debilidades aunque me hace pensar en la Alemania nazi. No me pregunten la razón. Casi puedo ver a un grupo de fanáticos asesinando sin piedad a otro grupo de inocentes, metiendo a mujeres y niños en una habitación llena de muerte. A sangre fría, con esa música sonando en una vieja gramola o interpretada por un judío que iría a la cámara de gas veinte minutos después. Procuro centrarme en la música y en Guzmán. No quisiera contaminar mis gustos con algo así. Mejor disfrutar desde la sensibilidad que me despiertan ambos. Pero es difícil.
El niño se acaba de dormir. La fiebre acaba con cualquiera. Es hora de bajar el volumen.
Me pregunto qué harían escuchando semejante obra maestra esa banda de bestias. Supongo que disfrazar su falta de humanidad con algo exclusivo de la humanidad (del hombre). Igual que robaban cuadros para enriquecerse y no para contemplarlos, escuchaban a Schubert para creer que lo que hacían era cosa del ser humano. Igual que Hitler hacía suya la locura de Friedrich Nietzsche (amigo de Wagner y que arrastró buena parte del coloso alemán en su filosofía) y la convertía en un sueño estéril y absurdo, los que le seguían hacían suyas las manifestaciones artísticas que encontraban por el camino para intentar adornar lo horrible, el espanto. Pobres compositores. Si hubieran intuido lo que sería de su obra se lo hubieran pensado. Dos veces.
El hombre tiende a la autodestrucción y lo intenta, casi siempre, de la mano de lo sublime. Siempre hurtando a la belleza y al lenguaje. Como hizo Hitler. Como hacen un buen puñado de los políticos actuales. Y como hace cualquier persona que opta por arrimarse al arte sin ningún interés que no sea social o económico, pensando que eso tapará sus carencias intelectuales. Será el mismo bruto con un buen cuadro colgado de la pared y escuchará una pieza de Falla sin saber lo que hace, pensando que era un alemán muy listo porque todos los músicos eran alemanes muy listos. Y será admirado por unos cuantos ignorantes muertos de envidia.
Guzmán duerme tranquilo. La medicina parece que ha hecho su efecto. Escucha a Schubert y espero que lo termine apreciando como merece. Siempre desde la niñez, desde la inocencia. Esa que nos falta a todos cuando crecemos y decidimos tener más aun siendo menos.
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