
Era un hombre con pluma en mano. Trataba de explicar lo que significaba el privilegio de escribir. Cuando creía que su mensaje resultaba infalible, bello y exclusivo, apareció un segundo hombre con pluma en mano.
Nombraban ambos las mismas cosas. El primero para sí mismo. El segundo sabiendo que alguien querría escuchar, entender, alcanzar a subir un escalón que, hasta entonces, sólo musas y hombres con pluma en mano eran capaces de superar.
Vidas y mundos enteros quedaron en las posadas, en tabernas e, incluso, en establos. Vidas y mundos escuchados por hombres y mujeres desdentados, marcados por la debilidad de la ignorancia, por estigmas llegados de un monasterio falso construido sobre tintas invisibles para casi todos.
Inevitable, como cualquier otra debilidad, llegó arrastras, ocultándose en pisadas cuidadosas de hombre culto llamado a salvaguardar purezas.
Durante algún tiempo no quiso notar como se agarraba a él. Primero los talones, más tarde hasta el último poro supuraba sin parar.
Intentó todo lo posible para que aquella pluma (advenediza y sucia, decía) se secara al sol junto a la piel de su amo. Difamó, acusó, persiguió, quemó los pergaminos alojados en recipientes de barro. Cuanto más leía más vieja sentía la dureza de un lenguaje que arremetía contra él.
A los que escuchaban, primero, y lograban leer, después, les parecía que nada tenía que ver aquello con ellos. Entendían y se elevaban despacio dejando atrás un campo negado a su inteligencia de hombres. Cuentan que una tarde de invierno, mientras caminaban diez de ellos para escuchar cómo podrían aprender a leer, encontraron a los dos hombres con pluma en mano en el borde de un camino. Uno de ellos (el que había llegado después) yacía muerto, degollado. El otro copiaba frenéticamente lo último que el difunto había escrito sobre su piel, rasgando con la pluma la carne. Cargaron con el cadáver y continuaron sin prestar atención al otro. Los buitres estrechaban los círculos de su vuelo.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
6 comentarios:
Que falta de consideración, ¡por dios! ¿Por qué ha empezado usted por el penúltimo? ¿No se da usted cuenta de que éste, pecado o no, es el autentico y genuino motor de nuestro país, y que es la única razón posible y cierta, si de verdad lo fuera, de poder generar esos inapreciables brotes verdes que sólo son capaces de adivinar los visionarios que nos adoctrinan?
Nada se de la envidia entre escribidores, pero si sé que entre nosotros es la expresión máxima de nuestras señas de identidad: nuestra enseña y bandera.
Hay a quien la envidia vuelve tan loco y ciego que no es capaz ya nunca de disfrutar de lo que en verdad tiene.
Un abrazo, Gabriel.
Hola G.
Envidiar sólo supone evidenciar nuestras carencias.
Un abrazo.
los jugadores de mus envidian mucho, lo que no sé es a quién.
Isadora: Ya sabe que soy desordenado.
Wara: No se vuelven locos. Dejan de ser.
Popy: Y joder la vida de los demás.
Puri: A los jugadores de poker. Unos juegan en las tabernas y otros en un hotel de Las Vegas. Normal ¿no?
Que trenemda drescripción,tanto como el propio pecado
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