6/3/09

Reflexión absurda sobre el alma humana


Si es verdad que el alma existe también es verdad que en algún lugar se encuentra. La nuestra, la de otros, la de los muertos. Quizás el universo está lleno de ellas yendo de un sitio a otro sin rumbo fijo, quizás se amontonan en eso que el cristianismo llama cielo, cabe la posibilidad de que se mezclen unas con otras para que las nuevas nos den vida a todos. Así, el alma de una fiera y la de un ser infeliz nacerían de nuevo siendo la de un hombre cruel.
Una explicación tan bella como inútil.
Me gusta pensar que las mejores almas, si es que existen, se conjuraron para que Mozart naciera pudiendo crear un universo eterno hecho de música, que almas bondadosas se arriman unas a otras para entrar en un pequeño cuerpo que termina siendo Teresa de Calcuta, que las más juguetonas eligen ser Groucho Marx, o las que tienen una racha fatal se encarnan en una alhaja como Pinochet.
Me gusta pensar estas cosas. Porque alivia. El alma representa, es, la eternidad del ser humano. Caben tantas posibilidades como ratos dedicados a imaginar.
Podría ser que fuéramos un simple reflejo de espíritus fallidos, puestos a prueba hasta mejorar o reparar el error. De ahí podría llegarnos la explicación a lo efímero de nuestro vivir, no de nuestra existencia. El mundo sería, entonces, un gran taller dedicado a la pureza, Dios un mecánico de almas estropeadas preguntándose de dónde viene, cuál es su futuro, quién es su Dios. Cada planeta un taller en el que se depositan elementos defectuosos, las estrellas grandes luminarias, el cielo (nuestro cielo) una lupa. Y nosotros lo que siempre tememos ser. Nada, una ilusión. Eterna, pero una ilusión al fin y al cabo. Imperfecta.
Lo que no quiero pensar es que seamos lo que parece más evidente. Un cuerpo fruto de la evolución biológica, del azar, del acierto al elegir una posibilidad entre miles de billones de no sabemos qué o quién, un cuerpo condenado a morir y a no ser nada. Ni siquiera una mala ilusión. Un ser imperfecto sin posibilidad de mejorar salvo si es a costa de destrozar su entorno o a sus iguales.
Eso sería una estafa. La gran estafa.
© Del texto: Gabriel Ramírez Lozano

4 comentarios:

POPY dijo...

Hola G.
Me gusta muchísimo tu idea.
¿De qué almas estamos hechos?
¿De qué almas nos gustaría estar hechos?
Voy a pensar en ello.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

A mí me gusta imaginar que las almas de los que se han ido andan dando vueltas por ahí, a mi alrededor, evitando que tropiece. Me gustaría en un futuro hacerlo yo también para quedarme cerca de los míos, pero aunque tampoco quiero pensarlo, lo más evidente es que soy un ser imperfecto, con fecha de caducidad y sin posibilidad de retorno.

Carmen Neke dijo...

Tarde última y serena,
corta como una vida,
fin de todo lo amado
¡yo quiero ser eterno!

(Atravesando hojas,
el sol ya cobre viene
a herirme el corazón.
¡Yo quiero ser eterno!)

Belleza que yo he visto
¡no te borres ya nunca!
Porque seas eterna
¡yo quiero ser eterno!


Juan Ramón Jiménez

Ginebra dijo...

A ver, que ser "un cuerpo fruto de la evolución biológica, del azar, del acierto al elegir una posibilidad entre miles de billones de no sabemos qué o quién, un cuerpo condenado a morir y a no ser nada" ya sería mucho.