7/3/09

Crisis de los cuarenta y cinco (II)


Las cosas que dejan mal sabor de boca no se suelen olvidar. Es más, a veces, recordando esto o aquello que nos hizo sentir enanos, ridículos o cobardes, nos sentimos igual o peor que en el momento en que nos ocurrió. Te viene a la cabeza ese momento y te encoges, mueves la mano para apartar el recuerdo, quisieras desaparecer o al menos no saber que eres tú. Es un instante, pero un instante que pesa lo que una vida entera.
Nos mostramos como queremos, como creemos que es más atractivo. Intentamos ocultar lo que pondría en peligro ese yo del que podemos presumir. Pero, cuando estamos a solas y nos reconocemos, todo eso está donde toca. Con la arrogancia de saberse eterno.
Los hay que aprenden a vivir con ello. Otros lo sufren y terminan ocultando junto a las miserias lo mejor de que poseen. Y son pocos los que agarran ese montón de mierda y lo muestran sin pudor. Muy pocos.
Por eso, durante una vida nos podemos fiar de cuatro o cinco personas. Nunca son los que caminan de perfil ni los que se empeñan en compartir su cara menos amable. No. Son los que te enseñan para que sepas a qué te enfrentas aunque sabiendo que eso le corresponde a él y nada más que a él. Son los que te enseñan que la vida es un puzzle en el que cada pieza encaja en un solo sitio y que si falta alguna nadie querrá colgar en su alcoba una obra imperfecta.
Quizás no conviene olvidar las cosas que nos dejaron mal sabor de boca. Quizás lo que hay que hacer es avisar al otro para que sepa. Ser auténticos.
Arrastrando por el mundo cuarenta y cinco años cuesta trabajo creer en la perfección. En la propia y en la ajena. Con esta edad todo eso huele a decepción.
© Del texto: Gabriel Ramírez Lozano

5 comentarios:

Wara dijo...

Gabriel, para vivir uno tiene que borrar muchas cosas de su vida pasada, la mayoría nos han hecho daño, pero otras pocas o muchas han sido fantásticas. Pero ocurre que eso que fue tan bueno ya no lo tenemos, lo hemos perdido o simplemente se ha acabado. Como en algún momento deberá agotarse lo malo.
Personalmente he tenido que borrar de la memoria muchisimos días de mi vida para seguir adelante, y con frecuencia lo digo: quiero vivir tranquila, no amargada, no decepcionada por las personas que me han hecho tanto daño.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Gabriel!! me paso por tu blog nuevo. Está muy bien, me encanta la frase del titulo. Un beso y ¡suerte con el blog!
Rocío

Svor dijo...

No hay peor daño que aquel que nos hacemos nosotros mismos por esos putos recuerdos que como aires están para darnos retorcijones.
Hoy estoy muy fina.
Me encanta que tengas tu blog!
Ademas, que sepas que sos un pibe.

Anónimo dijo...

Creo que llevas razón, hay cosas que no deben olvidarse desde luego hay que mirarse al espejo cada mañana, y poder mantener la mirada. Y claro que los años van dejando un halo de decepción a su paso, pero a veces, después de un golpetazo, de esos que no sabemos como vamos a sobrevivir nos sorprende la vida y nos encontramos con personas autenticas, sin tapujos ni dobleces, que nos ayudan a disipar un poco ese sabor amargo que el tiempo va instalando en nuestro ser.
Son pocas, pero existen
Araceli

Ginebra dijo...

La perfección no existe, querido, ni a los 45 ni a los 5.