
Con mucha frecuencia me preguntan sobre lo que me llevó a escribir, sobre lo que impide que no lo deje a pesar de todo; alguno quiere saber qué gano con eso de sentarme cada día frente a un montón de papeles llenos de frases a medio acabar, de tachaduras; frente a docenas de libros con docenas de anotaciones en los márgenes. Procuro contestar utilizando algún tópico, alguna frase escuchada en las tabernas que frecuentan los escritores, palabras huecas, sentencias muy útiles para salir del paso cuando el que pregunta se convierte en un estorbo o, ni siquiera, sabes de quién se trata. Nunca he creído que le pudiera interesar a nadie a no ser que luego se dedicara a repetir lo oído como cosa propia.
Contestar honestamente, sospechando de todo, cuando arriesgas parte de tu intimidad, es tarea difícil. En los costados de la verdad suelen reposar secretos que si dejan de serlo dinamitan las raíces. Las que sólo encuentra su dueño. Para eso existe lo oculto, para cimentar una apariencia similar a la del día anterior.
Una vez más la poesía obliga a dar un paso adelante. Siempre es causa por la que decidir un algo para poder decir. Un verso de Juan Van-Halen. “Sin sufrimiento nunca las palabras nos salvan”. Esto lo saben bien los escritores. Dejamos mucho detrás sin poder echar un vistazo que refuerce un recuerdo ya vano. Sabemos que los que disfrutan escribiendo es porque no aciertan, porque aún no saben lo que es escribir creando una forma de arte esquivo. La escritura proporciona el dudoso placer de pensarse, de orear miserias disfrazadas aunque con el perfil cruel del que no quiere olvidarlas, del que quiere saberse. Qué hacer con lo que tenemos pegado a una experiencia que no se puede explicar por sí misma. No tener respuesta es suficiente para abrir los ojos durante una madrugada cualquiera. Lo único necesario para que la pluma se convierta en herramienta que recrea un mundo en otro. Corregir lo que no gusta del entorno. Entender, corregir, poder ser lo que quisimos alguna vez. Cruzando un espacio árido e incómodo.Escribir para ser leído es poca cosa. Si es para entretenerse roza la estupidez. La fama, el dinero o un hueco en el fututo común, están en otro lugar. Lo amable se desliza hacia los lados, donde un novelista o un poeta nunca llega. Es la necesidad lo que convierte la escritura en lugar imprescindible para el escritor. Necesidad de contarse, de contar a otros, un mundo que bien podría sustituir parte de su historia o un invento que hizo avanzar a toda la humanidad, pero que no puede dejar de buscar salidas en un relato universal. El sentido de todo se encuentra en palabras que no salvan si no se acompañan de sufrimientos, de ignorancia que debemos ir puliendo, de un tiempo irreal que sólo soportamos cuando nos señalan un sendero que se puede caminar. Necesitamos saber quienes somos, qué podemos llegar a ser. El relato reinventa una vida. La de todos. Vivos y muertos. Dioses y hombres.
Eso es lo que me hace escribir. El orden soñado antes de mirar cómo un papel de vidrio se cubría de mercurio por primera vez. Allí estaba, sigo estando, sin poderme reconocer. Y supe que ya no había posibilidad alguna que me permitiera enmendar una mirada fija en el alambre fino y tortuoso por el que tocaba caminar, en aquel espejo de papel.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
11 comentarios:
Debe ser la hora, no te entendí nada...
Volveré después cuando otros comentarios me iluminen la mente.
Besos borrascosos y torpes
"Sin valor no hay gloria" No sé quién lo dijo, pero también sirve. No soy yo la persona adecuada para discutirte si escribir es sufrir o no, pero me consta que hay gente que se divierte mientras escribe. El sufrimiento viene después y dependiendo de las pretensiones que tenga cada uno.
Por otro lado, y ahí sí tienes razón, el que escribe desde dentro sí sufre y eso el lector lo advierte y lo valora. Pero de la misma manera es capaz de arrancarle una sonrisa y esa también sale de dentro. ¿Quién arriesga más? No lo sé. El secreto está en el equilibro o en el orden soñado, como tú lo llamas y, como siempre, es lo más difícil.
"Es la necesidad lo que convierte la escritura en lugar imprescindible para el escritor". Ahí me confirmas algo que siempre he sospechado: el escritor de verdad lo es porque tiene que serlo, no porque quiere serlo. Suelo desconfiar de quien me dice "quiero escribir una novela", como si escribir o no fuera una elección voluntaria.
Otra vez me ha gustado mucho tu entrada, ¡y ya van dos seguidas!
Yo es que no sé por qué hay que justificar o explicar todo lo que se hace. Me niego.
Hola G.
Creo que la elección de escribir ya es de por sí valiente.
Los que escribimos tendemos a plasmar otra realidad más allá de ésta. Somos capaces de estirar los detalles rellenando cantidades de papel. Somos capaces de escribir algo pues es la mejor manera que tenemos de transmitirlo para que duela menos o para ser más felices.
Suele venir de muy dentro lo que se escribe como un extranjero recién llegado a tu mundo al que, por supuesto, quieres entender, descubrir, conocer aunque hable otro idioma.
No pasa un día en el que no escriba unas líneas.
Un día, un escritor me preguntó si estaba tan loca como parecía. Le contesté que sí.
Los escritores buscamos el equilibrio en la locura y eso es muy difícil. Buscamos ordenar los sueños.
Un abrazo fuerte.
Como ya van diciendo cosas sobre la entrada (qué buena)yo añadiré que el tema de Petrucciani es una maravilla.
No estoy demasiado de acuerdo. Escribir es una experiencia en la que cabe más que el sufrir - ¿por qué limitarlo de esa manera? Cabe la alegría de la misma forma que el sufrimiento. Pienso por ejemplo en obras que son un juego o una celebración, como Tristram Shandy. O en las palabras de García Márquez: "(100 años de Soledad) fue una fiesta para mí, sobre todo al final del libro, cuando ya lo tenía en la mano: allí había tomaduras de pelo, chistes privados, mensajes secretos para mis amigos, sabía que el libro no se me escapaba y me puse a jugar, sencillamente, de alegría" (Revista Marcha, XXXII, núm. 1511, 18-sep-70, p. 29).
Caería en una generalización si dijera que hay creadores que tienden a lo triste o lo grave, como Faulkner, Beethoven o Beuys; y otros que tienden a lo alegre y celebratorio, como Picasso, Duchamp, Mozart o Nabokov (independientemente de si obras concretas son trágicas o cómicas). Una generalización, digo, similar al “Sin sufrimiento nunca las palabras nos salvan" de Van Halen.
Vete tú a saber cómo nos salvan las palabras. Los escritores, los científicos y hasta los políticos hablan en público - Algunos hacen bien su trabajo, y otros no; algunos sufren y otros no. Pero ambas condiciones no están relacionadas entre sí, sino que el sufrir o no hacerlo sólo tiene que ver con la disposición (el ánimo) de cada cual. No creo que se trate de decir que sufrir es bueno y disfrutar es de idiotas. No, porque la literatura lo contiene todo, desde su raíz (la propia creación) hasta su manifestación (la palabra escrita).
Borrasca: Vuelve, Borrasca, vuelve. :)
Edda: ¿Pretensiones? No se me ocurren muchas cuando el que agarra una plume es escritor.
Neke: Ya sabes que no hay dos sin tres.
Gin: No se trata de justificar, se trata de saber. Y eso está muy bien.
Popy: Pues si encuentras algo de equilibrio préstame un poco, please.
Pepito: Es un tema estupendo. Lo es.
De Fromista...: Escribir es escribir. Hacer literatura es otra cosa. Te lo garantizo. Por cierto, tienes un blog magnífico.
Estoy tan de acuerdo con tu comentario como con el mío, así que nos hacemos los tontos y todos felices, por el momento.
Gracias por lo del blog.
Escribir se me ha convertido en la tabla de salvación, en ocasiones, cuando no veo ninguna salida.
Y reeler los escritos propios es reconocer un amigo, a pesar del tiempo que hace que no le ves, de lo que ha cambiado, de los caminos diferentes tomados (porque en ese momento te das cuenta que tú no eres ya tú).
Gabriel volví pero sólo a saludarte que a esta hora no estoy para volver a leer un post que no entendí, además con lo vaga que soy... jajajajaja
Besos borrascosos
Publicar un comentario