
Es extraño que nadie haya puesto nombre a la generación actual de niños y jovencitos. Me refiero a los que tienen entre cero y veinte años. O más. Somos muy aficionados a etiquetar cualquier cosa que tenemos a nuestro alcance, pero (que yo sepa) no tenemos un nombre definitivo para esa generación que se mueve en las guarderías, colegios y universidades. O en la calle después de haber sufrido un enorme fracaso escolar.
Esta masa de muchachos y señoritas se caracterizan por su falta de ideología (en el sentido más amplio del término), no tienen otro objetivo en la vida que no sea el dinero contante y sonante, generalmente son maleducados y confunden la falta de respeto con ser modernos y graciosos, escriben eliminando todas las vocales (a veces consonantes) que pueden y muchos de ellos creen que occidente está siendo invadido por pueblos extraños llegados de países bárbaros.
Tengo cuatro hijos que estudian en tres colegios diferentes y creo saber lo que digo. Además me enfrento como profesor a un buen número de individuos cada semana.
Este es el resultado de lo que hacemos los de la generación anterior. Es decir, de los padres y madres que andamos sueltos por el mundo intentando proteger a los niños de forma irracional y estúpida. Es decir, de los políticos que confunden la cultura con leer un par de libros al año o modifican leyes educativas dependiendo de la variación que se producirá en el recuento de votos. Es decir, de los medios de comunicación maniatados por el poder del dinero que se convirtieron hace años en herramientas útiles para aborregar al que se pone por delante.
Hemos logrado entre todos que el futuro tenga la forma de un billete de cien euros. En eso y no en otra cosa.
Ya sé que hay excepciones, que es injusto meter a todo el mundo en el mismo saco, pero, guste o no, esto es lo que hay.
Ya que nadie le pone nombre a nuestros niños y jóvenes indefensos, me voy a atrever yo. Los Nuevos Hiperactivos. Actualmente, el noventa por ciento de niños y niñas, de jóvenes, lo son. Eso es lo que dicen sus padres. Se acerca uno de ellos a tu mesa mientras comes y tira el vaso de agua. El padre corre para agarrar de la mano al angelito, te mira y dice “es que es hiperactivo”. Un crío se pasa la tarde dando el coñazo y a su papá sólo se le ocurre decir que su hijito es hiperactivo. A las criaturas no se les puede decir ni pío en el colegio porque se traumatizan dada su hiperactividad. Los padres no parecen enterarse que en el colegio se enseñan cosas (muchas) y es en casa donde se educa (a hiperactivos incluidos). Todos somos hiperactivos y eso nos convierte en intocables. Queremos que nuestros pequeños hiperactivos triunfen en sus vidas, que ganen dinero (mucho). Y ya.
Ya veremos como acaba esto.
Pues eso. Nuevos Hiperactivos. NH. O mejor NI. Más que nada para que las criaturas no se confundan con la cadena de hoteles. Y total, sólo falta una h. Qué más da.
© Del texto: Gabriel Ramírez Lozano
2 comentarios:
Esta tarde me enviaron por correo uno de esos archivos con extractos de ciertos programas de televisión que pretenden hacer humor. En una de las escenas aparece un adolescente en su habitación; su madre entra y comienza a reñirle por tener el cuarto como una leonera y le ruega que lo ponga en orden de una vez. El chaval se excusa diciendo que padece el síndrome de Diógenes. La madre lo mira, corre a brazarlo y lo tranquiliza, si estás enfermo, no te preocupes, ya me encargo yo de todo...
Sí, algunos o quizá muchos, o la mayoría, son adolescentes intocables.
Un abrazo.
En España solemos tender al exceso, en todo. Los padres españoles de mi generación eran los más estrictos de toda Europa. Para compensar, nos hemos convertido ahora en los padres más permisivos de todos los países europeos. Y así nos va. Regañar a un niño en público es un acto que solamente los más osados se atreven a realizar, a riesgo de recibir un linchamiento popular.
Los niños de Bélgica también son insoportables y materialistas, pero menos. Y nadie ve raro que le digas a tu hijo que no debe ir tirando las bebidas de las otras mesas en los bares. Sospecho que esto se debe a que sus padres fueron educados con mucha menos rigidez que nosotros, y no sienten que deban compensar en sus hijos las carencias que ellos sintieron en su educación.
O quizás sea, simplemente, porque aquí la gente grita menos y no se mete para nada en la vida de los demás.
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