
Acabo de releer un cuento de Ryunosuhe Akutagawa. Rashomón. El libro sigue sobre la mesa. Tengo la costumbre de mirar el ejemplar mientras pienso en lo que acabo de leer.
Bien. Mal. Bondad. Maldad. Luz. Oscuridad. Esperanza. La nada. Vida. Muerte. Separadas, sin posibilidad de conexión. Una cosa o la otra.
En el mundo del autor no cabe otra posibilidad. O se viaja por los extremos o no existe alternativa para un mínimo movimiento. Porque la zona central del camino, la que inventamos los humanos para poder sobrevivir, sencillamente, ha desaparecido en un mundo dibujado por la autodestrucción.
Una anciana arranca el cabello del cadáver de una mujer muerta. Desea ese pelo para poderlo vender en forma de peluca. Quiere tener una pequeña esperanza. Es la muerte la que se lo permite. No su propia existencia. Esa no vale nada. La vida, el mundo que encontrará fuera, Rashomón, es inaccesible. Extraño.
Un hombre. Desesperado. Ha decidido que esa zona muerta puede dar de sí. No encuentra otro camino. Transita el mismo territorio que la anciana.
El hombre arrebata el cabello robado poco antes (el instante ganado desaparece). La ropa de la anciana abre al hombre una puerta que se cruza en un solo sentido.
Rashomón se dibuja como el reino de hombres y mujeres carentes de futuro. Porque el mal siempre fue la guarida de los que llegan para no regresar jamás.
Un cuento breve, inquietante, demoledor.
Me pregunto: ¿Hasta dónde llegaríamos en caso de necesidad? Y una sola respuesta. La oscuridad espera paciente hasta que llegue nuestro turno.
El libro sigue sobre la mesa. Dejo de mirar. A veces, prefiero evitar algunas cosas.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
Bien. Mal. Bondad. Maldad. Luz. Oscuridad. Esperanza. La nada. Vida. Muerte. Separadas, sin posibilidad de conexión. Una cosa o la otra.
En el mundo del autor no cabe otra posibilidad. O se viaja por los extremos o no existe alternativa para un mínimo movimiento. Porque la zona central del camino, la que inventamos los humanos para poder sobrevivir, sencillamente, ha desaparecido en un mundo dibujado por la autodestrucción.
Una anciana arranca el cabello del cadáver de una mujer muerta. Desea ese pelo para poderlo vender en forma de peluca. Quiere tener una pequeña esperanza. Es la muerte la que se lo permite. No su propia existencia. Esa no vale nada. La vida, el mundo que encontrará fuera, Rashomón, es inaccesible. Extraño.
Un hombre. Desesperado. Ha decidido que esa zona muerta puede dar de sí. No encuentra otro camino. Transita el mismo territorio que la anciana.
El hombre arrebata el cabello robado poco antes (el instante ganado desaparece). La ropa de la anciana abre al hombre una puerta que se cruza en un solo sentido.
Rashomón se dibuja como el reino de hombres y mujeres carentes de futuro. Porque el mal siempre fue la guarida de los que llegan para no regresar jamás.
Un cuento breve, inquietante, demoledor.
Me pregunto: ¿Hasta dónde llegaríamos en caso de necesidad? Y una sola respuesta. La oscuridad espera paciente hasta que llegue nuestro turno.
El libro sigue sobre la mesa. Dejo de mirar. A veces, prefiero evitar algunas cosas.
© Del Texto: Gabriel Ramírez Lozano
9 comentarios:
Mira, mejor no saber hasta dónde llegaríamos.
Qué cosas lees. Así luego escribes las cosas que escribes, claro.
Y en caso de necesidad, llegaremos hasta el límite y mucho más allá. Cuando la necesidad es imperiosa, se nos acaban la civilización y la moral y nos movemos por puro instinto animal. Y no hay nada más cruel e implacable que la madre Naturaleza.
A mí me gustaba mucho Rashomontxu García en el Qué Apostamos
Antonio Oliver decía que "hay personas que en la sombra o en la humillación tienen talla gigantesca"...Prefiero pensar que en caso de necesidad, estaría en este grupo. Total, soñar es gratis y la realidad la tenemos siempre garantizada.
Cuando nos pillaban de marrón por mangar calderilla siempre le echaba la culpa a mi hermano, así que no quiero ni pensar en lo que haría en un caso grave.
Todos tenemos un punto de ruptura ante determinado índice de presión, como los materiales rígidos. Es una cuestión de física cósmica. Sí que asusta, sí, pero se puede convivir con eso, ya lo sabes.
Un abrazo.
Yo también pienso que quizá sea mejor no saber de qué seríamos capaces. En los últimos meses me he estado preguntando cómo nos es posible sentir tanto dolor y seguir viviendo... preguntándome si puede haber mayor dolor que el que ya hemos padecido. Creo que no lo hay mayor, pero hemos aguantado. Y con el dolor físico pasa otro tanto; creemos que no seremos capaces de soportarlo, pero sólo porque tenemos miedo. Y también tenemos miedo de pensar en aquello de lo que seríamos capaces en una situación extrema... tenemos miedo de nosotros mismos, de lo débiles que somos y de la sospecha de que seríamos capaces de todo.
Un abrazo.
Espero que no llegue el día en que tenga la respuesta a tu pregunta, porque en una situación límite, no sé si mi yo le haría frente al afán de supervivencia innato que tenemos todos.
Ginebra: No está mal hacerse una idea... por si acaso...
Carmenneke: Sí, leo cosas que me convierten en tarado en grado máximo. Las cosas de la vida.
Señorita Puri: Rashomontxu García, qué gran presentador. Te refieres al japones ¿no?
Anónimo: Otro seguidor de Antonio Oliver. Excelente. Me consta que los anónimos tienen muchas posibilidades de estar en ese grupo de personas.
Jorge: Pero ¿Cómo se le ocurre afanar la tela del monedero familiar? No se asuste, Jorge, que para eso tenemos los telediarios.
Wara: No se pregunte esas cosas. Quizás consiga descubrir la verdad y será cuando tenga pánico.
Edda: El día ya ha llegado. Todos los días lo son. Piense sobre ello.
muchas veces prefiero evitar pensar y dejarme llevar, pero no lo consigo como lo consigue la mayoría.
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