
Domingo. Sol. Tranquilidad en casa. Cada uno a lo suyo. Incluso Gimena ha decidido que lo mejor es dedicarse a jugar con sus cacharros y sus muñecos. Si no me equivoco, hoy ha preparado veinte o treinta comidas diferentes para un solo comensal. Su muñeco vestido de blanco. Guzmán insiste en escribir y leer. Guillermo con su piano (qué trabajo le cuesta últimamente), con sus películas y con su libro. El mayor ejerce de adolescente. No sabemos que puede estar haciendo en su habitación. A los mayores nos toca plancha, colocar los discos, jugar con los cacharros también, poner lavadoras y descansar (poco). Nadie quiere conflictos. Es domingo, luce el sol y toca tranquilidad.
He terminado de escribir un cuento. Lo he titulado “El bostezo de Dios”. No está mal aunque no me termina de convencer. Hay que revisarlo, pulirlo, quitar cosas, evitar las frases explicativas si ya está dicho lo que se trata de explicar. Es ahora cuando comienza la verdadera labor de escritor. Fabular lo puede hacer cualquiera. Escribir en un papel eso que uno ha pensado, también. Hacer literatura es otro cantar. Cada frase, cada palabra deben estar en su sitio. No puede faltar ni sobrar una sola coma. Los diálogos deben estar por delante de la acción. La información ha de ser la justa, la expresividad se debe llevar al límite. La descripción no puede ser una anécdota dentro del conjunto del relato. La voz narrativa debe ser consistente, solvente, creíble. Y todo eso tiene que funcionar como relato. En una narración con un recorrido tan corto no se permiten errores. En definitiva, comienza la fase de investigación con el lenguaje, con los recursos.
Y ¿cómo funciona un relato? La diferencia entre una novela y un relato es que la primera muestra un mundo, una mirada sobre él, explica ese cosmos, mientras que en el relato lo que articula la narración es ese momento en que el mundo se modifica para el personaje, o aparece ese cosmos. Para el personaje y para el lector. Algo sencillo que no suele aparecer en la narración corta actual. Sólo en la buena, en la auténtica.
Es el momento de tomar distancia, de dejar que el texto repose lo suficiente.
Es domingo, luce el sol y toca tranquilidad. En literatura siempre es así. No valen las prisas. En literatura siempre hay que quedarse en el mismo día de la semana.
Les dejo con Oscar Peterson. Un buen final para un buen día.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
2 comentarios:
Leyéndote, hasta es posible que me reconcilie con la música, mira tú.
Se me ocurre de pronto que debe de existir un paralelismo entre la vida de los niños y los adultos; por un lado ese jugar a las casitas de tu niña, el leer y escribir de otro de tus hijos e incluso el qué estará haciendo el mayor... Así es la vida diaria de los adultos, un poco de trabajo monótono, un tiempo para el placer y quizá un mucho de incógnita.
Y ese "bostezo de Dios"... pues, sí, que el domingo es tranquilo, muy lento, y no hay prisa.
Feliz semana, Gabriel.
Da gusto leerte y escuchar la música que cuelgas al mismo tiempo. De verdad.
Las veces que me repetiste en clase que un cuento es eso y no otra cosa. Ainsss, que tiempos aquellos.
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